Había empezado hacía poco a trabajar en un Bingo. No es que
fuera el trabajo de mi vida pero tal y como estaba el panorama laboral, me
sentí agradecida. Nunca había pisado uno y supongo que eso, le gustó a mi
entrevistador. Seguro que pensó que era de las pocas “vírgenes” de bingo que
quedaban porque se rió mucho al saberlo.
Me tocaba trabajar todo los fines de semana por ser nueva y me
dí cuenta de lo supersticiosa que era la gente que venía: unos cruzaban la
puerta de espalda, otros elegían siempre la misma mesa, otro tenían la mesa
llena de amuletos,… Pero lo que realmente me sorprendió fue el asunto de los
cartones con un número determinado: unos querían el 15 (la niña bonita), otros
el 77 (las alcayatas), otros el 22 (los dos patitos), los menos supersticiosos
elegían uno con el 13 y siempre decían que la suerte estaba en ellos no en el
boleto.
Llevaba escasamente un par de semanas cuando entró un hombre que
no había visto aún. Me sorprendió aún no se porque. Desde que entró algo me atrajo
a mirarle con descaro y sin miedo a ser descubierta en mí mirar. Era un hombre
alto, moreno, porte elegante, bien vestido. Venía sólo y yo no es que supiera
mucho del ambiente binguero pero os puedo asegurar que para nada le pegaba
estar en aquel sitio. Me acerqué a su mesa deseosa de que me mirara a los ojos,
de sentir su voz, de sentir su aroma. Era raro en mi ese tipo de comportamiento
pero es que todo en él destilaba un aura que me atraía sin que yo pudiera hacer
nada para remediarlo (sinceramente, ni pensaba en remediar nada. Quería dejarme
embriagar hasta… donde fuera posible).
Llegué a su mesa y no pude articular palabra. Me miró, sonrió y
me pidió uno con el 69. Me sonrojé al sentir el número y deposito el dinero en
mi mano. Me alejé como alelada. Mientras las bolas salían no podía dejar de
observarle. Por un momento pensé en todas las novelas de misterio y amor. Me
vino a la cabeza la figura del vampiro y ese alo de seducción que le rodeaba.
Me imaginé que él podría serlo. Era raro pensarlo pero es que en mi interior,
quería justificar ese magnetismo incontrolable que había desatado en mí.
Gritaron LÍNEA y era él. Me gustó que ganara con aquel cartón. Siguieron
saliendo bolas y desde el otro lado de la sala alguien gritó BINGO. Tras
comprobarlo fui mesa por mesa vendiendo de nuevo boletos. Deseaba llegar a la
suya pero cuando llegué, otra vez mi lengua y mi garganta se pusieron de
acuerdo para fallarme a la vez. El volvió a sonreírme y volvió a pedirme el
cartón con el 69. Intenté controlar mi rubor esta vez pero cuando me dio el
dinero, su mano rozó la mía y se me erizó todo el bello del cuerpo. Intenté
alejarme con un poco de sobriedad en el paso pero sentía que mi cuerpo flotaba
por aquella sala pese a que mis pies tocaban al suelo. Empezaron a salir de
nuevo las bolas una a una. Alguien cantó LÍNEA desde el lado derecho de la
sala. Después de la comprobación, siguieron cayendo bolas una a una y cuando
dijeron el 69 él cantó BINGO. “¡Que
suerte!” Pensé mientras comprobaban que era correcto y me permitían ir de
nuevo a su mesa. Esta vez sería profesional y escucharía mi voz como cualquier
otro cliente. Fui repartiendo los cartones solicitados y al llegar a su mesa le
dije “¿El 69?” alargando hacía el
cartón. Él me miró fijamente y yo aguanté la mirada. Sonrió y me dijo,… “Como lo has dicho debería de ser tonto para
rechazarlo”. Me dio el dinero del cartón y sentía como su mirada se clavaba
en mi espalda. De nuevo empezaron a salir bolas y él, con aquel boleto, cantó
LÍNEA y BINGO. Empezaron a entrar muchas personas mientras comprobaban su
boleto. Llegaba la hora del BINGO más cuantioso de la noche. Antes de llegar a
su mesa había vendido todos los billetes con el 69. Me acerqué a su mesa y le
dije: “Lo siento, pero del 69 no me queda nada encima”. Me miró con
sonrisa malévola pero sensualmente dulce y me respondió: “Seguro que si te queda algo con el 69 pero no en esos cartones que
llevas en la mano”. Enrojecí como una brasa ardiendo. “¡No mujer! Era una broma bastante previsible. Sólo quería agradecerte
la buena suerte que me has dado”. Alargó un billete de cien euros como
propina. Se alejó y me quedé petrificada durante un instante. Cuando pude
reaccionar bajé la vista al suelo y vi que se le había caído la cartera. Me
puse a correr para intentar alcanzarle. Fuera llovía y no sabía para donde
había tirado. Cerré los ojos y me dejé guiar por su magnetismo. Giré a la
izquierda y le dí alcance como si algo invisible me arrastrara
inconmensurablemente hacia su cuerpo. Cuando llegué a su lado no podía controlar
mi respiración por la carrera. Estaba empapada. Alargué la mano y le entregué
la cartera sin poder pronunciar una palabra. El me miró y me dijo que mucha
gracias. No puede responderle. Me dí media vuelta para volver al trabajo pero
sentí como por fin sus manos me tocaban (lo había deseado toda la noche y
ahora, bajo la lluvia, en mitad de la noche, en medio de la calle, se había
cumplido mi deseo). Ponía sobre mí su abrigo y yo me giré tan de golpe que
nuestras bocas se rozaron. Después del roce nos apartamos un instante a penas
uno centímetros el uno del otro. Me besó apasionadamente y yo perdí el juicio.
Deseaba sentir sus manos en mi piel en aquel momento, por todo mi cuerpo. Sus
manos empezaron a acariciarme por encima de la ropa con deseo. Yo deseaba que
traspasara la ropa de una vez y llegar a mí. Cuando sentí el primer contacto de
su tacto en mi piel, un escalofrío de deseo recorrió todo mi cuerpo. Traspasé
su americana y su camisa. Mi boca se posó en sus pezones erectos empapados de
lluvia. Podía escuchar sus gemidos y eso me excitaba mucho. Su mano cogió mi
pelo y apartó mi boca un instante para besarme. Levantó mi falda y contra una
pared, sentí como su mano es posaba sobre mis braguitas. Deseaba que me las
arrancara y que me poseyera. Me daba igual que fuera en mitad de la calle, bajo
la lluvia. Las arrancó y me embistió con su descomunal sexo. ¡Dios! Jamás había
sentido un orgasmo tan bestial sólo con la penetración de su pene. Empezó a
moverse primero muy lentamente. Yo no podía contener mis orgasmos que llegaban
uno tras otro, tras otro, tras otro, tras otro, tras otro. Empezó a acelerar el
ritmo de sus caderas y creí que por un momento perdería el conocimiento en
mitad de una vorágine incontrolable de culminaciones sexuales. Su ritmo era ya
frenético pero sentía que podría seguir aguantando todo lo que yo hubiera
deseado y más. No se cuanto pasó pero al final, perdí el conocimiento cuando me
envistió tan fuerte que todo mi cuerpo se estremeció en el nirvana de los espasmos
amatorios.
Cuando abrí los ojos ya no estábamos en la calle. Me había
acercado hasta su coche. Mi cuerpo estaba cubierto con una manta seca. “Será mejor que te lleve a casa. No creo que
puedas seguir trabajando”. Asentí con la cabeza y me llevó donde le dije.
Salió del coche, abrió mi puerta y me llevó hasta la puerta de mi casa. Me besó
apasionadamente en la boca y se fue.
Aquella noche pude descansar pero las noches siguientes ese
encuentro se repitió una y otra vez haciéndome despertar empapada en sudor. Hoy
es sábado y él acaba de entrar por la puerta. No se sienta en una mesa. ¿Qué
querrá? Me da igual, sólo con verle así en la distancia, me gusta pensar que
volveremos a acabar envueltos en gemidos y pasión. Lo que pase o no,… sólo
depende de nosotros.
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