martes, 25 de febrero de 2014

TORBELLINO (relato)

 
No me gustaba para nada el viento. Menos aquellos días en que era tan fuerte que provocaban dolores de cabeza y asustaban a los clientes.

 

Tenía una pequeña cafetería al lado del campus que servía desde desayunos a comidas (cenas programadas para grupos). Aquella semana anterior, que el viento fue atroz, pocos vinieron.

 

La semana empezaba igual de mal. Estaba completamente sólo en la cafetería mientras miraba por el ventanal. Una chica le costaba andar con dificultad por la calle. Se tornó un torbellino y la levantó por entero golpeándola contra una farola. Cayó al suelo y salí a socorrerla. El aire era tan fuerte que me costó una eternidad llegar hasta ella y eso que ella estaba cerca y que yo era más bien corpulento.

 

La recogí del suelo y la lleve entre mis brazos como pude, hasta la cafetería.

 

La recosté sobre una mesa. Aún no había vuelto en sí. Miré su cabeza y tenía un fuerte golpe. Cuando cogí el teléfono para llamar a una ambulancia, recobró la consciencia. Estaba asustada y dolorida. Enseguida se calmó dándome las gracias y dispuesta a levantarse e irse. Se incorporó y se mareo. Estuvo a punto de caerse al suelo sino no llego a cogerla.

 

Le dije que se sentara tranquila, que se repusiera, que le preparaba algo para reponerse. Le hice un café con leche calentito y yo me puse otro. En un par de platos, puse un surtido de bollería para que escogiera lo que quisiera. Le pedí permiso para acompañarla y me senté frente a ella.

 

Me dijo que se llamaba Atenea y que había ido a hacer una entrevista de trabajo. Le desee suerte y le dije que esperaba que la contrataran así podríamos vernos más a menudo (sí, sonó un poco prepotente por mi parte pero es que era una criatura hermosísima. Su piel blanca, sus ojos color azul intenso, su pelo castaño claro caía de forma graciosa sobre su cara, su boca perfectamente definida por unos labios ni muy gruesos ni muy finos, perfectos. Pero ella me sonrió por el comentario. Aquella sonrisa hizo acelerar mi corazón a cien mil revoluciones por minutos. Esa chica tenía algo especial).

 

Era tarde y todo estaba oscuro. Se fue la luz y ella gritó asustada. La abracé fuertemente contra mi pecho. No recuerdo muy bien cuando fue, pero sus labios se posaron en los míos. Cuando los separó para coger aire yo busque su boca en la penumbra con la mía. Mi lengua se perdió en su boca. Ella la chupaba y la mordisqueaba de una manera que enervó todo mi ser por entero. Abrió poco a poco los botones de mi camisa azul. Sus dedos se perdieron por mi torso. Jugaban con mis pezones mientras yo no podía dejar de besarla. Dejé caer su chaquetón hacia atrás y levanté su blusa dejando su lencería superior al descubierto. Se veía negra por la falta de luz. ¡Me encanta el color negro! Mi sexo se empinó con más fuerza aún preso en mi pantalón. Quitó un mandil negro que llevaba. Dejó caer mi pantalón y yo el suyo después de quitar su blusa. Se dejó los tacones puestos (eso me encantó) con unas medias individúales negras con silicona que jamás me hubiera imaginado que le gustara a una mujer que llevara pantalón (son muy sexys y me hacen sentir femenina me confesó más tarde), con un tacón alto y con su lencería negra que hacía que su piel blanca resaltara de forma inconfundible entre la inmensa oscuridad.

Su boca buscó mi cuello. Su lengua retozaba con mi piel mientras yo no podía contener mi deleite. Mis manos jugueteaban con sus pechos. Su pezones erectos fueron sacados del sostén y pellizcados delicadamente arrancando sus gemidos de placer.

 

Se arrodilló frente a mí y bajó mi boxer dejando mi sexo completamente a su disposición. Comenzó a pasar mi miembro por su boca. Pasaba su lengua por su punta, lo besaba, lo succionaba, lo lamía una y otra vez. Después de unos minutos la cogí por la cabeza y la hice llevárselo hasta lo más profundo de la garganta. A ella eso no le incomodo. Le encantó sentirla adentro. ¡Me encendí aún más!

 

La tumbé en la mesa donde habíamos tomado el café después de arrasar todo lo que quedaba con mi mano. Metí mis dedos entre sus braguitas. Estaba tremendamente húmeda. Podía deslizar más de tres dentro de su sexo completamente excitado. Ella gemía de placer. Susurraba entre gemidos que no parara, que siguiera. Saqué mis dedos y adentré mi sexo en ella. ¡CHILLÓ DE INMENSO GOCE! La embestía de forma salvaje. Ella encadenaba un orgasmo con otro, con otro, con otro y eso me ponía inmensamente más y más exaltado. Me costaba contenerme pues jamás había visto tanto deleite en una hembra. Seguí arremetiéndola una y otra vez, arrancando de ella gemidos cada vez más fuertes, más seguidos, más intensos. No podía retener más mis ganas cuando ella me hizo frenar en seco. Se dio la vuelta en la mesa y me dejó su trasero completamente a mi disposición. ¡Jamás me había pasado algo así! Metí mi polla en su culo. Creí morir de placer sobretodo cuando ella disfrutaba tanto con aquella penetración. Mis cargas fueron suaves, acompasadas. Mi cadera rozaba su trasero con mis empujes lentamente certeros. Me deleitaba hasta la extenuación. Verla gritar, susurrar que no parara, que deseaba más me gustó tanto que no pude contenerme más y me derramé dentro de ella.

 

La luz volvió al poco tiempo. Nos pilló tumbados en la mesa. Ella se levantó y la apagó.

 

“¿Preparado para el segundo asalto?” Mi sexo erecto respondió por mí. La tarde pasó entre sus piernas enlazadas en mi cintura y mi miembro contento de encontrar a una rival a la medida para satisfacer sus ganas.

 

¡Ella era diferente! Lo sabía sin haberla probado. Pero jamás hubiera imaginado que era una diosa del sexo que había tenido a bien regalarme sus ansias inmensas de goce.

 

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