MINADO POR LA MINA
Nadie siente el dolor. ¡Nadie!
Pues nadie queda tras la muerte.
Bajar hasta lo más profundo,
confundirse entre polvo,
oscuridad, soledad vacío.
Ser enterrado en vida pasa
más de una vez por tu cabeza.
No te entienden y es lógico.
Donde tú trabajas no hay
ventanas para que entre el sol.
Todos protestan,
se quejan del momento,
del día a día,
de esta puta crisis
que está acabando
con todo lo poco
que quedaba de bello
en este diminuto mundo
llamado país circunstancial.
Mientras algunos corren
demostrando su poca humanidad
que habita en su interior,
tu lloras lágrimas demasiado negras
(no es por el luto, que existe,
pues el día de hoy no fue bueno
y mas de un amigo cayó trabajando.
Los matices que rodean
tu universo son negros
y olvidas de que color
es el llanto, la luz de día,
el olor a rocío de la mañana).
Nadie siente el dolor. ¡Nadie!
Pues nadie queda tras la muerte.
Da igual cuantas manos se levanten,
cuantos acuerdos firmados queden,
cuantas promesas incumplidas se firme
durante un día, una semana, un mes, un año.
Nadie siente el dolor. ¡Nadie!
Pues nadie queda tras la muerte.
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