LECCIÓN APRENDIDA MAESTRO
¡Te juzgue mal maestro!
Tuve mil palabras
indecorosas para tu persona.
Fuiste parte de mis pesadillas
reales más angustiosas de toda mi vida
(y eso que sólo vivo aún a mitad de ellas).
Busqué infinidad de pretextos para odiarte
(esa era la mejor manera
de olvidar
un mal infligido con la siempre constante
espada de tu indiferencia perpetua).
‘¡Un alumno tiene que ser
mejor que un maestro!’
Me dije.
‘Un discípulo tiene
que evolucionar para ser él mismo’.
¡Me equivoqué!
Un buen aprendiz se instruye
y luego, cuando ha asimilado,
sigue aprendiendo del ancestro
hasta su muerte.
Tras ella, la lección
maestra será aprendida:
nadie muere del todo
si vive dentro de ti.
¡Me negué a llevarte por dentro!
Alguien como tú no podía
tenerme de alumna fiel.
¡Eso no! ¡Eso nunca!
‘¡Maldita niña estúpida!
¿Cómo osaste cuestionar
sin desear
aprender del mejor?’
Emprendí mi camino contra
tu voluntad (o quizás no).
Caminé días, semanas, meses
intentando encontrar
mi verdadero camino.
Me acogieron en
una casa pasado el tiempo.
De su boca la mejor
de las palabras fue hija mía.
¡No te echaba de menos!
¡No me acordaba de ti!
Dos años duros vinieron
donde el amor lo salvaba todo,
un amor tierno, dulce, lleno de abrazos
y te quieros con
verdadero sentido.
Hubo cáncer, hubo muerte,
hubo insultos por parte de un tercero,
blasfemias mil, gritos,
brazos enervados al aire esquivados
siempre en el último momento,…
de todo hubo durante ese largo tiempo.
Las risas pesaban más que el llanto.
‘¡Aguanta!’ Me
decía.
El dolor antiguo fue peor
que el dolor nuevo.
‘¡Aguanta pequeña!
¡Tú puedes!’
Llegó el día señalado
en el calendario apuntalando
un fin jamás deseado.
Corrieron océanos de lágrimas
por mis mejillas.
No podía volver la vista atrás
(si lo hacía, jamás
sería capaz de salvarme
de una muerte prematura).
Las mascaras cayeron
pocos días más tarde
ante mis ojos confusos.
¡No podía creerlo!
Todo un mundo encarcelado
en muchos días repletos
de vacíos nobles de verdad.
¡El golpe fue certero!
Mortal para mi persona.
Llegó el silencio.
Llegó la ausencia.
Llegó la dura realidad.
Para caminar sólo
hay que agradecer lo aprendido
y llevar al maestro
por siempre dentro de ti,
con lo malo, con lo bueno,
con todo su ser por entero.
¡Que necia fui!
Emprendí mi camino
de nuevo maestro.
No retornaré sobre mis pasos
(ese jamás fue mi estilo).
Pero sabed que, por fin,
os acepté en mi interior
y os llevo muy adentro.
¡Jamás olvidaré
vuestras enseñazas!
Al final,… aprendí
aquello que no quisiste
decirme nunca.
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