Pese a que dicen
que le hábito no hace al monje, en una empresa si llevas traje, tienes despacho
propio y no todo el mundo puede hablar contigo sin lugar a dudas eres un
“jefe”. Pero hay otro hábito que sin querer pone a una en su lugar y este, sin
duda, era una bata azul y una fregona.
Llevaba tres
meses limpiando aquella empresa. Al principio éramos dos chicas, pero con los
recortes, era yo la única que iba y se pasaba desde las cuatro de la tarde
hasta las diez de la noche, limpiando como podía aquella inmensa nave con
laboratorio y oficinas. Todo tenía que ser limpiado: mesas, lavabos,
vestuarios,…
Un día de esos
malos, de esos que todos tenemos como mínimo una vez al mes, llegué a la
empresa y no había nadie. Había una reunión de personal no sé muy bien donde,
pero los teléfonos no paraban de sonar y nadie los cogía. Yo fui a buscar mis
cosas para empezar a limpiar cuando desde la calle entró ‘El Jefe’ como alma
que lleva el Diablo.
-
¿Es qué no oye como suenan los
teléfonos? – me espetó vociferando.
-
A mí no me grite.
-
Pues… ¡Cojálos! – esa orden me gustó
menos que nada.
-
Le he dicho,… Que NO me grite
-
¿Qué no me entiende? ¡¡¡COJA EL
TELÉFONO!!! – me enfocaba el teléfono como si estuviera hablando con alguien
que no le entendiera y gritando más fuerte al final.
-
¡¡¡QUE NOOOOOOOOOOOOOOOOOO ME GRITEEEEEEEEEEEEEEE!!!
– le alcé la voz por encima de él acercándome de forma agresiva clavando mi
mirada en la suya sin pestañear.
No aparté la
mirada. Seguía frente a él, mirándole sin inmutarme de que el fuera más alto,
sin inmutarme de que él fuera el jefe, sin inmutarme por nada. No sé cuanto
tiempo pasamos así. Los teléfonos dejaron de sonar o al menos, yo no los
escuchaba y creo que él tampoco. Sentí un rubor extraño acalorar sus mejillas.
Cuando tome consciencia de que su miembro había crecido inmensamente dentro de
su bragueta por aquella no cesión de poder, me sentí poderosa. Jamás me hubiera
imaginado que un hombre que parecía tan poderoso en aquella empresa, le gustara
que quedaran por encima de él aunque sólo fuera por el tono de la voz. Pero se
excitó. Y estaba allí, ante mí, como esperando órdenes.
Lo que pasó
después no puedo entender aún ni como lo hice. Le cogí por la corbata y le
llevé a su despacho. Él no pronunciaba palabra y yo sólo pude decir de forma
imperativa: ‘¡Ahora mando yo!’
Cogí una silla,
la puse en medio de su despacho. Lo empujé para atrás. Me quité la bata. Debajo
de ella sólo llevaba un short y un top rosa. Cogí la bata y le até las manos a
la espalda. Me miraba pero no decía nada. ¡No tenían que decir nada! Su
excitación era visible en todo su cuerpo. Aquello le gustaba y mucho.
Liberé a su
bestia ardorosa de su prisión con un brusco movimiento de muñeca. Se notaba que
aquel gesto le había hecho un poco de daño pero sus ánimos no desfallecieron
por eso. ¡Seguía duro! ¡Seguía firme! Esperando a que yo hiciera o deshiciera
lo que me diera la gana con él.
‘¡Ahora mando yo!’ Le dije
mirándole de nuevo fijamente a los ojos. El asintió de forma servil con la
cabeza. ¡Como me estaba gustando todo aquello! Tener el poder, dominar, poder
estar por encima de alguien,… Era un goce nunca antes sentido y que no podría
describir con palabras.
Me bajé el
short. Me quité el top. No llevaba ropa interior. Cuando vio que estaba completamente
desnuda frente a él. Su sexo cogió una dimensión nueva de dureza. Me puse sobre
él. Me introduje su sexo en el mío y empecé a moverme con firmeza. La primera
vez, pude sentir como su sexo me llenó por entero. Pero no paré, seguí firme,
primero muy lento. Podía ver su cara derretirse de placer. Me gustaba estar
encima, ver que no podía tocarme, sentir que yo tenían en mi cuerpo la llave de
nuestro deleite. Empecé a incrementar mi ritmo pélvico. Notaba como estaba tan
duro que estaba a punto de irse.
-
¡No puedes correrte! ¡NO! – grité y
se contuvo. Pero no dejé de moverme y cada vez era más complicado para él no
derramarse.
-
¡No dejo que te corras! ¡Sigue
empalmado! – le grité mientras seguía moviéndome más y más fuerte.
-
¡No te corras! ¡Sigue empalmado! ¡No
te corras! – seguía ordenándole y él, con un esfuerzo sobre humano, me obedecía
sin rechistar.
-
¡Sigue duro! ¡Sigue duro! ¡Sigue
duro! – ya había perdido yo misma el control pero quería seguir, sitiándole
dentro, muy duro.
Estaba que no
podía contener mi orgasmo y le miré a los ojos fijamente antes de derramarme
diciéndole: ‘¡Ahora! ¡¡¡CORRETE AHORA!!!
¡¡¡CORRETE PARA MÍ!!! Sí…’
Fue un orgasmo
bestial el que recorrió su cuerpo y el mío. Sentir su ardor dentro de mí me
gustó tanto, que me quedé encima de él un buen rato mientras él trataba de
recuperar las pulsaciones.
Sin duda él era
el jefe. Siempre lo sería. Pero hoy, había sido yo la que había estado por
encima de él y sobre él. ¡¡¡PURA GOZADA!!! Ojala se repita pronto pero en otro
lugar.
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