Cuando somos niñas soñamos con esos príncipes azules que
salían en nuestros cuentos. Cuando nuestros padres nos castigan, para nosotras
sin razón, imaginamos que en mitad de la noche alguien golpea la ventana de
nuestra habitación para rescatarnos. Y es él, ese chico que nos libera de la
crueldad de nuestros progenitores.
Cuando somos adolescentes, en el afán de ser aún más
rebeldes si cabe, nos enamoramos de personas inadecuadas para nosotras. Son
momentos de cambio, de evolución y obviamente, los príncipes ya no nos gustan
(o no al estilo tradicional).
Llegan los veinte y de nuevo, recobramos un poco la cordura
que nos hicieron perder las hormonas. Nos enamoramos de nuevo de ese chico que
hará realidad nuestra boda de cuento de hadas. Nos casamos, nos vamos a vivir
juntos y empieza la convivencia.
En esta etapa cada cual sabe con lo que se encuentra: quien
se casó con alguien joven se encuentra viviendo con un niño que sólo juega a la
play tenga veinticinco, treinta o más. Quien se casó con alguien mayor, su
mentalidad arcaica tarde o temprano, hará que la cosa no funcione con una mujer
mas joven que él. Quien se casó obligada a distanciarse de los suyos en pos de
los familiares de su esposo, al final odiará cada día el lugar donde ha sido
arrastrada sin condiciones. Quien se ve que su unión primera fue fruto de un
consumo de drogas, verá sus sueños truncados una vez se pase el efecto de las
mismas. Quien por desgracia aprenda la dura lección tras el enlace que las manos
que creía protectoras en su pareja, son verdaderamente las que utiliza para
maltratarla a placer y convertirla en nada.
¿De quién es la culpa pues de que una hechicera pase a
convertirse en una bruja? Francamente, ni los años de matrimonio, ni la convivencia,
ni nada relacionado con ellas y con ellos. ¡Nadie es bruja! ¡Nadie es
hechicera! ¡Nadie valora al otro! Esa es la gran verdad. Por eso los
despectivos vocablos que espetan unos y otros en contra de sus respectivas
parejas, no es un hechizo o un embrujo mal ensayado que no surta efecto, sino
palabras para herir al prójimo, no por falta de amor, sino por ausencia de
cariño.
MORALEJA: Georges Benjamin Clemenceau dijo: “Es preciso saber lo
que se quiere; cuando se quiere, hay que tener el valor de decirlo, y cuando se
dice, es menester tener el coraje de realizarlo”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario