LLEGÓ LA
HORA
Sonó la hora.
Llegó el momento.
Cayó sobre mí su cuerpo.
Vivía allá, alejado de mí
por una promesa cumplida
contra su propia voluntad.
Yo vivía absorta en un mundo
que para nada encajaba
conmigo de principio a fin.
Mi promesa no existía
más si una regla absurda
de ser que era lastre
en mi vida más
que delicia eterna.
Llegó la hora.
Resonó el momento.
Se tendió sobre mí por entero.
Una puerta se cerró
tras de sí atropellando
su sombra apresuradamente.
Allí yo, él, un silencio deliciosos,
un placer inimaginado,
un deseo contenido infinitamente
tras unas cortinas lubricadas
mil veces por otros
nombres de amantes
que vieron arder
su deseo por entero.
No hizo falta contenerse.
¡Ahora ya no!
Se acabaron los convencimientos,
el fingir comedida ante otros,
ser una mujer sumisa y obediente.
¡Era yo!
Hembra naciente,
henchida por dentro y por fuera,
inflamada hasta la extenuación
por aquella hora,
por aquel momento,
por aquel hombre
que no era mío y jamás lo sería.
¡La vida era perfecta!
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