NO SERÉ JAMÁS TU FLOR BLANCA
Nací encarnada,
escarlata por dentro y por fuera,
intensa como los primeros
rayos de la primavera,
pura exaltación hecha flor.
Fui carne nacida de la tierra
mas ardorosa que existe
en este mundo perdido.
El sur tejió en mis cabellos,
entre el aroma de azahar
y el rumor a siesta,
ilusiones carnales bordadas
con proposiciones de casorios.
El norte me ciñó mi silueta,
enalteciéndome mas allá que ninguna,
haciéndome dura por fuera y por dentro,
agraciada de aquí a la eternidad
(nadie poseía ambos polos
dentro de si mismo,
resiguiendo el sin fin
finito de una vida).
Me alimentaba del rocío mas oscuro
de las madrugadas cómplices.
Bebía a boca llena,
las ansias exaltadas de la juventud
inclemente jamás satisfecha.
Yacía con las codicias
mas impuras noches infinitas
que moraban sólo
en lo mas tenebroso del deseo.
¡Ninguna blancura habitaba en mí!
Ni en ternura,
ni en esencia,
ni en ropajes
de encajes ceñidos
a vírgenes puras
a punto de ser
desfloradas por el capaz
de turno siempre dispuesto.
¡Nada!
Carmesí siempre eterno.
¡Ese era mi tonalidad
por nacimiento predestinada!
Ni verde, ni azul, ni naranja,…
¡Jamás blanca!
Granate, rojo, bermellón.
¡Esa era mi virtud asociada!
¡Esa era mi salvación amparada!
¡Esa era mi voz no silenciada!
Esa, sin duda alguna, era yo.
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