La mentira es muy dura de llevar. La mentira corroe. La
mentira corrompe. La mentira pudre. La mentira asfixia. La mentira se nota
hasta en la mirada. La mentira de persigue. ¡No puedes contar siempre la misma
versión! La falsedad lo impregna todo. Lo que ayer era por la mañana, ahora lo
relatas por la tarde y, sin querer, dices que fue una noche cuando todos
dormían. ‘¿Es posible?’ Pregunta
uno que no se lo cree incrédulo de lo que escucha por tercera vez y sin una
transcripción coherente de lo que pasó (además es alguien muy cercano, alguien
que ha estado ahí siempre, alguien que conoce a las dos partes). La pregunta te
acorrala. No tienes salida. La espalda contra la pared. Delante de todos
aquellos a los que engañaste y entre tu y ellos,… una mentira siempre mal
elaborada.
Consigues, sin saber como, un momento de despiste con un
escudo de palabras mal enfiladas. ¿Seguro que estás preparada para una guerra
dialéctica? Para eso hace falta coraje, fuerza, honor, verdad y por desgracia
no conoces ninguno de esos vocablos que para empuñar una “espada”, aunque sólo
sea en sentido figurado, contra una contrincante que ni quiere luchar y no va a
perder pues lleva engarzada en cada poro de su piel, el honor, el coraje, la
fuerza y, lo más importante, la verdad.
Sabedora como eres de tu mentira, sales a la arena del
circo romano. ¡Mal asunto! Gritas improperios directos contra mi persona (pobre
de espíritu es aquel que utiliza los malos vocablos para diezmar las fuerzas
del otro). Yo lanzo el escudo al suelo, tiro la espada, me quito la coraza. ¡No
me asustas! ¡No quiero herirte! ¡No quiero ni verte!
Me acerco a ti lentamente y te digo simplemente: ‘¡Di la
verdad!’ Eso te confunde. No estabas preparada para que yo no quisiera luchar,
para que vaya desarmada. Estabas preparada para que te insultara como tú lo has
hecho conmigo. Estas preparada para soportar gritos de mi boca. No sale nada de
eso. Sólo tres palabras en medio susurro: ‘¡Di la verdad!’ Quisieras asestarme
una puñalada con tu espada pero todos miran y no puedes herir a alguien
desarmado, no porque sientas que es algo malo sino porque ellos te juzgaran. El
cuerpo a cuerpo es lo más adecuado. Pero no tienes fuerza, no tienes valor, no
tienes nada a parte de una triste y mugrienta espada que se ríe de ti, un
sórdido escudo de papel maché que no te protegerá para siempre. Mis palabras
son sencillas y el viento las conduce para que lleguen claras a tus oídos: ‘¡Di
la verdad!’
Te desmoronas. Caes de rodillas sobre la arena. Confiesas a
voz en grito todo lo malo que has dicho sobre mí. El público enmudece. ¡No
puede creerlo! Todos aquellos a los que no debía yo ninguna explicación porque
no conozco, me miran con ganas de conocerme. Luego te miran con miradas
reprobadoras. ‘¿Cómo pudiste hacerlo?’ Te dice alguien que creía en ti. Yo me doy
media vuelta y me alejo. Una victoria así no merece la pena. Luchaba con
ventaja porque no tenía nada que ocultar. ¡No había hecho nada malo! Eso estaba
más que claro. Siento abucheos a lo lejos. Intento alejarme rápido pese a que
se que no son contra mi sino contra ti y tus mentiras.
La guerra acabó con una única batalla, con una victoria
amarga pero esclarecedora. No ha habido víctimas por suerte. Una vez más los
únicos muertos son los valores humanos. ¡Lástima de convivir con personas no
evolucionadas!
MORALEJA: Friedrich Nietzsche, filosofo
alemán (1844-1900), dijo: “Lo que me preocupa no es que me hayas mentido, sino que,
de ahora en adelante, ya no podré creer en ti.”
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