martes, 4 de febrero de 2014

CONOCERSE (relato)

 
No sé porque se pasan las cosas pero… cuando algo te hace frenar en esta vida siempre es por algo bueno y necesario.

 

Después de un matrimonio que se rompió después de veinte años, me refugié en mi trabajo. Iba de acá para allá, tratando de tener la mente siempre ocupaba (me mudé de casa y apenas había dormido en ella un par de noches en tres años). Me había instalado en un pequeño pueblo de montaña donde nadie me conocía y donde no quería conocer a nadie. ¡Así era yo!

 

Hacía años que tenía un problema en una de mis rodillas. Había tenido que dejar un poco mi gran pasión, el futbol amateur. Pero me encontraba bien para poder hacer algún partido con los amigos de vez en cuando. Un día de esos en los que quedas para pasar el rato, habían acabado de fregar y me resbalé de bruces en el suelo dejando caer, por desgracia, todo mi peso en mi rodilla mala (soy un hombre alto, fuerte y… el dolor de esa altura, de esa fuerza, me hizo estremecer de dolor de la cabeza a los pies). Tuvieron que llamar a una ambulancia y tuvieron que operarme de urgencias (había sido una mala caída). Escuchaba voces aquí y allí. Entré en quirófano. Cuando volví a abrir los ojos estaba en una habitación de hospital con la pierna inmovilizada. El cirujano vino y me dijo que había tenido suerte. Que tenía que guardar reposo un mes. Tendría que hacer rehabilitación.

 

  ¿Cuándo tendré el alta doctor?

        ¿Vive solo?

        Si,… ¿Por qué?

        Porque sino tiene ayuda, deberá permanecer ingresado hasta que se recupere.

        Vivo sólo pero tengo ayuda – mentí. No me gustaban los hospitales y deseaba salir de aquel lo antes posible.

        Mañana pasaré y si no ha tenido fiebre, le daré el alta.

 

Pasé toda la noche sin fiebre y al día siguiente me dieron el alta. Llamé un taxi que me vino a recoger y me fui para mi casa. No podía apoyar el pie. No tenía muletas. Tenía que estar aguantando el equilibrio como podía. Pensé que podría apañármelas al llegar a casa. ¡Me equivoqué!

 

Salí del taxi. El taxista me ayudó a llegar a casa. Cuando intentaba abrir la puerta, estuve a punto de caer. Una chica que salía de la casa de al lado, me ayudó para que no cayera. “Puedo yo solo” le dije de forma brusca. “Pues yo creo que te equivocas” respondió ella mientras me pedía que pasara mi brazo por sus hombros y la utilizara a ella como una muleta. Llegué al comedor y me dejé caer en el sofá. Ella dejó mi bolsa encima de la mesa.

 

        ¿Tienes muletas? Puedo traértelas si quieres.

        No, no tengo.

        ¿Cómo te las vas a apañar para caminar?

        Ya veré.

        ¡Vale!

 

Se fue, me deseo buenas noches y cerró la puerta tras de si.

 

Me tumbé en el sofá y me quedé dormido.

Dormí toda la noche y me despertó al día siguiente los golpes en la puerta. No podía levantarme. Había cogido una mala postura y me dolía todo. Volvieron a llamar pero no podía moverme. La tercera llamada me puso de los nervios. ¡ME SENTÍA INÚTIL! Quien fuera se cansó a la tercera llamada o eso creí yo. De golpe y porrazo, por la parte del patio, aparecieron dos muletas y una mujer.

 

        Ya veo que te vales por ti mismo y que no necesitas ayuda. – dijo la chica de la noche anterior que, sin saber como ni porque no, se había colado en mi casa con un par de muletas.

        ¿Qué coño haces?

        Pues traerte un punto de apoyo, no para que muevas el mundo, sino par que te muevas tú.

        Gracias pero no las necesito.

        ¿A sí? La misma ropa de ayer. He llamado a la puerta y no has abierto. Y lo mejor del todo será verte saltar a la pata coja desde la cocina hasta aquí con un plato de comida. ¡Voto por tener fila si es sopa bien caliente! – sonrió de forma burlona.

 

No dije nada pero tenía razón. Necesitaba que me ayudaran un poco.

 

Las dejó, me dijo que tuviera cuidado y se fue.

 

Aquellas muletas me facilitaron el poder moverme de un lado a otro. Pensé que al siguiente volvería pero no lo hizo.

 

Subí las escaleras el cuarto día para ir a mi habitación. Desde mi estudio se veían los patios más cercanos. Estuve un buen rato mirando por la ventana. Luego seguí con mis pocos quehaceres. ¡No sabía que hacer con tanto tiempo libre!

 

Pasó un quinto día horrible. Un sexto día extremadamente lento. El séptimo llegó y fue pavoroso por partida doble. El octavo día fue exageradamente parsimonioso. Y así vinieron uno tras otro los días. Nadie me visitaba (allí nadie sabía ni quien era). Me sentía un tanto sólo y a la única persona que me había brindado una mano,… la había alejado.

 

Llevaba veinte días ya en casa. ¡Estaba hasta las narices de estar encerrado! Me puse a mirar por la ventana de mi habitación. Allí estaba aquella chica.

 

¿Habéis podido observar a una mujer desde una distancia y ver la sensualidad que desprende en cada gesto natural de su cuerpo? Su pelo recogido en una cola y moviéndose cuando camina a lado y lado de su cuello. Su camiseta de escote en V profundo que se cae por un hombro dejando ver un top que trata de guardar el secreto de sus enormes pechos atrapados para no ser vistos. El bamboleo de sus caderas cuando tiene la ropa. Aquella figura y su sencillez me devoraron mi instinto de hombre por dentro. Desde aquel instante no pude quitarme aquella visión de la cabeza.

 

Me fui a la cama y el sueño me vino pronto. Ella era la protagonista. Su pelo, su cuerpo, sus movimientos, su boca, su risa. Me desperté sobresaltado. ¡Necesitaba volver a verla!

 

Al día siguiente ella volvía a estar en ese patio. La blusa blanca dejaba vislumbrar los encajes de su sujetador. Se acariciaba el cuello como tratando de quitar una dolencia y me volvería loco pensado que aquella podría ser mi mano. Se agachó a recoger una prenda caída al recoger la colada y ver aquel gesto de inclinación creí morir de excitación plena.

Desee que ese mismo día me visitara, viniera a verme a mí. Lo dije millones de veces en mi mente. “¡Ven! ¡Ven! ¡Ven! ¡Necesito verte! ¡Necesito verte! ¡Lo necesito!”.

 

Pasó el tiempo y llamaron a la puerta. ¡Era ella!

 

        Preferí volver a usar la puerta.

        ¡Me alegro que lo hicieras!

        ¡Vaya! Veo que te van bien las muletas tanto que te endulzaron hasta el trato.

        No seas mala. Tenía mucho dolor. ¿Quieres pasar?

        ¿Me dejarías que entrara?

        Por un día me gustaría comer en la mesa del comedor y yo no puedo usar las muletas y ponerla – intenté decir de forma suplicante pero con un tono cortés para que quisiera quedarse.

        De acuerdo. Pero a cambio de ese favor,… me gustaría quedarme contigo a comer.

        ¡Trato hecho!

 

Puso lo mesa. Comimos. Hablamos. Nos reímos.

 

Después, quitó la mesa y al intentar sentarme en el sofá, se me resbaló una muleta y estuve a punto de caer al suelo. Ella al intentar cogerme se cayó encima mío. Al ver tan cerca aquella camiseta blanca y poder ver la blonda de su sujetador blanco trasparentarse tan cerca de mi, la besé en la boca calurosamente. Ella me miraba desconcertada cuando alejé mi boca para ver su cara. Tenía miedo de que pensara que era un aprovechado. Estaba a punto de disculparme cuando me cogió por la nuca y me acercó a su boca. Se incorporó un poco y se escarranchó sobre mi, a horcajadas sobre mis piernas con mi sexo prisionero de mi boxer y de mi pantalón pero bien duro, a solo unos milímetros escasos del suyo.

 

Me sacó la camisa con mucho ímpetu. Agacho la cabeza y empezó a lamer mis pezones. ¡Su lengua era una delicia! Jugaba con uno mientras el otro deslizaba sus dedos que iba mojando de saliva poco a poco. Luego los mordisqueo y creí morir de placer. Se iba alternando ahora uno, ahora el otro y no dejaba de saborearlos ni un instante (ella sabía lo que me gustaba sin decírselo. Yo no podía ocultar mis gemidos que cada vez eran más intensos). Luego empezó a succionarlos como si fuera un bebe que está siendo amamantado. ¡Jamás me habían hecho aquello! Era algo completamente extrañamente nuevo, increíblemente delicioso hasta un borde que jamás había sentido. Se quito su camiseta y pude ver sus pezones duros traspasar la blonda de su sostén. Eso me excitó aún más si es posible. Se quitó de forma magistral sus pantalones. Desabrochó el mío liberando mi sexo. Lo acarició deliciosamente suave. Luego, ladeo un poco sus braguitas y sin quitárselas, se introdujo mi sexo en el suyo. ¡Fue increíble! Se movía lenta y acompasadamente proporcionándome un placer inimaginable. Se derramó una primera vez sobre mí y su orgasmo me recorrió el cuerpo de la cabeza a los pies. ¡No hay nada más excitante que ver gritar de deseo a una mujer! Poco a poco fue acelerando en ritmo de su cintura. Mi sexo estaba duro y no se como ella conseguía que no me derramara yo dentro de ella sin dejar de ponerme cada vez mas cachondo. Seguía derramándose una y otra vez sobre mí. Yo no podía dejar de mirarla, de tocar sus pechos, de lamer su cuello mientras ella seguía moviéndose cada vez un poco más fuerte, ahora de adelante a atrás, ahora en círculos. ¡Era toda una diosa del sexo! Seguía su ritmo cada vez un poco mas acelerado. No pudo contener mas mi excitación que la llenó de leche por dentro mientras mi cuerpo seguía recorriéndolo el más tremendo orgasmo que jamás había sentido con pequeños espasmos deliciosos de goce.

 

Jamás habría pensado que alguien desconocido podría hacerte disfrutar tanto de deseo. Ahora sólo estoy deseando volver a verla mañana, a través de la ventana, esperando y deseando, que vuelva a llamar a mi puerta.

2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Gracias por tu comentario Esmeralda y gracias por leer mis relatos.

      ¡¡¡Sigue disfrutando cada martes de mis relatos!!! Y si lo deseas, cada día de mi blog.

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