Martes, 4
de marzo de 2014
Querido Rupert,
Convertirte en
mi consolador virtual a veces no es nada fácil para mí. Hay sueños que me
enrojecen a mí misma cuando después, desde mi yo consciente, los pienso y
quiero contártelos. El de la noche pasada es uno de ellos.
Volvía al
trabajo, a uno nuevo, y me encontraba con un hombre que apenas había visto un
par de veces y con el que había mantenido un par de situaciones de lo más
morbosas que puedas imaginar (sexo en lugares públicos, interactuando con otros
en locales de parejas, viviendo la noche en un coche con espectadores,…).
Hacía ya como
seis o siete meses que no nos veíamos. Todo fue normal, como si dos extraños
que sabían que tenían que guardar las distancias por seguridad y decoro.
Al acabar la
jornada laboral todo fue diferente. Me esperó en el parking. Me subí a su coche
(no le tenía miedo). Nos alejamos durante media hora larga de camino hasta
aparecer en el centro de una ciudad cercana. Nos bajamos y fuimos caminando
hacía un sex-shop cercano (no tenía miedo).
Era un centro
que no sólo tenía utensilios para dar placer sino que contaba con un cine donde
se proyectaban películas X y dónde podías acceder sólo a acompañado (no me daba
miedo).
Accedimos ambos
a dicho cine. Era una sala mediana, para
ciento setenta personas. No había mucha gente pero todos eran hombres. Yo era
la única mujer en una sala donde todos sabían muy bien a lo que iban (sin
miedo).
Nos sentamos los
más atrás de todo y empezamos a dejar que toda aquella visión, toda aquella
escena real y proyectada, nos fuera invadiendo por entero. El metió la mano
bajo mi vestido. Me rozó sólo el muslo pero la descarga en mi cuerpo fue como
jamás la había sentido. Introdujo la mano por el escote y sacó mis pechos del
sujetador. Los hizo asomarse por fuera del vestido a la vista de todos. Nadie
nos miraba, no aún. Su boca empezó a chupar mis pechos enérgicamente. No pude
contener mis gemidos. Cuando mi voz de fémina inundó la sala, todos se dieron
la vuelta para ver de donde venía. ¡Era el centro de atención!
Sus dientes me
dedicaban dentelladas acertadas en mis pezones volviéndome loca de placer. Mis
gemidos volvieron a inundar la sala. Ahora no era sólo el centro de atención
sino que todos,… querían acercarse a observar la escena real más cerca.
Tenía a unos
quince hombres o más rodeándonos a ambos y observándonos con deseo rezumando
por cada poro de sus cuerpos (no me asustaban).
Él, mi
acompañante levantó mi falda dejando todas mis piernas a la vista. Eso causó un
grito de excitación colectiva. Yo me sentía cada vez más fogosa. Mi
acompañante, se puso ante mí de pie, recostado un poco. Bajé la cremallera de
su pantalón. Saqué su miembro y empecé a besarlo, a succionarlo, a lamerlo ante
todos. Aquello los volvió locos a todos que deseaban ser él. Yo estaba un poco
inclinada cuando noté que uno de los hombres, se rozaba con mi trasero. Tenía
su sexo tremendamente erecto pero sólo se rozaba sin hacer nada más. ¡Eso me
puso tremendamente cachonda!
Mi acompañante
le indico que podía seguir. Empezó a subir un poco más mi vestido. Besaba mi
espalda y acariciaba mi cuerpo con mucha pasión (me encantó sentir las manos de
un desconocido reconociendo el mapa de mi cuerpo). Otro hombre distinto se
acercó y empezó a rozarse con una de mis piernas también esperando su turno. Mi
acompañante hizo un gesto y ambos se turnaban a cada lado, reconociendo un
cuerpo hirviente de una mujer lascivamente perversa, de una mujer difícil de
satisfacer sólo por un macho, de una mujer en ropa interior metida en una sala
con quince desconocidos con ganas de saborear un buen trozo de hembra.
Mi vestido había
caído sobre una de las butacas. Yo no podía dejar de gemir más y más de placer.
Ahora tenía a un hombre ante mí, que guiaba a los demás y al que le estaba proporcionándole
agradecida, una mamada increíble. Sentí como uno de ellos ladeaba mi braguita y
se adentraba en mi sexo. Eso me revoluciono inmensamente. Podía ver a los demás
de la sala, con sus sexos en la mano, disfrutando de la visión de porno en
directo y queriéndose ser participe de aquella escena que estábamos realizando
sin guión previo, sólo dejándonos llevar por las ganas de saciar una sed
gigantesca de deseo.
Uno a uno,
fueron saciando mis ganas y las suyas. Todos se adentraron por mí con ganas de
agotarme. ¡Ninguno pudo! Ni siquiera los quince que rotaron dos veces
follándome por delante y por detrás.
La película
acabo y ellos acabaron casi sin fuerzas. Yo seguía teniendo más hambre, más
ganas de más. ¡Aquello no había hecho más que empezar para mí!
El sonido del
despertador me sacó de mi ardiente ensoñación. Estaba completamente húmeda por
toda mi entrepierna, como si el sueño lo hubiera vivido en mis propias carnes
durante toda aquella noche.
Cuando pienso en
todo lo que decía Freud sobre los sueños, creo que me estoy volviendo una
adicta al sexo por momentos, una yonqui del morbo en estado puro, una
sumisa-dominadora de todo lo que sea deleitosamente irreverente. Pero luego
recuerdo al gran Calderón de la Barca diciendo: “Y los sueños, sueños son”.
En fin amigo, si
me ves precipitarme al vacío del vicio, no se si decirte que me salves o que me
dejes morir en el intento de verme satisfecha por entero como fémina (creo que
llegado el momento, ya te haré saber cual de las dos elijo).
Ahora mismo sólo
deseo volver a mi cama, tapar mi cuerpo desnudo con las sábanas y el nórdico, y
esperar, abierta en todos lo sentidos, que una nueva historia de goce puede que
viva esta noche.
Un abrazo
sincero y puro de tu amiga,
AFAYA
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