Hay sombras, cada vez más, a mí alrededor.
Por la ventana no entra la luz. Esta todo negro, fundido entre tinieblas. Son
las siete y no clarea. ¡Hasta el sol se ha tomado el día libre!
Ayer, cuando aún quedaba un poco de luz, tuve
una esperanza renovada. Encontraba mi sendero, una estrella, una brizna que
salía de alguna candela prendida muy lejos, que con su poca luz, daba un poco
de sentido a mi camino. Respiré hondo. ¡Me sentía feliz! Por fin una ilusión
tras mucho tiempo y llegó así, como si nada, con los últimos rayos del
crepúsculo. Pero el manto llegó demasiado rápido, sin apenas poder saborear la
poca alegría que se contuvo en aquel momento.
Primero sentí frío. Me arropé con una manta.
Segundo me sentí vacía. Un vaso que no estaba lleno de nada. Eso me incomodó.
El paso amargo entre la desesperación y el caer a un lugar completamente
inhóspito en medio de un bosque sombrío. Tercero fue la caída larga, profunda,
dolorosa. Sentí un dolor recorrerme por todo el cuerpo hasta apoderarse de cada
molécula de mi ser. No podía moverme.
Tumbada en el suelo vi pasar mi vida.
¡Aquello fue lo peor! No haber vivido había sido algo completamente llevado por
todo lo que me rodeaba. El trabajo no me permitía grandes cosas. Ese trabajo,
mal pagado, mal ambientando, mal acondicionado pero vital para poder
sobrevivir. Sin pareja, sin amigos, sin nada. ¿Compensa algo el haber vivido a
medias? En aquel momento el dolor me corrompió por entero. No podía oír nada.
Quería gritar y la voz no me salía. Sola, tumbada viendo escaparse mi vida, mi
escasa vida, sin poder hacer nada.
Me empezaba a faltar el aire. El fin estaba
próximo. Podía oler a la muerte en mi espalda.
Abrí los ojos. ¡Todavía era de noche! Esperé
sentada al lado de la ventana, un albor, un rayo pequeño que me volviera dar la
esperanza de la noche anterior. ¡No había nada! ¡El sol estaba de huelga!
No podía marcharme sin ver algo de luz. ¡Lo
necesitaba! En mi trabajo no había ventanas. En mi trabajo no había sueños. En
mi trabajo no había nada. Sólo horas marchitas, gente que pasa y ni sabe mi
nombre, llamadas de teléfono vanas, gritos y más gritos de personas con una
vida supeditada a la mía.
¡Dame una luz cielo! Necesito ver algo de
calor, de fuego, de llama arder antes de irme de aquí. Hoy ni el cielo escucha
mi suplica.
Cojo las llaves, salgo de casa. Fuera hace
frío, mucho frío. El sol no ha salido. No saldrá. Hoy lo negro lo impregna todo
por entero y la única guía es la de teléfonos.
¡El sol se tomo vacaciones! La incertidumbre
negra reina sobre mi cabeza. El fin llegó ante mis ojos. No veo nada, está muy
oscuro, pero lo siento. ¡ES EL FIN!
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