Seguro
que alguna vez habéis oído la expresión de dar gato por libre (más de uno
seguro que con todo el asunto de las preferentes lo habréis pensado más de una
vez pues prometían mucho pero en verdad, y como se ha visto a posteriori, era
una gran estafa. Como suelen decir las abuelas: nadie da duros a cuatro
pesetas).
Por
desgracia, hay expresiones que durante la postguerra española, cobraron un
significado literal, es decir, que se daban para comer verdaderamente, gatos
por liebres.
Como
el mundo avanza, los refranes, sobretodos los que cobran vida, se modifican y
de una manera pasmosamente inteligente.
Os
voy a contar una historia:
“El pasado sábado,
Manuela, una mujer de 78 años y su hijo, fueron a una excursión y, al ser del
todo fin de semana, pernoctaban por la noche en un hotel precioso de cinco
estrellas.
Cuando llegaron al lugar
donde estaba el hotel, dejaron en poco equipaje en las habitaciones y ella, con
su hijo y con otros compañeros de excursión, fueron a probar las tapas de un
bar cercano. Manuela pidió un quinto sin alcohol para acompañar las bravas, los
chocos, las aceitunas, las almendras y demás (al estar rodeada de gente
dicharachera y feliz, parecía como si el quinto fuera cargado como si de un
whisky se tratara). La noche fue bien. El despertar unido al gran desayuno que
les esperaba, también fue muy agradable. El día estaba soleado y las visitas
fueron seductoras porque el día acompañaba. Volvieron al hotel para la comida
de medio día y para recoger sus pertenencias para luego, volver a casa. El
último menú que les habían preparado para todos ellos, consistía en ensaladas y
un gran surtido de pescados y mariscos por persona. Manuela empezó a probarlo
todo maravillada de la calidad tanto del servicio como de la exquisita comida.
Cuando había acabado de comer, una mujer de su grupo le dijo que es lo que más
le había gustado y ella respondió que los muslitos de cangrejo. ‘¿Muslitos de
cangrejo? ¿Pero si de eso no había Manuela?’ Ella le dijo que si, que lo que
venía en el plato de pesado rebozado con esa salsita especial por encima lo
era. ‘Manuela, eso no eran muslitos de cangrejo sino ancas de rana’. A Manuela
se le cambió la cara. Medio ida, se alejo para subirse al autobús pues estaba a
punto de arrancar para volver. Ella no podía dejar de pensar en las ancas de
rana. Sentía como si en su estómago, con el quinto de la noche anterior,
hubieran cobrado vida y dentro de ella, desearan escaparse por donde habían
entrado,… por la boca. Manuela no para de preguntarse como podía ser posible
que en un plato de pescado y marisco surtido, hubiera ancas de rana. Vale que
las ranas son de agua, pero de agua dulce y para nada son ni pescado ni
marisco. No podía dejar de decirse que la mujer que le había preguntado fijo
que se había equivocado con lo que habían contado sobre el menú. Se olvidó por
un momento de las ranas y de sus patitas y pudo dormirse en el autobús. Cuando
despertó estaban cerca de la última parada. Volvió a escuchar como una pareja
sentada un poco mas atrás, volvían a hablar de las ancas de rana. Sin duda
aquello no habían sido muslitos de cangrejo. Las patitas de las ranas volvieron
a cobrar vida dentro del estómago de Manuela y no la dejaron dormir. A la
mañana siguiente, finalmente, llegó el desahogo a modo de vómito. ¡Por fin se
había librado de las ranas! Y por fin podía descansar su estómago de tanta
saltos como había dado durante casi un día entero”.
MORALEJA: Como el refranero español esta lleno de grandes
refranes, utilizaré dos para poner punto y final:
“Le dijo la rana al pez: "no me pillarás
otra vez"”.
“Dijo la rana a la liebre: quita de ahí so
valiente”.
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