Tengo que reconocer que si me hubieran
contado lo que me iba a pasar no les hubiera creído. Yo que iba siempre de
persona seria, cuerda y sensata cometiendo una de las locuras más grandes de mi
vida y con un completo desconocido.
Un día, no recuerdo cual, iba al trabajo
como todos los días en tren. Estaba a tope de gente. Yo me puse mi Mp3 con
música relajante para leer y me puse con la última novela que había comprado.
Habían pasado sólo quince minutos cuando me sentí observada. Esperé un poco más
con la esperanza de que aquella sensación desapareciera pero no. Alce la mirada
de golpe y a mi derecha, en la otra fila de asiento, pillé a un hombre
mirándome descaradamente. Al pillarlo in
fraganti, hizo un gesto gracioso con la cara para despistar y sonreí. Se
puso colorado.
Al día siguiente fui yo la que le busqué a
él con la mirada. Miraba a un lado y a otro sin encontrarlo. Me giré y me pilló
él a mí mirándole. Enrojecí de vergüenza. ¿Por qué le había buscado si ni sabía
quien era?
El tercer día me senté y el se sentó a mi
lado. Ese día pude fijarme mejor. Llevaba tejano azul oscuro desgastado,
camiseta de cuello alto negra. Sus manos eran francamente grandes, sus ojos
marrones, su pelo teñido de canas entre cabellos castaño oscuro. Mientras
estábamos sentados uno al lado del otro, me rozó la pierna sin querer. ¡Me
gustó sentir su tacto! Su roce primero fue como una descarga eléctrica en todo
mi cuerpo. Se levantó y no cruzamos palabra.
Al siguiente día fui yo la que dí el paso de
sentarme a su lado. Crucé las piernas, hice que se me cayera el tacón y le rocé
su pantorrilla con mi pie. Pude observar como algo crecía en su bragueta y no
me desagradó nada la visión.
Había llegado el viernes y, al ir al
trabajo, no le había visto en el tren. ¡Tenía muchas ganas de verle!
La mañana de trabajo pasó triste, como una
rutinaria que no había tenido los días anteriores en que verle, había sido tan
intenso que ni me había dado cuenta de lo rápido que pasaba el libro.
Salí del trabajo como si nada y me fui a la
estación. Normalmente había poca gente en el vagón en el que volvía los
viernes. Aquel día estaba yo sola en el vagón. Iba a ponerme el Mp3 pues el
sonido de cerrarse las puertas acababa de sonar cuando una mano, paró un de las
puertas correderas de entrada para no perder el tren. ¡Era él! Estaba el vagón
sólo para los dos y se sentó justo en frente de mí. Eso me excitó mucho. Me
miró fijamente y yo le aguanté la mirada. Deslizó su pierna que rozó la mía. Me
quité el tacón y pasé mi pie por en medio de sus piernas por encima del
pantalón vaquero. ¡No se lo esperaba! Se puso duro de seguida (podía verle los
pezones duros a través del polo y su sexo, crecía bajo mi pie de manera
fascinante). Estábamos sólo pero en cualquier momento podía entrar alguien.
¡Eso no nos freno! Toda aquella situación era morbosa hasta la extenuación. Bajó
su cremallera del pantalón liberando su sexo ante mí. Yo descalcé mis dos pies
y lo empecé a masturbar con ellos. Era muy apasionante sentir como gemía y disfrutaba
con mis caricias. Deseaba que siguiera gimiendo para mí. ¡Eso me ponía! Ver su
cara de goce, sentir como aguantaba el llegar al clímax y como dejaba que no
parara, me excitaba de una manera que jamás había sentido hasta aquel momento.
Seguía frotando, deslizando la planta, los dedos, el empeine por su glande y
eso le volvía loco de placer. Sentí su leche derramarse por mis pies (creí
correrme yo también con aquel acto). Dejó su verga visible pero apartó mis pies
para deslizar los suyo sobre mi sexo como yo había hecho con él. Se descalzó y
su dedo gordo se adentró entre mis piernas, por debajo de mi falda. Jamás había
sentido una humedad como aquella en mi sexo con sólo un roce. Sólo presionando
poco a poco su pie contra mi sexo me derramé. Pero quería más y su dedo gordo,
se deslizo por mi braguita buscando mi clítoris. Con un pie apretaba mi sexo
por la parte vaginal mientras con el otro, me proporciona un orgasmo tras otro.
No podía controlarme. No podía dejar de gemir y de encadenar un desbordamiento
sexual con otro y luego con otro y luego con otro y luego con otro,… y no había
fin. Hubo un momento en que paró y yo, agradecida por aquel festival de placer
infinito, me arrodillé como pude ante él y me metí su sexo en la boca. Estaba
mas duro que la primera vez. Deslicé mi lengua por todo su gran miembro sin
dejar de saborear ningún rinconcito oculto. No tenía prisa, no me importaba si
nos estaban mirando o no. Yo deseaba recompensar a aquel Dios del sexo con un
orgasmo que le hiciera perder el sentido. Deslicé mis dedos por debajo de sus
huevos mientras mi lengua seguía jugueteando con su pene. Con la otra mano,
jugaba a masturbarle cuando mi boca buscaba sus huevos para metérmelos en la
boca. Los apretaba un poquito contra mi paladar con la lengua mientras mi mano
se deslizaba por su sexo. ¡Se estaba volviendo loco de placer! Volví a meterme
su sexo en la boca y no pudo controlar más tiempo su leche dentro. Se derramó
en toda mi lengua pero yo no dejaba de chupar mas lentamente viendo como los
escalofríos de placer recorrían una y otra vez todo su cuerpo por entero.
Cuando nos recompusimos, nadie había en el vagón pero sabíamos que habían
subido y bajado gente mientras nosotros estábamos en plena faena. Fue algo
increíble, peligroso, loco, pero indiscutiblemente lo más delicioso en cuestión
de sexo que yo había probado en mi vida.
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