Cuando un familiar fallece el dolor se extiende desde su
esposa, sus hijos, al resto de familiares y amigos. Las lágrimas es lo primero
que aparece. La rabia y la impotencia vienen después sin importar la edad que
el ser querido que falleció tenga. El no creérselo viene un poco de tiempo más
tarde. En cuestión de horas la aceptación entra por fin y las preguntas
normales: ‘¿Cuándo lo entierran?’
Todo aquel que dejó huella, merece ser despedido por todos
los suyos, con los máximos honores y respetos. A veces, a causa de la
distancia, es más fácil para unos que para otros. Nadie piensa nunca en lo
complicado de tener que desplazarse para poder despedir a un ser querido.
El coche, pues en esto momento cualquier otra vía, por la
economía, no es factible para el pobre, se convierte en nuestra ante sala del
dolor. El silencio, la resignación, la oración, los recuerdos entran en tropel
dentro de nuestro recogimiento antes de llegar a nuestro destino. Pero mil
quinientos kilómetros son largos nos gusten o no. Las preguntas obvias llegan
tras todos ellos: ‘¿Me dejarán un lugar
para que el conductor duerma y descanse? ¿Podré asearme tras el viaje?’
Deberían no ser preguntas difíciles de responder pero en cuestión de familia,
puedo aseguraros que directa o indirectamente, estas respuestas siempre suelen
ser confusas y francamente absurdas. Desde que el dolor los ciegue y no vean lo
obvio que hay ante sus ojos, desde la rabia de no desear ver a nadie pese a que
se hace por honor al difunto y no a los vivos, por el miedo de que se vaya
buscando una absurda herencia que sin duda ya no existe,… hasta estupideces más
grandes que pondrían los pelos de punta al más curtido en la materia.
Al final, uno no sabe muy bien por que, el hombre, el conductor,
el que se ha chupado esos mil quinientos kilómetros de ida, acaba durmiendo dos
horas en el coche que esta vez hará de hotel. ¿Qué pasa con las mujeres de la
familia? Obligadas o no, deberán velar al muerto toda la noche, lo deseen o no,
pues eso es lo que se estila en el pueblo, no porque sus costumbres sean
antiguas o arcaicas, sino porque el dolor, compartido junto al fallecido,
parece ser menor (jamás lo he entendido bien del todo pero respeto lo que mis
mayores me enseñaron algún día mientras me mostraban, con muchas trabas, como
ser mujer en un mundo de hombres).
Tras la noche en vela, la misa, el seguir el féretro
caminando desde la iglesia hasta el cementerio. Ayudar a los familiares más
directos a que no pierdan la poquita compostura que llega cuando el adiós
definitivo de los restos llega de repente (si eres uno de esos familiares,
perder el juicio, gritar, desfallecer por no creerte lo que esta sucediendo,
está más que escusado).
Desde el cementerio, cuando has dejado un trozo de tu corazón
tras una inmensa losa, toca desandar el camino, el regreso a casa y esos mil
quinientos kilómetros de vuelta sin descanso que se hacen “aliviados” pero
francamente desfallecidos por todo lo que ocurre en apenas tres días.
La muerte es dura cuando llega y no distingue ni en edad,
ni en género, ni en religión,… Hay que esperar tener la mente clara cuando
llega sobretodo para no dejar que los tuyos, pese a tu dolor, acaben durmiendo
en un coche por no ser bien acogidos ni por ti ni por los tuyos.
MORALEJA: Hoy se enterró un ser muy amado
por mí. Aún no creo que mañana no vaya poder verle, que ya no pueda volver a
escuchar su voz, que no pueda volver nunca a tocar sus manos, sentir el olor de
su cuerpo, recibir uno de sus enormes abrazos.
En memoria de todos los que han sufrido una perdida reciente y a todos aquellos que tratan aún de asimilarla, sólo decirles que el dolor pasará. No puedo deciros cuando pero un día, despertaremos, quizás tras haber soñado con ellos una última vez, y el alma aspirará libre por fin de una “carga” que no lo es. A partir de ese día, dolerá menos y las alegrías podrán volver por fin, a ser plenas para nosotros. ¡DESCANSA EN PAZ MI DULCE MARÍA!
En memoria de todos los que han sufrido una perdida reciente y a todos aquellos que tratan aún de asimilarla, sólo decirles que el dolor pasará. No puedo deciros cuando pero un día, despertaremos, quizás tras haber soñado con ellos una última vez, y el alma aspirará libre por fin de una “carga” que no lo es. A partir de ese día, dolerá menos y las alegrías podrán volver por fin, a ser plenas para nosotros. ¡DESCANSA EN PAZ MI DULCE MARÍA!
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