No es fácil ser
comercial de productos para el sexo femenino y no sentirse seducido por ellos.
Quien crea que la lencería es algo que no excita a un hombre, se equivoca por
completo. El ver un coulotte
enmarcando unas preciosas nalgas, ver un sujetador con escote balconet y ver los pechos asomándose a
este es una delicia que pocos saben apreciar tanto como yo.
Era mediados de
marzo cuando el sol empezaba a hacer que las mujeres prescindieran de algunas
prendas de ropa y emperezaran a enseñar un poco más de piel (lechosa pero igual
de bella).
Estaba por el
norte de España, visitando unos clientes nuevos cuando me encontré con una
mujer que era una verdadera delicia: pelo oscuro ondulado a media melena, ojos
verdes, piel pálida, labios carnosamente deseables. Se llamaba Arantxa. No
debía tener más de treinta años (yo tenía cerca de los cincuenta).
Tenía una tienda
de lencería que su madre había llevado hasta la fecha y que ahora, se la había
traspasado a ella. Su padre había muerto hacía ya veinte años y su madre y
ella,… estaban muy unidas.
Empecé a
enseñarle la colección primavera-verano cuando su madre entró por la puerta de
la tienda. ¡Quedé fascinado! Se llamaba Maitane. Si su hija tenía treinta ella
debería tener sesenta o cincuenta y mucho pero no los aparentaba. Llevaba el
pelo corto, los ojos igual que los de su hija, cuerpo bien moldeado y cuidado,
con una falda de tubo sensual que marcaba sus curvas naturales de una forma que
era difícil no fijarse en ella.
La saludé
cortésmente y me presenté. Al ver a una al lado de otra, bien podían pasar por
hermanas en vez de por madre e hija.
Maitane me
solicitó ver los artículos que llevaba para mostrarlos. Entre ellos había unos
deliciosos corpiños que la volvieron loca de contenta.
Me dijo que
llevaba tiempo buscando algo así pues le encantaban, pero que todos los que
había visto hasta la fecha, iban prendedores para las medias. Pero ella los
quería sin eso, para lucirlos con vaqueros. Cogió un par y se los fue a probar
al probador. Salió al cabo de poco mostrando uno de ellos tanto a su hija como
a mí: era rojo y negro, con un volante fruncido de raso en la parte del escote,
con unas cenefas un poco antiguas y se ceñía a su cuerpo como una segunda piel.
Le dijo a su hija que tocara el tejido de la prenda que llevaba puesta. Arantxa
pasó la mano desde el escote hasta la cintura tan lentamente que mis ojos no se
como aguantaron dentro de las cuencas de mis ojos.
Volvió adentro
para probarse el segundo. Era un modelo blanco con líneas rectas negras que se
cerraba por delante con unos cierres discretos pero que dejaban ver un poco de
piel. Salió de nuevo para mostrarlo y mi cuerpo se estremeció por entero pues
le quedaba un poco justo (supongo que llevaba una ciento cinco, ciento diez de
pecho, y aquel era la cien). Mientras se miraba en el espejo coqueta y le decía
a su hija si le quedaba bien, dos corchetes se abrieron dejando ver sus pechos
casi por enteros. ¡Casi muero de placer! Su hija corrió hacia ella y entre
asustada y comedida, tapó amorosamente a su madre con sus propios pechos,
abrazándose a su cuerpo. Jamás hubiera esperado aquel acto entre una madre y
una hija.
Tenía que estar
constantemente conteniendo mis impulsos de hombres. Estaba solo en la tienda
cuando empezó a llover a cantaros.
Había pasado
unos cinco minutos desde que se metieran ambas hacia adentro cuando salieron
ambas a la vez. Me tocaron en el hombro pues yo por respeto a ambas, me puse de
espaldas hacía donde habían desaparecido. Cuando me di la vuelta jamás hubiera
imaginado ver lo que vi: madre e hija, con los corpiños puestos y con unas
braguitas puestas sin más ni más ante mí. La hija, que tenía menos pecho que la
madre, se puso el blanco con listas negras que le quedaba,… deliciosamente
bien. Ambas salieron y se pusieron una delante de mí, la otra detrás, y se
apretaron fuerte contra mi cuerpo. Delante de mí estaba Arantxa y Maitane, a
mis espaldas. Rozo suavemente con sus dedos mi cuello mientras acercaba mi boca
a la de su hija. Su hija la miraba a ella no ha mí. Eso me excitó. Era un juego
de seducción que jamás había probado, y, sin lugar a dudas, me dejé llevar por
lo que estaba sucediendo.
Mientras besaba
apasionadamente a Arantxa, su madre me quitó la chaqueta y fue desabrochando
lentamente uno a uno, los botones de mi camisa. La tienda seguía abierta y
cualquiera podría entrar o vernos desde fuera. ¡No les importaba! A mi dejó de
importarme cuando Arantxa abandonó mis labios para perderse en mi pecho,
mordisqueando, succionando, deleitándose por completo con mi torso de hombre.
Su madre seguía
desnudándome para su hija. Sus manos se deslizaban por mi cintura,
desabrochando mi cinturón y luego, mi pantalón dejándolo caer al suelo. Arantxa
abandonó un momento mi torso, para bajar su boca y besar mi sexo erecto por
encima de mi boxer gris oscuro. Casi pierdo la consciencia del entusiasmo. Una
mujer joven, de forma sumisa casi postrada ante mí, fue una fantasía hecha
realidad.
Arantxa se
arrodilló y su madre, me bajó el boxer para que su hija me probara la primera.
Besó mi sexo, lo lamió por encima hasta que se lo metió en la boca y empezó a
deslizarlo suavemente por dientes, por su lengua. Su madre tenía sus pechos en
mi espalda y con sus dedos, me torturaba espléndidamente lo pezones haciéndome
hervir por entero. Su hija seguía arrodillada, proporcionándome un placer
extremadamente intenso cada vez más.
No se cuanto
tiempo permanecí sereno contendiendo mi derrame, pero fue mucho el que ellas,
no encontraba lugar para seguir aportándome goce por entero una y otra vez.
Arantxa se
incorporó y se cambió por su madre. Maitane estaba ahora frente a mí y eran los
dedos de su hija los que se deslizaban ahora por mi cuello acercándome a la
boca de su madre. Mientras nos besábamos, Arantxa me apretaba con una mano
contra sus pechos y con otra me proporcionaba una delicia de fruición continua
en mi sexo. Su madre se apartó de mis labios y se dio la vuelta para que su
hija, le metiera mi sexo dentro de ella. Yo me dejaba llevar y… cada vez estaba
más placenteramente gustoso de ser su juguete sexual. Cuando la madre empezó a
gemir la niña deslizó sus dedos por su sexo. No pude verlo pero sentía su mano
a la altura de mi trasero y sus gritos de goce y delicia en mi oído que hacían
incrementar más y más mi deseo. Yo no podía contenerme más y cuando Maitane se
derramó, no pude dominarme más y dejé que mi leche se vertiera dentro de ella a
placer. Un grito de goce se esparció por toda la tienda. Primero el de la
madre, luego el mío y luego el de su hija.
Jamás creí que
aquello me pudiera suceder a mí. Lo que si me quedó muy claro es que las
mujeres, cuando desean, pueden conseguir de nosotros, con muy poco, que
caigamos en sus juegos de seducción (y nosotros,… encantados de ser parte de
sus perversiones más ocultas).
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