CASTILLOS DE ARENA
Se destrozaron todos los castillos
que construí con mis manos al borde
de aquella playa inmensa que
rodeaba nuestro pequeño mundo.
Una ola solitaria, enorme,
acabó con ellos al
instante como
el que araña la carne
haciendo
herida poniendo punto y
final a
la magia de un día
cualquiera.
¿Rutina? Jamás lo fue.
Tampoco fue costumbre
pese
a que se arraigara
a nuestros corazones
con cariño,
con algo de amor,
con mucha ternura.
No fue tampoco
la institucionalización
de un día, ni el verbo
perdido sin
nombre ni apellidos,
ni el decoro,
ni el pudor,
ni la coherencia.
¡Las cosas se acaban!
No hace falta el punto y final
sólo una gota de sangre,
un no jamás aprendido,
un hasta siempre oculto en el silencio.
Se perdió mi mundo en el infinito mar.
Se perdieron mis ganas,
mis deseos ocultos, mis
fuerzas
para evitar un final anunciado.
Se perdieron las formas,
los te quiero marchitos, los castillos
llenos de recuerdos
ficticios.
¡No hay mundo para princesas con muros de arena!
Si existen las tapias sólidas
para las princesas
caducas,
aunque tengan fecha
limitada,
tiempo imperfecto,
lugar oscuro o lugar perdido.
Ellas siempre estarán primero,
siempre por encima cavando
debajo de nosotros nuestra propia fosa,
en nuestra propia playa.
Ya no quedan castillos de arena,…
sólo soledad y lágrimas sin gotas.
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