EL DÍA QUE MORÍ YO
Me creía invencible.
Me sentía lanza y muerte,
un ser superior que vive
entre dos mundos,
alguien que es capaz de alzar
la voz sólo para crear
el caos mas absoluto.
¡Inmune a todo!
Si el rayo más mortal
caía sobre mí,
me levantaba como si nada.
Ni el peor fuego,
ni la infame ola más
inmensamente imaginada,
ni los peores terremotos
jamás temidos siempre
en mil pesadillas,
podían conmigo.
¡Era fuerte!
¡Era luchadora!
¡Era una gran yo!
Las manos pudieron conmigo
y los besos con mi cuerpo.
Me dejé vencer por palabras
míseras nacidas de un boca bastarda
que me embriago hasta el tuétano.
Tanto años siendo Yo para acabar
siendo un nosotros indefinido,
fundido por un instante a orillas
de un río sin nombre, ni rumor de agua.
Todo se para cuando te pierdes.
Hasta el correr de un tiempo,
la necesidad de un aquí y ahora
que se muere entre promesas perdidas.
‘¡Así mueren los valientes!’ me dije.
‘Entre besos comedidos,
palabras de amor empalagosas,
corazones dibujados con tiza
sobre una pared muy húmeda’
‘¡Así mueren los valientes!’ me dije.
Así acabé muriendo YO.
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