Siempre se ha dicho que por amor se hacen grandes locuras
refiriéndose a un amor de una pareja que se ama, una relación de dos.
Por amor, amor fraternal, amor parental, amor en
mayúsculas, que a veces puede ser infinitamente mayor que el que sientes por
una pareja, no se suelen hacer grandes locuras pero se pueden llegar a soportar
condiciones de lo más dolorosas físicas, psíquicas y emocionales.
Hace dos años (bueno, mañana los haría), entré a trabajar
en casa de una mujer mayor, de unos 76 años con problemas de movilidad.
Con el tiempo (en mi caso fue realmente poco y en el suyo
igual) le cogí mucho cariño. Era como una madre para mí que me había regalado
el cielo para poder ayudarla en el invierno de su vida.
Pese a que estaba en una situación de negación en
recuperarse, mi bueno humor, mis mimos, mi cariño y mi inmenso amor, hicieron
que saliera a la calle, que cogiera un andador para adultos y que saliera de
esa represión obligada por su enfermedad (ataxia con problemas de equilibrio).
Sabía que poco a poco sus neuronas se iban a ir debilitando
pero, por verla sonreír, por verla feliz y contenta, sería capaz de soportar un
dolor tremendo llegado el día en que ya no se acordara ni siquiera de mí, de
quien yo era, de lo mucho que la quería.
Pero en todo “cuento” o “fábula” con una gran moraleja, hay
personas non gratas que tratan
siempre de someter a las personas a su voluntad y lo peor, es que son
abominables seres humanos que no merecen la pena ni existir.
En mi historia el “malo” era su esposo, un personaje
inculto, gandul, malvado, sin educación, sin presencia, si vida propia, sin
higiene mínima,… el que se anclaba a sus pies dejándola que su movilidad vital
de ganas de sobreponerse y continuar, fuera mas rápida y mejor.
Este personajillo, a sus hijas las trataba como a chóferes,
como chachas que tenían que estar a su disposición, a criadas que tenía que
hacer lo que él ordenara porque sí, porque sí. Trataba a sus nietas (de doce y
ocho años) como sus pequeñas esclavitas y si las niñas, reían o le daban más
besos a su abuela que a él, incluso las insultaba (las buenas maneras nunca
formaron parte de su insulso y limitado aprendizaje).
Si la pobre mujer ayudaba, con lo poquito que ganaba, a sus
hijas tanto con comida como con dinero para el gasoil de llevarlo a él donde
quisiera, le montaba una bronca que le hacían subir la tensión, el azúcar y que
entorpecían, aún más, su pequeñas mejoras.
Ahí no acababa la cosa, pues pese a que su mujer estaba
enferma, su santa voluntad de macho, le llevaba a meterse en su cama y hacerle
tocamientos pues el ERA EL HOMBRE y daba igual que la mujer no quisiera o
estuviera MUY ENFERMA,… El tenía que satisfacer sus deseos lascivos aunque eso
a ella le hiciera mas daño que bien (las hijas lo sabían y no hacían nada. ¡Eso
era lo peor!).
Si todo esto hacía con personas de su sangre imaginar lo
mucho que tenía que soportar una persona que no era de su sangre: gritos,
insultos, vejaciones, intentos de agresión física, etc.
Cuando esa persona se lo comentaba a las hijas su
respuesta, sobretodo de la mayor, era siempre la misma: el siempre ha sido así.
Dos años puedes ser una delicia o una verdadera tortura.
Para mi fueron peor que mas inimaginable de los tormentos que se puedan llegar
a imaginar. Sufría por el daño que me hacía a mí pero lo pasaba francamente mal
cuando el martirio se lo causaba a mi “madre”.
Yo no era nadie. No podía romper una familia pues la
sangre, la de aquella mujer que merece gloria bendita donde quiera que vaya, no
corría por mis venas. Las que podían hacer algo,… nada, no hacían nada.
Después de dos años menos un día, yo ya no he podido más.
Aguanté, soporté lo que no está en los escritos por una mujer que se merecía mi
amor y mi cariño por entero. Con sus abrazos, con sus sonrisas, con su
palabras, con su presencia yo era feliz al verla feliz. ¡Eso ya no ha sido
suficiente! Si las que pueden hacer algo no lo hacen,… yo no puedo vivir
eternamente ligada a una persona a la que están viendo morir en vida y no hacen
nada por ayudarla. Yo estuve ahí, día y noche, cuando tuvo el cáncer, cada día
de radioterapia, cada ingreso,… Hoy ya no he podido más. Era o él o yo. ¡He
decidido que soy muy joven aún para morir en vida! Por eso me he ido, me he
marchado teniéndola que dejar ahí, llorando como una magdalena a mi querida
segunda madre.
¿He hecho bien? Ahora mismo el nudo que tengo en medio del
pecho me dice que no, que no debía marcharme pese a todo por ella. Pero también
sabía que yo ya no podía hacer nada más. Informé de los abusos, las llamé
cuando las cosas se salieron de madre una semana tras otra tras otra tras otra
sin que nadie hiciera nada, sin que nadie tomara cartas en el asunto.
Me siento completamente destrozada por entero pero la vida
es muy corta para haber perdido la noción de lo que está bien y lo que está
mal. En aquella casa el hacer la comida, el hacerle un masaje a ella para la
mejor circulación de la sangre, el sacarla de casa y dar una vuelta con la
silla de ruedas, el llevarla para arriba o para abajo se convertía en algo malo
a los ojos de él que luego, con sus gritos y reprimendas, la torturaba a solas
con sus reproches.
La quiero, la quiero mucho pero hay momentos en la vida en
que hay que decir no puedo aguantar un segundo más y hoy, por desgracia para mí,
ha sido ese día.
MORALEJA: Honoré de Balzac, novelista
francés, dijo: “Jamás en la vida encontrarás ternura mejor, más
profunda, más desinteresada y verdadera que la de tu madre”. Yo la encontré en ella, en la
viejita que cuidaba con todo mi amor, como también la encontré en mi verdadera madre,
en mis abuelas que ya no tengo conmigo, en mi querida abuela postiza que me
acogió en sus brazos llamándome nieta hasta que se acabó su vida. Pero el amor
no cambia ni se eclipsa con la distancia. Espero que ella lo entienda algún día.
Algún día espero también poderlo entender yo.
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