ÁTAME LOS BRAZOS A LA ESPALDA
Átame los brazos a la espalda.
Llévame al borde sin miedo.
Déjame junto al precipicio
de tu esencia para que me lance sola,
desnuda en cuerpo y alma,
en buscas del deseo.
Anúdame las manos.
Azótame con la fuerza
que escondes en tu interior.
Doblégame ante tu furia
de macho insaciable
y hazme tuya, aquí y ahora,
en este instante,
sin tiempo que perder.
Soy tu esclava,
la musa oscura de tu fuego ardiente,
la que habita en tus pesadillas carnales
devorándote de la cabeza a los pies.
Soy la esencia pura de la hembra,
el éxtasis hecho carne de mujer,
la loba, la amante, la diosa fértil,
insaciable siempre
que se postra ante tu ser.
Soy la sumisa perfectamente rebelde,
la dominadora que nunca cogió
látigo para fustigarte,
la ama mansa
que se mece entre tus carnes,
la dócil fémina
que se enerva ante tu ser.
Soy tu fiel puta,
señora sin amo ni dueño
enlazada siempre a tu sombra,
la que nadie nunca conocerán a tu lado,
la que jamás será de nadie más.
Átame los brazos a la espalda.
Llévame al borde sin miedo.
Déjame junto al precipicio
de tu esencia para que me lance sola,
desnuda en cuerpo y alma,
en buscas del deseo.
Déjame postrarme,
para siempre,
de rodillas ante ti.
Concédeme la voluntad
de morir en tu beso más húmedo,
en tu último gemido voraz de tu boca,
aferrada borde mismo
del manantial de tu néctar vital.
Dame la vida dándome muerte.
Los franceses sabían ese secreto:
en “la petite mort” yace
la respuesta encontrada
por siempre de los mejores amantes.
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