domingo, 14 de septiembre de 2014

CUANDO LOS 50 ESTÁN A LA VUELTA DE LA ESQUINA



El paso del tiempo ha hecho que muchas cosas cambiaran a nuestro alrededor, evolucionando pese al inmovilismo al que parece que se nos ha sumido últimamente a mucho niveles.

Antes eran sólo las mujeres las que sufrían el denominado “cambio a la madurez” o menopausia mientras que los hombres, por ese grado extra añadido, podían sufrir, como mucho, la crisis de los cuarenta.

¡Las cosas han cambiado! La crisis de los cuarenta, a nivel masculino, a desaparecido para trasmutarse en una denominada “pitopausia” algo más rara que la que sufrimos las mujeres.

La menopausia, para nosotras, está asociada a calores repentinos o sofocos y fríos súbitos cuando nada tiene que ver con el ambiente que nos rodea. También la falta de la regla, la disminución de lubricación vaginal, las hormonas que suben y bajan mostrándonos el fin de una etapa, no son siempre agradables. Pero es una experiencia que va unida con el abandono de los hijos del hogar y que indudablemente va unida al denominado síndrome del nido vació que provoca en más mujeres que hasta ahora eran madres, una angustia añadida por la ausencia de sus hijos en el hogar conyugal.

Sin embargo, en los hombres que están a punto de cumplir los 47, 48 o 49, la denominada “pitopausia” les afecta también pero en un grado completamente distinto al de la mujer. Mientras las hembras añoran a sus pequeñuelos los machos, por el contrario, añoran esos momentos de júbilo, perversión y desenfreno que tenían cuando eran mucho más jóvenes. ¿Quiero decir con esto que los hombres no sientan la falta de los hijos en el hogar? Si bien no es bueno generalizar, está más que claro que pese a que esa sensación existe en menor o mayor grado en su interior, el hecho de seducir y retomar una edad más que pasada, es lo que emana a chorros por cada poro de su piel.

¿Es malo retomar una época pasada? ¡Para nada! Obviamente, la reafirmación de cada persona en su terreno es unipersonal e intransferible. Mas hay que tener en cuenta, que las personas a las que tratan de engañar, no son niñas o niñatas si no mujeres de veinti mucho o treinta y pocos que saben muy bien lo que quieren. Es en ese momento y no antes, cuando el demostrar lo que uno a conseguido en la vida, como si de un pavo real se tratara mostrando su pelaje en sus máximo esplendor para intentar seducir a esa hembra “nueva”, (como podrían denominarnos ellos ya que no debemos olvidar que jamás recuerdan un nombre aunque les venga la vida en ello) se aplica para poder llevarse el gato al agua (aunque tener una casa con piscina, jacuzzi o un puesto privilegiado dentro de la sociedad no convenciera a cuatro que todavía les falta un hervor para entrar dentro de la categoría de hembras). Si esto no funciona, hablar de lo disgustado que uno está con el sistema que organiza nuestro mundo, lo decepcionado con está con el ser humano, puede que consiga su propósito. Eso sí, justo después cuando parece ser que esta treta ha funcionado, surge un rasgo que no puede evitar un hombre ya pasado de vueltas y es, sin lugar a dudas, el fardar de las puertas que abre el conocerle. ¡Poco dura su farsa! Nadie que estuviera ciertamente enfadado con el sistema social, económico y político que nos ha tocado vivir, presumiría a boca llena de ser uno de ellos y sentirse orgulloso de sí mismo por ellos ya que en sí misma, una y otra afirmación, son contradictorias en sí mismas.

¡Pero en fin! Se trata de encontrar ese punto de excitación del ayer, ese morbillo inicial del que ahora ya sólo disfrutan en silencio metidos en la ducha imaginando a la secretaria de turno o a la camarera de donde han ido a comer mientras su mano les proporciona la única alegría que van a obtener tras el triste y arduo día de trabajo encerrados en el baño de sus maravillosas y grandes casas. Porque una cosa está clara: el arte del coqueteo, la destreza con las armas de seducción habidas y por haber, pese a los avances, pertenece de las mujeres les guste o no caballeros.

Claro que es posible que uno u dos consigan encandilar a alguien con esa retórica más bien pésima. Pero a la larga, el chasco tras ver que ella sólo buscaba algo que ustedes poseen más allá de su bragueta, les hará caer en un sopor más que profundo que el actual para hacerles ver que no se puede buscar más allá de lo que uno posee, no sin acierto, no sin talento, no sin porte y obviamente, no sin un discurso un tanto más elaborado del que suelen practicar en pubs, restaurantes y locales que ya no pegan con su forma ni su estilo de vida.

Para cruzar el río hay que mojarse el culo y no todos, y no por edad que yo considero que es un estado de ánimo más que de primaveras cumplidas, pueden soportar sentir tanta humedad sobre su cuerpo sin sufrir consecuencias más que lógicas.

Sin embargo, y por suerte, no todos los hombres son iguales al igual que no todas las mujeres somos iguales. El problema es que son tantos, y tantos, y tantos los que ves hacer el imbécil últimamente, incluso ocultando su verdadera edad diciendo que tienen hasta cinco, seis, siete o incluso hasta diez años menos de los que tienen si acordarse de que los surcos de la cara son como los anillos del tronco de un árbol, que resulta tristemente patético poder diferenciar trigo de la paja, nunca mejor dicho.

En la vida hay que saber estar y vivir el momento como se nos presente. Sólo siendo auténticos conseguiremos, tanto nosotras como ellos, lo que nos propongamos. ¡Eso sí! Dejaros de reinventaros pues obviamente, no se os da nada bien y quedáis como tristes maduros pochos más que como hombres sobradamente preparados.

MORALEJA: William Shakespeare dijo: “Malgasté mi tiempo, ahora el tiempo me malgasta a mí”. ¡No lo pierdan más fingiendo! Sean ustedes mismos y a lo mejor, tiene un poco más de suerte… en la vida.

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