Nunca lo hubiera imaginado si me lo hubiera
contado otro cualquiera. Ahora que lo estoy contando incluso me parece hasta un
poco irreal pero lo que viví un día de junio jamás se borrará de mi mente ni de
mi cuerpo.
El se llamaba Julián y era una persona
francamente horrible. No saludaba, siempre colgado del teléfono respondiendo
e-mails de trabajo, casi nunca hablaba sino era para humillarte y siempre
públicamente. Todos lo detestábamos en el trabajo y por desgracia, era el
responsable de la empresa.
Llevaba ya cuatro años trabajando allí y
había tenido un poco de suerte porque no me había tocado pasar por sus malos
modos a la hora de reclamar algo. Pero había sido la primavera de aquel año una
mala, con lluvias, con frío que iba y venía y hacía que las personas,
enfermaran en masa y teniendo que coger hasta la baja por fiebres altas.
Aquella semana de cincuenta que éramos en oficina sólo estábamos tres (no todos
de baja sino algunos de vacaciones ya que la empresa no dejaba poder disfrutar
de las cuatro semanas seguidas). Marta tenía reducción de jornada laboral por
maternidad y se fue a las cuatro. Patrick tuvo que ir a solucionar unos asuntos
personales urgentes. Y yo me quedé sola ante una centralita de 10 líneas, sin
saber muy bien que hacer y con la sombra de mi responsable pululando muy cerca.
Empezó a caer una lluvia terriblemente fuerte
y abundante. Parecía que el techo se fuera a venir abajo por el golpeteo de
miles de goterones precipitándose irremediablemente contra el techo de uralita
que había por encima del falso techo. El teléfono no paraba de sonar y no podía
atender todas las llamadas que entraban. Julián salió de su despacho. Me miró
inquisitivamente como si me quisiera decir que si era una inútil. En ese
momento sonó un trueno ensordecedor. ¡Tenía pánico a las tormentas! Al sentirlo
me hice un ovillo y me importó un pimiento el jefe, los teléfonos, todo.
¡¡¡Estaba aterrada!!! Noté como alguien se me acercaba y me abrazaba. Mis ojos
estaban cerrados por el pánico, mis manos en los oídos para no ver ni escuchar
nada y alguien me aferraba con un abrazo tremendamente paternal, contra su
pecho, como protegiéndome,… ¡Me sentí muy segura! Escuché un estruendo pero no
pude abrir los ojos. Cuando pasó un buen rato, no recuerdo cuanto, una voz
masculina me dijo: “Ya ha pasado todo”. Cuando abrí los ojos y vi a Julián no
podía creerlo. ¿Cómo un hombre sin sentimientos podría estar abrazando a una
mujer sólo para protegerla de un medio que sólo vivía en su cabeza? Su cabello
azabache parecía diferente. Su mirada marrón parecía diferente. Él no parecía
la misma persona. No se porque al mirarle y seguir abrazada por sus brazos me
giré a ver de donde había venido el estruendo y vi que los cables de la
centralita habían sido arrancados por él de cuajo. “Ya lo arreglará mañana el
de mantenimiento. Para eso llega temprano”. Respondió de forma cómica y esa
sonrisa me cautivó por entero. Me acerqué a su boca y no pude contenerme un
beso. Le pedí disculpas por el atrevimiento pero el me devolvió el beso sin
dejar acabar mis palabras. Mis manos le quitaron la americana del traje que
cayó al suelo. Mis dedos de deslizaron uno a uno entre los botones de su camisa
que fue abriéndose poco a poco. Sus manos hacían lo propio con mi blusa
mientras su lengua seguía jugando con mi lengua en mi boca. ¡Como besaba! Era
dulce, intenso, infinitamente pasional.
Desabroche su cinturón y dejé que los
pantalones cayeran al suelo tras bajar su bragueta. Llevaba un boxer azul
marino que ceñía perfectamente su enorme y descomunal sexo erecto. El me dio la
vuelta y desabrochó mi falda que hizo caer al suelo mientras besaba mi nuca. Me
despojó de mi blusa por fin y de mi sujetador para acariciar mis pechos
jugueteando con mis pezones desde detrás de mí. Sentí su pecho en mi espalda y
eso me hizo gemir inmensamente de placer. Su sexo me rozaba el trasero aún
contenido en su ropa interior. Dejó caer mis braguitas suavemente en el suelo y
yo le quité su boxer. Estaba un poco recostado sobre un box de cuatro mesas sin
ordenador y me deslicé hacía él mientras le empecé a besar de nuevo. Me senté
encima suyo y su pene atravesó mi caliente y húmedo sexo. Creía morirme de
placer. Empecé a cabalgarle primero lentamente, disfrutando infinitamente de
toda su virilidad creciente, notando uno a uno, cada centímetro de su
descomunal sable. Quería disfrutarlo al máximo y incremente muy poco a poco los
rotativos movimientos de cadera. ¡Era increíble! Me estaba volviendo loca de
placer cuando empecé a cabalgarlo muy fuerte. El mordisqueaba mis pezones con
maestría haciendo que me pusiera más y más ardiente. Estuvimos no recuerdo
cuanto pero de lo que si me acuerdo es que aguantó, y aguantó y aguantó hasta
que yo estuve a punto de perder el conocimiento tras orgasmo, y orgasmo, y
orgasmo, y orgasmo,… hasta que me fue imposible seguir contando por el mareo.
¡Era una tremenda maquina sexual! Cuando estaba medio exhausta, me puse de
rodillas delante suyo y empecé a lamer sus huevos, a apretarlos suavemente con
mi lengua dentro de mi boca, a lamer todo el camino hasta su glande. Me metí su
pene en la boca y le empecé a lamer, primero lentamente, repasando cada
rinconcito sin dejar ningún lugar sin lubricación. Sus ganas por fin se
derramaron en mi boca y yo me sentí completamente plena como mujer. ¡Era genial
aquella locura! Lo mejor había sido formar parte de ella.
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