Había sido un año duro profesionalmente hablando. Me habían
trasladado en septiembre para impartir clase a un grupo de grado formativo
superior de la que sería la tutora pero cuando llegué a esta escuela, el grupo
estaba todo formado por hombres y todos unos años mayores que yo.
Durante el largo año y alumno en concreto que tenia 45 años,
diez más que yo, había sido el más rebelde sobretodo cuando cuestionaba mi
autoridad en clase al ser mas joven que él. Tenía un porte elegante, pelo
castaño claro, con ojos color miel pero que no se porque,… no aceptaba mi
posición de superioridad al ser la profesora de la clase.
Llegó el final de curso y todos juntos nos fuimos a celebrar que
todos habían aprobado. Yo me puse elegante pero sin nada muy extremado: ropa
interior negra, camisa roja semitransparente ajustada un poco al cuerpo,
pantalón negro tejano ceñido y para evitar la transparencia de la blusa, un
chaleco que dibujaba muy bien las curvas de mi pecho y mi cintura. El pelo
suelto al aire ya que siempre me habían visto con algún recogido y por una
noche,… quería que me vieran como una compañera más en vez de como la
profesora.
Me fui al restaurante que habíamos reservado para celebrar la
cena y el posterior baile en una pequeña discoteca del mismo recinto en taxi
porque tenía el coche en el taller.
La cena fue muy agradable y pese a que Ángel, que así se llamaba
mi alumno rebelde, se había puesto lo más alejado de mí, no había soltado
ninguna impertinencia. Pasaron el primer plato, el segundo, el postre que llegó
con cava y el café sin ningún mal rollo en el ambiente. Pero Ángel que apenas
había dicho nada, lo había pillado clavándome la mirada como si quisiera
traspasarme con ella y hacerme desaparecer. No le di importancia. Yo iba a
pasármelo bien y me daba igual aquel alumno rebelde sin sentido.
Bajamos a la discoteca del restaurante y estábamos sólo
nosotros. Empezamos a bailar las chicas y los chicos se fueron animando poco a
poco. Comenzaron a entrar otros grupos de personas con los que habíamos
coincidido en el comedor y que también celebraban el fin de curso o algo
parecido. Nos juntamos un buen grupo de gente que empezamos a bailar de todo.
Varias veces que había mirado al frente me había topado con la mirada de Ángel
que se había aposentado en un rincón de una de las barras y que tenía buena
visibilidad de dónde se había colocado nuestro grupo. Para mis adentros pensé,…
¡Es que no puede darme un respiro ni él
último día! Pero no quería amargarme y seguía bailando, pasándomelo bien
con quien quería divertirse y dejarse llevar.
Llegaron las tres de la mañana y con la excusa de que iba al
baño, salí de la discoteca para llamar un taxi y volver a casa. Cuando eché
mano de mi bolso me había quedado sin batería en el móvil y la parte de arriba
del restaurante donde había teléfono público para llamar, estaba cerrada ya.
Sentí la puerta y deseé que fuera alguno de mis alumnos para que me dejara
llamar desde su móvil a un taxi. Pero era Ángel y no le quise decir nada.
–
¿No
te ibas? – me dijo secamente.
–
Me
he quedado sin batería y no puedo llamar a un taxi – respondí en un tono igual
de seco.
–
Ya
te llevo yo mujer – respondió.
–
No
hace falta,… esperaré a que salga otro compañero para que me ayude.
–
Te
llevo yo. No te voy a dejar aquí sola. Además ahí dentro ya han empezado a
darle a alcohol de lo lindo y no creo ni que se acuerden de donde tienen la
mano derecha cuando salgan.
–
Me
harías un favor si me llevaras – le dije lo mas cordialmente que pude.
Su coche era precioso SEAT León negro de los antiguos. Me abrió
la puerta para mi sorpresa y luego se fue él hacia el asiento del conductor.
Encendió el coche y empezó a sonar la radio con canciones pop de los ochenta.
Eran muy dulces y tiernas. Por un momento con todo aquello me había dejado
descolocada.
Puso el aire caliente porque yo no dejaba de frotarme las manos
que se me habían quedado un poco frías con la brisa de la noche. Me las cogió y
me las arrimó a la salida de aire con cariño.
¿Quién era ese hombre? ¿Estaba bebido? ¿Había sido una máscara
lo que había llevado todo el curso conmigo?
–
¿Puedes
conducir? – pregunté un poco asustada.
–
No
estoy bebido,… no te preocupes.
No hubo apenas palabras sino que dejamos que la música fuera lo
que compartíamos en aquel espacio reducido. Cuando llegábamos a algún semáforo
rojo yo miraba por la ventana y sentía sus ojos repasarme de arriba abajo. Me
sentía desnuda en cada parada aunque fuera por unos instantes. Pero a la vez
deseaba que llegara el momento de una parada para sentir como su mirada
acariciaba cada milímetro de mi piel.
Llegó a la puerta de mi casa y yo no recordaba haberle dado la
dirección en ningún momento:
–
¿Cómo
sabes dónde vivo? – pregunte entre sorprendida y asustada.
–
Si
te lo digo no te lo vas a creer.
–
Inténtalo.
– dije no ponerme nerviosa.
–
Déjalo.
¡Buenas noches! – respondió con voz misteriosa.
Iba a bajarse del coche para abrirme la puerta y le abrí mi
puerta antes de que él pudiera bajarse del coche. Me cogió por mi sorpresa y
sujetó mi cara con dulzura. ¡Me besó! Me aparté perpleja unos pocos centímetros
para mirarle a los ojos. Le besé y dejamos que nuestros cuerpos hablaran en su
coche. Nos deslizamos hacía la parte de atrás. Me besaba mientras yo me había
puesto a horcajadas encima de su cuerpo. Le intentaba quitar la americana negra
que llevaba encima de una camisa lila. Se la quitó él y empezó a quitarme el
chaleco, a desabrochar mi blusa, a desabrochar su blusa. Empecé a deslizar mi
boca, mi lengua por su cuello escuchando cada gemido que hacía incrementar el
ardor de mi sexo. Bajé hacia sus pezones y comencé a lamerlos y cuando estaban
erectos con mis caricias, empecé a mordisquearlos de deseo. Le hacía un poco de
daño sin querer pero sentía que eso le gustaba así que lo seguí haciendo.
Desabrochamos nuestros pantalones, nos despojamos de la ropa interior y
nuestros ardientes sexos se encontraron por fin. Podía sentir toda su fuerza dentro
de mí como entraba y salía. Cada embestida me excitaba más porque notaba cada
centímetro de su descomunal sexo el daba un movimiento diestro para volver a
adentrarse en mi con más fuerza, con mas pasión, con un deseo infinito
contenido durante un largo año. No podía ni pronunciar palabra ni él ni yo pero
nuestros gemidos nos incrementaban la excitación más y más hasta que llegó un
orgasmo muy deseado. Fue rápido pero intenso. Nos recompusimos un poco y quise
dedicarle caricias tiernas a su sexo. Empecé a besar su vientre y su sexo respondió
rápido con una nueva erección. Empecé a lamerlo desde la punta hasta los huevos
con cariño, con placer y mucho deseo. Le gustaba mucho como mi legua jugaba con
su miembro y cuando me lo metí en la boca,… dio un grito estremecedor de
placer. Lo lamí mientras pellizcaba sus pezones y no dejaba de mirar su cara de
placer,… ¡¡¡ME EXCITABA MUCHO AQUELLA SITUACIÓN!!! Empecé a mojarme mucho.
Sentí su leche en toda mi boca caliente. La dejé que bajara por mi garganta
para sentirla muy adentro de mí.
–
Ahora
me toca a mí probar tu esencia. – me respondió de forma sugerente.
–
Preferiría
que me penetrarás por detrás si aún tienes aguante.
No se si fue por las palabras que sonaron entre reto y deseo que
me dio la vuelta en su coche y se adentró entre mis nalgas de forma magistral
haciéndome gemir con cada movimiento pélvico, con cada roce de sus huevos en mi
clítoris muy erecto que se volvía loco con cada embestida. Me derramé y sentí
como su esencia volvía a adentrarse en mi cuerpo.
No eran miradas de ganas de matarme eran miradas de ganas de
poseerme las que me había dedicada aquella noche y ahora que era una realidad,
hasta yo me sentía bien estremeciéndome de placer entre sus brazos en la parte
trasera de su coche.
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