Llevaba sólo un par de meses trabajando en
aquella joyería. No podía negar que había conseguido el trabajo por enchufe,
pero el los tiempos que corren ya se sabe que sólo funciona para los que están
bien apadrinados.
No había mucho trabajo pero entre reparar,
grabar, cambiar las pilas de los relojes de muñeca que traían,… el día era
mucho más ameno.
Una tarde vino un chico a hacer un “encargo
especial”. No sabía a que se refería con un “encargo especial” y, como ya era
la hora de cerrar, mi jefe ya se había marchado. Le aconsejé que viniera al día
siguiente y me dijo que no podía. Que le ayudara. Acedía a ayudarle. Me dijo
que hacía cosa de un par de meses, había comprado un piercing de oro a medida,
y que necesitaba que le consiguiera un cierre que ese si era estándar. Le dije
que me enseñara el piercing para buscar lo que me había pedido y el me dijo que
no podía mostrármelo, no con la tienda abierta aún al público. Cada vez
entendía menos pero, como quedaba sólo un minuto para cerrar, bajé la persiana
hasta abajo y le volvía a pedir que me lo mostrara. Se bajó los pantalones y yo
me alarme. Él noto mi desconfianza y me dijo que el piercing no podía mostrarlo
porque aún lo llevaba puesto. Del golpe todo encajó. Se bajó los boxers que
llevaba, me mostró su sexo y el piercing que en el se había hecho. Le
atravesaba el glande en forma curva. Parecía doloroso incluso mirarlo. Al no
tener cierre, se habían enganchado y no podía quitárselo. Busque un cierre
mientras trataba de recobrar la compostura. Se lo alargué y le dije el importe
para que se lo pusiera y se marchara. Me sentía un tanto incómoda. Pero él me
dijo que no podía ponerse el cierre porque una parte del piercing muy pequeña,
se había quedado dentro. Me pidió ayuda. Yo me puse arrodillada delante de él y
con mucho cuidado, intenté ayudar a salir de su escondite al mal intencionado
piercing. Iba con mucho cuidado, tocando con mucha delicadeza. No podía
conseguir nada y seguía intentando zafarlo olvidándome que estaba tocando un
sexo masculino. Al cabo de un rato, su pene empezó a crecer. Las caricias que
no lo eran habían hecho efecto en aquel desconocido y ya no podía controlar más
su enorme erección. Lo miré a la cara y estaba muy incómodo, colorado,
abochornado. Me levanté y de pié delante de él, con su sexo verdaderamente
duro, pude conseguir sacar la parte del pendiente para colocar el cierre. Toda
aquella situación me estaba resultando muy morbosa y mis pezones dejaron al
descubierto a través de mi blusa veraniega de color melocotón, que mi cuerpo
también se había erectado. No se como
acabamos besándonos apasionadamente. Su pantalón que había permaneció medio
sujetó, cayó al suelo por fin. Me arrancó la blusa de un tirón y me cogió por
las piernas para sentarme en el mostrador de forma salvaje. Levantó mi falda
negra y ladeo mi braguita para adentra su sexo en el mío. Me acariciaba con
fuerza los pechos, me mordía con locura los pezones y yo no podía controlar mis
gemidos que poco a poco, iban en aumento. El pendiente estaba puesto y su sexo
dispuesto a probar la fuerza del cierre. Sentí como su sexo me atravesaba por
entero. Embestía con mucha fuerza y eso me volvía loca de placer. No podía
dejar de pedir más y más mientras me derrame por primera vez en su sexo. Las
siguientes se encadenaron a la primera y el no dejaba de mostrar toda la fuerza
contenida que había tenido todo el día, por culpa del piercing mal cerrado. Me
arremetía con fuerza con su sexo y no deseaba que parara. Me derramaba una y
otra vez, una y otra vez, una y otra vez y cada vez deseaba más y más. No podía
parar de pedirle que no parara, que no parara, que no parara. Al final, no
recuerdo después de cuantos orgasmos míos, un grito suyo inundó la joyería y su
eyección testicular, le siguieron unas convulsiones increíbles de placer que
seguían teniendo su sexo completamente duro y firme.
Nos recompusimos y salimos de la joyería por
la puerta de atrás. El reloj de la farmacia cercana marcaba la una de la
mañana. Había estado casi cuatro horas embriagados de placer y casi no nos
habíamos dado cuenta del tiempo. Nos miramos, nos reímos y nos despedimos.
¿Si volveré a verle otra vez? Eso no os lo
voy a decir pero cuando pruebas a un hombre con tanta fuerza sexual que dar, es
fácil que si tú has estado a la altura, a él también le entren ganas de volver
a repetir.
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