Hay personas en la vida que sin saber cómo ni por qué no,
pueden llegar a rozarte el alma por entero. No hace falta conocerlas, saber de
donde vienen, a donde van, en que trabajan,… Ni siquiera hace falta conocer sus
nombres cuando el sentimiento expresado en un folio de ordenador es tan
inmensamente especial.
Cuando alguien comparte un viaje tan visceral como puede
ser una visita a un orfanato de Guinea Ecuatorial, cualquier emoción vivida y
sentida desde la distancia, por muy intensa que sea, se queda eclipsada por la
vivencia en primera persona. Atrás quedaron los lujos (eso sólo lo sabe el que
los posee). Se acabó de pensar en la gasolina, en el móvil y su sonido. Se
acabó el reloj, los horarios, las prisas no pues esas siempre van unidas a cada
uno de nosotros (parece que tengamos prisa por llegar al final sin saber que en
la línea de llegada, es la parca con su guadaña la que nos espera). Se acabaron
los jefes, las reuniones, los folios y más folios llenos de palabras que
siempre acaban en el mismo lugar: una caja de archivo definitivo.
Mirar a la verdad de frente, no sólo nos hace darnos cuenta
de la suerte que tenemos en esta vida.
La perdida de los padres suele ser un duro golpe. No tener
padres, ser huérfano es doloroso. Imaginad por un momento, por muy malos que
sean tus padres, el tener que haber crecido sin ellos. ¿Duele? ¿Verdad? Pues
hay miles de niños en muchos lugares del planeta que no sólo tiene el estigma
de estar solos y desamparados en esta vida, si no que viven en lugares donde no
tener a nadie que vele por ellos, implica que sean carne de esclavos (porque,
pese a estar en pleno siglo XXI la explotación infantil, los aprisionados, el
futuro sin futuro,…).
Cuando uno deja de mirarse el ombligo y habla más allá del
yo profundamente tan egocéntrico, suele encontrar más de lo que iba buscando.
Finalmente, tras un duro, largo y agotador viaje, cuando uno ya no siente ni
las piernas hay un sentimiento que prevalece sobretodos ellos: ¡No deseo
volver! ¡Deseo quedarme aquí! ¡No me voy sin ellos!
No todos gozamos de esa sensibilidad. No todos poseemos la
facultad de aprender de los errores y reconocer que nos hemos equivocado. No
todos volvemos con la lección aprendida y con el corazón destrozado pues una parte
de él mismo, ya late en aquella tierra, junto aquellos niños, y que jamás
estaremos completos hasta que volvamos a estar juntos de nuevo y para siempre.
Hay viajes que uno tiene que hacer, en un momento de su
vida, más tarde o más temprano, y que, obviamente, no están en ningún catálogo
de los Viajes programados. ¿Da miedo? Vivir para morir sí que da miedo. El
resto es sólo las excusas del vago, del que no es capaz de prescindir, durante
unos días, de las comodidades a las que está acostumbrado.
Estar solo es muy duro. Pero la peor soledad imaginada es
la del niño que se queda sin padres y debe de seguir, adelante, sólo y
desamparado.
MORALEJA: Pablo Neruda, dijo: “Amor, cuántos
caminos hasta llegar a un beso, ¡qué soledad errante hasta tu compañía!”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario