Trabajaba en una
empresa de publicidad y nos habían encargado el montaje de tres stands de la Feria de Madrid.
Me había
desplazado hasta Madrid para la supervisión del montaje. Luego, permanecería
allí toda la semana para poder arreglar cualquier desperfecto que surgiera con
cualquier cosa.
Cuando los
stands estaban montados y la feria estaba a punto de abrir sus puertas, me dí
cuenta de que faltaban varias luces que se habían fundido. No me lo pensé y me
puse mi Mp3 (para no pensar en la altura). Mientras la música sonaba subí una
gran escalera de tres metros para poder cambiar las del primer stand. Desde
allí arriba podía ver a las azafatas que iban llegando (preciosas, esbeltas,
deliciosamente sensuales. Yo era una chica normal, proporcionada, pero sin nada
que destacara con un simple vistazo).
Al bajar vi que
en las escaleras había un papel pegado y decía:
“Tremenda. Si
hubieras estado más
tiempo ahí
arriba hubiera subido
a… ¿Puedes
imaginarlo?”.
Sonreí. Miré a
un lado y a otro. No vi a nadie. Me sentí admirada, bella, sexy. No me
importaba quien lo había escrito. Sentirme el centro de la mirada de un hombre
me hizo estremecerme de la cabeza a los pies.
Seguía mi ruta
con la escalera para cambiar las luces. Volví a subir y al bajar otra nota:
“¿Me estás
provocando?”
¿Provocar? Pero
si no estaba haciendo nada de raro. Estaba rodeada de bellísimas azafatas de
esas que crean ilusiones y pensamientos impuros sólo con mirarlas de refilón.
Fui al tercer
stand y cuando colocaba la última bombilla estuve a punto de caerme. Me agarré
fuerte a la escalera pero durante un rato no me vi capaz de bajar. Entonces
sentí un suspiro a mi espalda y una mano que me agarraba por la cintura.
-
Te ayudo, no te preocupes.
Fui bajando con
la seguridad de que no me iba a caer. Al llegar al suelo me di cuenta de que
era un hombre muy alto, de un metro noventa y cinco como mínimo, moreno, cuerpo
moldeado pero no musculoso, elegante, vestido con un tejano azul oscuro y una
camisa lila claro con una corbata de color negro con reflejos morados
exquisitos. Tenía un aroma que embriagaba. Me quedé mirándolo fascinada
deseando que fuera el escritor de la notas.
Me preguntó si
estaba bien. Le respondí que si y se marchó. No me dijo su nombre. Miré en las
escaleras pero no había nota.
Fui a guardar
las escaleras en un pequeño almacén que nos habían dejado. Cuando abrí la
puerta, sentí como me empujaban para adentro. Cerraron la puerta con la luz
apagada. Podía sentir el sexo erecto de un hombre en mi trasero. Eso me excitó
mucho. Me cogio mis manos y con la otra, desbrochaba mi pantalón y el suyo.
Sentí como su sexo atravesaba el mío fuertemente. ¡Creí morir de placer! Sentía
su fuerza, sus gemidos mezclados con los míos. Estaba muy húmeda. Todo mi
cuerpo ardía de deseo. Me corrí con sus embestidas una y otra y otra vez.
Deseaba que no parara, que siguiera follándome salvajemente.
Introdujo su
mano por mis labios mientras su sexo seguía dentro de mí y empezó a deslizar
sus dedos por mi clítoris. ¡Me estaba volviendo loca de deseo! Gemía como una
posesa. Deseaba más y más. Sentí como se derramaba dentro de mí. Su leche
caliente me hizo derramarme en un orgasmo bestial que me dejó casi sin sentido.
Cuando lo recobré, estaba vestida, como si nada hubiera pasado y no había nadie
conmigo. Pensé que era un sueño y casi me lo creo si no fuera porque todas mis
braguitas estaban inmensamente mojadas.
Al día siguiente
me presenté en la feria como cualquier día normal. Lo que había pasado formaba
del el pasado. Yo debía seguir con mi trabajo. Iba de aquí para allá. Paré un
momento para tomar algo de comida y en el plato,… otra nota:
“Sigo con ganas
de ti.
No me quedé
saciado ayer.
¿Te gustaría
volver a probarme?
A mi me
encantaría devorarte”.
Aquella nota me
excitó mucho. ¿Cómo podría demostrarle que quería volver a disfrutar de él? No
sabía quien era y no sabía como hacérselo saber.
Fui para dentro
del primer stand y de nuevo,… me arrinconó. Pero esta vez, me tapó los ojos, me
levantó sobre un arcón, me bajó los pantalones, mis braguitas y empezó a
comerme. Sentir su lengua en mi sexo ardiente me hizo gritar de deseo, gemir de
placer. No podía contener mis orgasmos que se encadenaban cada vez más y más.
Perdí el sentido de nuevo. Él se había ido.
El tercer día la
nota estaba en mi café de buenos días:
“Hoy quiero
hacerlo
con público. ¿Te
atreves?”
No sabía a que
se refería pero deseaba probar su nueva perversión. No pasó nada durante toda
la mañana. Creía que se había arrepentido. Fui a comer algo a un restaurante
que había dentro del mismo recinto. Me senté sola. Al poco tiempo alguien dejó
una caja en mi mesa. Dentro había unas gafas de sol que no permitían ver nada y
una nota:
“Póntelas e iré
donde estás tú”.
Me las puse y
ipso facto, se sentó delante de mí. Su pierna me abrió las mías. Su pie se
deslizó por mi sexo y lo frotaba haciéndome disfrutar de un modo distinto.
Tenía que contener mis ganas de gritar pero el hacerlo delante tantas personas,
tenía mucho morbo, me excitaba. Yo deslicé mis pies hacía sus pene que el había
sacado de su bragueta. Empecé a frotarlo con ambos pies como si fuera como si
dos manos lo masturbaran. No podía verle la cara, pero cogía mi mano y la
apretaba conteniéndose mucho (me gustaba sentirle caliente y deleitándose de
mis caricias). Sentí su leche derramarse por mis pies. Cuando me quité las
gafas no había nadie.
Las perversiones
siguieron todos los días y sin su rostro. Por toda la feria lo hicimos a
oscuras, delante de todos pero sin ser vistos. ¡Había sido increíble!
El séptimo día la
nota estaba en mi hotel, pegada a la puerta de mi habitación.
“Esta noche
ponte vestido fácil de quitar.
No lleves ropa
interior.
Te espero a la
puerta de la feria”.
Sólo quedaba un
día de feria y por la noche no había nadie. De todas formas fui tal y como él
me dijo. Me tapó los ojos con una venda y abrió una puerta. Me desnudó y sentí
como se quedaba sin ropa. Se encendieron muchas luces y entonces, me quitó la
venda. ¡Era él! El chico de la escalera. Estábamos dentro del pabellón de la
feria, desnudos los dos. Me tumbó en el suelo y me penetró (estaba muy mojada).
Con cada movimiento de cadera me volvía loca. Me dio la vuelta y a cuatro
patas, me penetró analmente (jamás lo había probado,… era fascinante). Seguía
sintiendo su fuerza, su poder, su tremenda erección. Quise recompensarle por
una semana genial. Me di la vuelta. Me amorré a su sexo y empecé a comérselo
lentamente, dedicándole con mi lengua caricias que jamás había proporcionado a
nadie antes. No pudo contener su orgasmo y su ambrosía se derramó en mi boca.
Sus dedos se deslizaron por mi sexo mientras seguía con su sexo en mi boca. Me
proporcionando un orgasmo y luego otro y luego otro.
Fue una semana
sorprendente. Jamás había disfrutado tanto con un desconocido y no creo que
jamás pueda volverlo a hacerlo.
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