No me gustaba
para nada el viento. Menos aquellos días en que era tan fuerte que provocaban
dolores de cabeza y asustaban a los clientes.
Tenía una
pequeña cafetería al lado del campus que servía desde desayunos a comidas
(cenas programadas para grupos). Aquella semana anterior, que el viento fue
atroz, pocos vinieron.
La semana
empezaba igual de mal. Estaba completamente sólo en la cafetería mientras
miraba por el ventanal. Una chica le costaba andar con dificultad por la calle.
Se tornó un torbellino y la levantó por entero golpeándola contra una farola.
Cayó al suelo y salí a socorrerla. El aire era tan fuerte que me costó una
eternidad llegar hasta ella y eso que ella estaba cerca y que yo era más bien
corpulento.
La recogí del
suelo y la lleve entre mis brazos como pude, hasta la cafetería.
La recosté sobre
una mesa. Aún no había vuelto en sí. Miré su cabeza y tenía un fuerte golpe.
Cuando cogí el teléfono para llamar a una ambulancia, recobró la consciencia.
Estaba asustada y dolorida. Enseguida se calmó dándome las gracias y dispuesta
a levantarse e irse. Se incorporó y se mareo. Estuvo a punto de caerse al suelo
sino no llego a cogerla.
Le dije que se
sentara tranquila, que se repusiera, que le preparaba algo para reponerse. Le
hice un café con leche calentito y yo me puse otro. En un par de platos, puse
un surtido de bollería para que escogiera lo que quisiera. Le pedí permiso para
acompañarla y me senté frente a ella.
Me dijo que se
llamaba Atenea y que había ido a hacer una entrevista de trabajo. Le desee
suerte y le dije que esperaba que la contrataran así podríamos vernos más a
menudo (sí, sonó un poco prepotente por mi parte pero es que era una criatura
hermosísima. Su piel blanca, sus ojos color azul intenso, su pelo castaño claro
caía de forma graciosa sobre su cara, su boca perfectamente definida por unos
labios ni muy gruesos ni muy finos, perfectos. Pero ella me sonrió por el
comentario. Aquella sonrisa hizo acelerar mi corazón a cien mil revoluciones
por minutos. Esa chica tenía algo especial).
Era tarde y todo
estaba oscuro. Se fue la luz y ella gritó asustada. La abracé fuertemente contra
mi pecho. No recuerdo muy bien cuando fue, pero sus labios se posaron en los
míos. Cuando los separó para coger aire yo busque su boca en la penumbra con la
mía. Mi lengua se perdió en su boca. Ella la chupaba y la mordisqueaba de una
manera que enervó todo mi ser por entero. Abrió poco a poco los botones de mi
camisa azul. Sus dedos se perdieron por mi torso. Jugaban con mis pezones mientras
yo no podía dejar de besarla. Dejé caer su chaquetón hacia atrás y levanté su
blusa dejando su lencería superior al descubierto. Se veía negra por la falta
de luz. ¡Me encanta el color negro! Mi sexo se empinó con más fuerza aún preso
en mi pantalón. Quitó un mandil negro que llevaba. Dejó caer mi pantalón y yo
el suyo después de quitar su blusa. Se dejó los tacones puestos (eso me
encantó) con unas medias individúales negras con silicona que jamás me hubiera
imaginado que le gustara a una mujer que llevara pantalón (son muy sexys y me
hacen sentir femenina me confesó más tarde), con un tacón alto y con su
lencería negra que hacía que su piel blanca resaltara de forma inconfundible
entre la inmensa oscuridad.
Su boca buscó mi
cuello. Su lengua retozaba con mi piel mientras yo no podía contener mi
deleite. Mis manos jugueteaban con sus pechos. Su pezones erectos fueron
sacados del sostén y pellizcados delicadamente arrancando sus gemidos de
placer.
Se arrodilló
frente a mí y bajó mi boxer dejando mi sexo completamente a su disposición.
Comenzó a pasar mi miembro por su boca. Pasaba su lengua por su punta, lo
besaba, lo succionaba, lo lamía una y otra vez. Después de unos minutos la cogí
por la cabeza y la hice llevárselo hasta lo más profundo de la garganta. A ella
eso no le incomodo. Le encantó sentirla adentro. ¡Me encendí aún más!
La tumbé en la
mesa donde habíamos tomado el café después de arrasar todo lo que quedaba con
mi mano. Metí mis dedos entre sus braguitas. Estaba tremendamente húmeda. Podía
deslizar más de tres dentro de su sexo completamente excitado. Ella gemía de
placer. Susurraba entre gemidos que no parara, que siguiera. Saqué mis dedos y
adentré mi sexo en ella. ¡CHILLÓ DE INMENSO GOCE! La embestía de forma salvaje.
Ella encadenaba un orgasmo con otro, con otro, con otro y eso me ponía
inmensamente más y más exaltado. Me costaba contenerme pues jamás había visto
tanto deleite en una hembra. Seguí arremetiéndola una y otra vez, arrancando de
ella gemidos cada vez más fuertes, más seguidos, más intensos. No podía retener
más mis ganas cuando ella me hizo frenar en seco. Se dio la vuelta en la mesa y
me dejó su trasero completamente a mi disposición. ¡Jamás me había pasado algo
así! Metí mi polla en su culo. Creí morir de placer sobretodo cuando ella
disfrutaba tanto con aquella penetración. Mis cargas fueron suaves,
acompasadas. Mi cadera rozaba su trasero con mis empujes lentamente certeros.
Me deleitaba hasta la extenuación. Verla gritar, susurrar que no parara, que
deseaba más me gustó tanto que no pude contenerme más y me derramé dentro de
ella.
La luz volvió al
poco tiempo. Nos pilló tumbados en la mesa. Ella se levantó y la apagó.
“¿Preparado para
el segundo asalto?” Mi sexo erecto respondió por mí. La tarde pasó entre sus
piernas enlazadas en mi cintura y mi miembro contento de encontrar a una rival
a la medida para satisfacer sus ganas.
¡Ella era
diferente! Lo sabía sin haberla probado. Pero jamás hubiera imaginado que era
una diosa del sexo que había tenido a bien regalarme sus ansias inmensas de
goce.
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