Todos andaban
frenéticos con aquella reunión (la fusión de dos empresas suelen acarrear este
tipo de tensión). Había que debatir muchas cosas y los dos hombres al cargo
tenían demasiado orgullo ambos para ceder a concesiones (aún no estaba muy
claro quien compraba a quien).
La
administrativa de la otra empresa y yo (no diré los nombres por respeto a la
intimidad) llevábamos días intercambiándonos la información sobre una empresa y
la otra, intentado que la información fluyera y las tensiones disminuyeran. ¡No
lo conseguimos! Los nervios estaban a flor de piel y, cualquier movimiento en
falso, era considerado una concesión contra el “enemigo” (todo aquello parecía
una guerra abierta entre dos bandas callejeras).
Llegó el día de
la “última” reunión. Estábamos preparando la sala (la documentación, el agua,
el proyecto cuando, chocamos y todos los papeles fueron a parar bajo la mesa.
Ella se arrodilló a cogerlos conmigo y, justo cuando estábamos allí abajo la
dos que no se nos veía, entrados todo en la reunión en tropel. La mesa era
redonda pero en las dos puntas, se colocaron los dos jefes: el de ella a la
izquierda y el mío a la derecha de nosotras. Quisimos salir y dar la cara, pero
enseguida empezaron a hablar e intentamos guardar el máximo silencio posible
para no entorpecer a nadie. Nos quedamos sentadas las dos, en el centro de la
mesa por debajo y esperamos. No tenía porque dura mucho, estaba todo dicho,
pero nos equivocamos. Había pasado una hora y el calor había aumentado no solo
bajo la mesa por los focos sino en la sala por las palabras y la fuerza de
estas. Ella y yo, empezamos a hablar de que no entendíamos el porque de tanta
tensión. Y poco a poco aquello se fue calentando para peor. Llegó un momento en
que cerraron todas los stores de la
sala y pidieron que saliera todo el mundo. Ella y yo no nos asustamos. Ambas
estábamos sentadas espalda contra espalda mirando las piernas cada una del jefe
de la otra. Supongo que fue el calor de la sala, la fuerza de aquellas dos
voces tan fuertes y tan masculinas, pero empezamos a la par a mirar mas allá de
las piernas y a vislumbrar que entre estas, nacía un hombre que tenía algo
mucho mas valioso entre ellas de lo que una mujer esta dispuesta a reconocer.
Yo no podía dejar de mirar. Los pliegues
de aquel pantalón tierra me estaban causando calores en todo mi cuerpo. Podía
notar como Sonia le estaba pasando lo mismo pero con el de mi responsable. Las
dos nos desabrochamos a la vez los dos primeros botones de nuestras blusas e
intentamos abanicarnos con nuestras manos para serenarnos. ¡No pudimos! Allí
había cuatro personas, dos hombres y dos mujeres, que desde hacían días
necesitaban aliviar tensiones y a nosotros, se nos desbordo el asunto entre las
manos. Sonia y yo nos descalzamos y fuimos como gatitas silenciosas hacia
ellos. Sus voces sonaban y resonaban por la sala. Eso convertía aquella
situación en mucho más morbosa de lo que ni ella y yo hubiéramos imaginado
nunca. Nos pusimos ambas delante de ellos y a la vez, acariciamos ambas piernas
en dirección hacia su paquete por encima del pantalón. ¡Hubo un largo silencio!
Nosotras no podíamos saber lo que pasaba por encima. Seguimos acariciando las
piernas casi a la par y el silencio siguió. En poco tiempo notamos que sus
penes se alteraban de manera exuberantemente abultada ante nuestros ojos por
debajo de la cremallera. Bajamos las cremalleras y sacamos aquel descomunal
miembro de cada uno, para poder calmar sus ganas y las nuestras. Yo empecé a
saborear aquel sexo duro, fuerte, viril lentamente. Podía escuchar como trataba
de contener los gemidos aquel hombre que hasta ese momento, no había contenido
sus palabras. Aquello me excitó mucho. Podía sentir la humedad en mis braguitas
y eso que él no me había tocado aún ni un pelo de mi cuerpo. Seguí poco a poco
y lentamente, incremente el tiempo de succiono. Eso le volvió loco. No podía
contener su placer. Yo lo controlaba por el con mi boca. Cuando veía que se
embalaba, tiraba un poco de la corbata hacia abajo que le asomaba por debajo de
la mesa a la misma vez que frenaba. Eso al principio no le produjo nada. Pocos
minutos después, cuanta más presión había en su cuello, mas empalmado estaba
(la falta de aire le estaba poniendo tremendamente más cachondo). Mis pezones
me dolían. Los tenía duros, excitadísimos. Los saqué por fuera de la blusa, por
fuera del sostén. Sonia hizo más o menos lo mismo. Estábamos allí,
arrodilladas, con la falda un poco subida para maniobrar mejor, semi desnudas
de cintura para arriba y ellos no sabían ni quien eran las que estaban dándoles
tanto placer bajo la mesa. Alguien y rompió en la sala y ambos gritaron a la
vez:
“¡¡¡SALGA DE AQUÍ Y CIERRE LA PUERTA!!!”
Ahora si que
podíamos estar tranquilos, sin sobresaltos de ser pillados. Pero aquella
pequeña incursión, aquella presión de ser casi pillados, había inflamado a los
cuatro sin menor duda. Las dos estábamos allí, dedicando nuestras caricias con
la lengua en sus sexos y se derramaron en la boca casi a la par. No gritaron
pero se cogieron a la mesa con tanta
fuerza que casi la rompen. Aquella fuerza me excitaba. Necesitaba
sentirla dentro de mí. Corrieron ambos la mesa hacia un lado con sus bergas
fuera derramando aun leche y nos cogieron a ambas y nos empotraron contra la
mesa con los traseros mirando para ellos. No se les había bajado aún. ¡Eso era
increíble! Miré a Sonia y ambas estábamos disfrutando de aquello. Sería como
verse reflejada en un espejo. Ladearon nuestras húmedas braguitas a un lado y
adentrado sus penes en nuestro respectivos y ardientes sexos. No pudimos controlar
nuestros gemidos ni Sonia ni yo. Ver la escena delante de lo que estaba
ocurriendo era como vivirla dos veces. Gemíamos, no podíamos dejar de gemir los
cuatro una y otra vez. Las embestidas eran increíblemente fuertes, salvajes. Necesitábamos
consumir toda aquella tensión. Contemplé como Sonia llegaba al primero de sus
orgasmos y eso aceleró el mío. ¡Fue extraordinario! Seguían follándonos con la
misma fuerza, sin parar, bien duro. Yo gemía, Sonia gemía, ellos gritaban de
placer. Los orgasmos llegaron a nosotras una y otra vez, de manera encadenada,
sin parar. No parábamos de gritar:
“Más, quiero más.¡¡¡NO PARES!!!
¡¡¡NO PARES!!!Quiero más”
Aquello nos
excitaba a los cuatro por igual. Seguían empalmados, dándonos tanto como les
pedíamos y más, mucho más, sin bajar el ritmo ni un solo instante.
De golpe,
pararon los dos de golpe y sin decir nada, nos la metieron por detrás. La
primera penetración anal de mi vida. No me dolió. A Sonia tampoco. ¡Eso me
sorprendió! Me gustaba esa nueva sensación. Me embestía magistralmente. Veía
como Sonia era embestida. ¡Madre! Aquella era una perversión jamás soñada que
me estaba proporcionando un deleite inimaginable. Deseabas más, y más, y más.
No quería que parara. No estaba saciada,
aún no. Deslizo sus dedos hacia mi clítoris mientras seguía empujando, dándome
bien duro y llegué al orgasmo más bestial de toda mi vida. Grité como nunca y
sentí que lo mismo le pasaba a Sonia. Nos quedamos los cuatro recostados sobre
la mesa, ellos sobre nosotras, nosotras sobre la tabla. Estuvimos así un buen
rato. ¡Había sido fantástico todo aquello! Inesperadamente morboso hasta la
extenuación.
Después de
aquello, sin tensión, los acuerdos llegaron a buen puerto y la fusión fue todo
un éxito.
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