Estaba pasando unos momentos duros en el trabajo. El exceso de
trabajo, la falta de personal, las exigencias del mercado me habían llevado a
trabajar más de doce horas seguidas delante del ordenador, atendiendo llamadas,
redactando informes y mi espalda, ya cansada, se empezó a resentir.
Un día 21 de abril estaba en Sant Cugat esperando para entrar a
ver a un cliente cuando llamó a la empresa el señor con el que había quedado
para decir que le era imposible quedar ese día y que le excusara por haberme
hecho venir. Quedamos para el 27 de esa misma semana y yo me fui caminando para
ir a buscar el coche. Había perdido media hora larga a parte del tiempo que
había tenido que invertir del traslado de mi trabajo a su empresa. No me había
dado cuenta pero justo delante de donde había aparcado el coche, había un
centro de masajes. Me había ganado un masaje de media hora así que entré para
aliviar la tensión de la espalda. Había un chico en recepción que me dijo que
esperara en la sala número 9 que pronto vendría el masajista. Cuando entré ya
había una chica esperando dentro. Di por supuesto que ella era la masajista y
empecé a quitarme la camisa para acabar tumbándome en la camilla. Ella estaba
un poco cortada pero yo no sabía porque. Le dije que podía empezar cuando
quisiera y sus manos empezaron a deslizarse torpemente por mi espalda. Alcé la
vista y me di cuenta de que no llevaba bata, ni uniforme, ni nada. No había
puesto aceite de masaje en la espalda, ni crema, ni nada. No podía relajarme
con una persona tan incompetente y ya estaba pensado en levantarme cuando sus
dedos pasaron de ser torpes manos a dedos muy dulces y sensuales que se
deslizaban ágilmente por mi espalda. No sólo me había empezado a relajar sino
que me sentía cómodo, me sentía bien, deseaba que no acabara. Cuando pensé que
iba por buen camino sus caricias se convirtieron en templos del placer. Sus
manos de deslizaban por mi espalda, por mis brazos, cerca de mi pantalón y me
hacía poner la piel erizada de placer, de deseo, de excitación creciente.
Me incorporé disimuladamente para verla y me dí cuenta de que
era una chica muy sensual. Llevaba una camiseta de tirantes de color melocotón,
una falda por encima de las rodillas de color negro con un poco de vuelo y
tacón medio con unas preciosas sandalias del mismo color que la blusa. Pero mis
ojos fueron más allá y vieron que llevaba un sujetador blanco que se
trasparentaba ligeramente y la falda no dejaba intuir si llevaba braguita,
coulette o tanga. Necesitaba saberlo y no sé como mi mano se posó por encima de
la falda. No era yo una persona impulsiva pero mis manos se lanzaron a su
trasero. Llevaba tanga y su culo era grande, proporcionado, muy firme. No me
había dado cuenta que mi placer no era sólo visible en mis escalofríos sino que
mi sexo estaba duramente recto y ella… lo había visto. Se había sonrojado como
si fuera una niña inocente pese a que pintaban los treinta en su cuerpo. No se
como se subió encima de mi en la camilla dejando caer las sandalias que llevaba
puesta al suelo. Yo me incorporé al ver su impulsividad pero me tope con sus
pezones erectos y me dejé llevar por la situación. Besé su boca y me devolvió
el beso apasionado. Bajé mis labios a sus pechos y con mis manos, los despojé
del sujetador ladeándolo para un lado.
Sus gemidos me excitaban mucho y mientras succionaba con delicia
sus pechos ella desabrochó mi pantalón y bajó un poco mi calzoncillo para dejar
a la vista mi sexo. Lo empezó a masajear con sus manos y yo no pude contener
mis gemidos. No sé como lo hizo pero magistralmente me hizo que la penetrara
con un movimiento diestro de cadera. Me tumbé del todo al sentir la humedad de
su sexo y como me aprisionaba con su bajo vientre dándome un placer
extraordinario con cada movimiento de cadera. Era una diosa y sabía como hacer
disfrutar a placer de un hombre. Empecé a sentir que gemía con más fuerza y
cuando se derramaba de deseo, apretaba mi sexo con el suyo con más y más fuerza
incrementado mi deseo, mis ganas de poseerla, las ganas de penetrarla con más y
más fuerza. Sentía sus gemidos, sus ganas, los míos y me ardía el deseo. Llegué
a un orgasmo enormemente intenso y me quedé traspuesto.
Cuando me incorporé para vestirme y salir del centro de masaje.
Cuando llegué a recepción para pagar el chico me preguntó que dónde me había
metido. Yo le respondí que en la sala número 9 como me había dicho. Cuando le
llevé a la puerta de dónde había salido me dijo que aquella era la 6 pero que
se le había caído uno de los clavos que lo sujetaban. Se disculpó por no
haberme atendido antes y le dije que no pasaba nada. No sabía si decirle que me
habían atendido muy bien cuando me respondió que si me esperaba, me atendería
un masajista. No se porque pregunté,… ¿Puede ser una chica? Y el me respondió
que lo sentía pero en plantilla sólo tenían chicos. Me quedé alucinado y le
dije que ya volvería otro día para el masaje que ya no podía esperar más. Jamás
volví a ver a esa chica pero cuando recuerdo sus gemidos, su ardiente sexo, su
movimiento diestro de caderas, sus pechos,… mi sexo se excita con ganas de
volver a sentir a aquella mujer especial de un solo día.
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