ME
QUEMABA
Me quemaba
lentamente
en la saciedad
de deseos encarnados.
Me quemaba
pesadamente
en unas ascuas
de pliegues infinitos
de tu cuerpo.
Me quemaba
lánguidamente
mientras el probar
de nuevo tu boca
se alejaba sin
remedio.
Me quemaba
paulatinamente
por desatar por
siempre
el sinfín de te
quiero
que contenía mis
labios.
¡Todo era ensoñación!
Un mundo que vive
entre mi cama
y mis ganas.
Ese ratito amargo
en que todo es
posiblemente
falso pese a vivirse
en primera persona.
La escapada de un
deseo
que se perdió
fugazmente
en un sueño.
Me quemaba,
juro por Dios
que me quemaba,
en su océano de
amantes
con tu perfume
pero sin tu esencia,
con tu ojos
pero sin tu mirar,
con tus ganas
pero sin ese deseo
bajamente ardiente
tuyo,
con tu cuerpo
pero sin la inmensidad
de este.
Me quemaba,
bien lo sabe el
altísimo
que me quemaba,
cuando un recuerdo
glacial
me embriago de agua.
Eras tu que vivías en
mi presente,
ese que jamás
existirá en nuestras sobras.
A las cenizas se les
dieron
paz una tarde
cualquiera.
Cómo epitafio diez
simples palabras:
“Para alguien
que murió por amor,…
un amor nunca amado”.
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