Desde que había
entrado a la empresa me había fascinado pues no se parecía a las demás. Una
chica independiente, cómoda con su forma de vida, sensual pero sin proponérselo,
nada de extrema delgadez si no con unas curvas que harían temblara a los Dioses
del Olimpo. Se llamaba Nerea, melena media, con ojos expresivos, boca muy
sensual y una forma de sonreír que me volvía francamente loco. No buscaba
llamar la atención y eso provocaba que fuera más admirada que aquellas que con
sus minifaldas y sus escotes intentaban revolucionar la oficina un día de
verano. Ella no era así. Quizás un día se presentaba con un pantalón vaquero
desteñido, unas sandalias de tiras muy sensuales y una camiseta de tirantes
blanca, con un sujetador blanco que se trasparentaba sutilmente. Quizás no la
miraba al entrar pero cuando hablaba, o se recostaba para recoger algo del
suelo o se estiraba para recoger algo de la mesa de al lado, su cuerpo emanaba
tal sensualidad, que no girarse era casi imposible. Una vez, hablando de las
chicas de la empresa con otros compañeros así
de forma distendida en una cena de inicio de vacaciones varios, sin
saberlo, estuvimos de acuerdo en que ella, cuando se movía sin sentirse
observada, parecía que lo hiciera a cámara lenta.
Ya llevaba un año
en la empresa con ella y apenas me atrevía a dirigirle la palabra yo primero.
Era ella siempre la que me saludaba y me sonreía haciendo que se me cortara
hasta el aliento. Siempre comíamos en el comedor de la empresa. Ella siempre
acababa un poco antes y salía a hacer una llamada mientras que los demás
sacábamos el café de la máquina y conversábamos un poco más antes de volver de
nuevo al trabajo. Sentía celos cada vez que ella se iba. ¿A quién llamaría?
A primeros de
septiembre, un día, me retrase con unos informes que me solicitaron y no pude
bajar o comer con el resto. Bajé un poco más tarde y justo cuando ella iba a
salir, me escondí a las escaleras y vi donde iba. Se metía por un cuarto
trasero que había en la empresa para guardar material especial. Un lugar
resguardado e íntimo. ¿Por qué se iba hasta allí para llamar? Fui tras ella. La
seguí sin que se diera cuenta. Cuando entró, pegué mi oreja a la puerta. Pensé
que lloraba. Entré y lo que descubrí me volvió loco de deseo. Una de sus manos
excitaba uno de sus pezones con un pellizco mientras su otra mano, se había
deslizado por sus braguitas para darse placer. Se estaba masturbando. Estaba
tan excitada, tan entregada al goce mutuo, que ni me vio. Me escondí como pude
y disfrute de aquella hembra gozosa de sus dedos adentrándose de forma
necesitada y deseosa.
Desde aquel día,
cuando ella salía yo iba tras ella y la contemplaba día tras día, disfrutando
del placer sexual de sus manos en la intimidad.
Estuve un mes
yendo cada día, sin perderme ese pequeño espectáculo que se producía cada día
delante de mi mirada cada vez mas ansiosa.
Un día mientras
la miraba, yo liberé mi sexo y empecé a masturbarme con ella sin intentar que
me viera, sin intentar de hacer ruido. Pero era tanto lo que había esperando
aquel momento, tanto lo que me había reprimido para que no me pillara, que
cuando llegué al orgasmo, no pude contenerlo en mis labios. Ella paró. Miró
donde podía venir el grito y me vio. Me miró fijamente pero no de modo
censurador. Cuando me tuvo de nuevo pendiente de ella, siguió gritando mi
nombre mientras seguía dándose placer. ¡Aquello me excito de nuevo! Me puse
ante ella para que viera que yo también ansiaba gritar su nombre, mientras me
daba de nuevo placer. La miraba, a una distancia no muy corta, y gritaba su
nombre, ella el mío, hasta que ambos nos fundimos en un unísono orgasmos
brutal.
Tras aquello salimos sin decirnos nada y dejamos que trascurriera la tarde sin más ni más.
Al día
siguiente, cuando acabó de comer, se acercó a mí y me susurró al oído: “¿Quieres
que llamemos juntos por teléfono?” Me guiñó un ojo y cuando ella cerró
la puerta, yo salí en su busca. Desde aquel día gozamos de ese momento
intermedio de “llamada” juntos, en la distancia aún. Pero sin lugar a duda, nos
iremos acercando poco a poco, para sentir las manos del otro en nuestros
respectivos sexos.
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