Hay golpes en la vida de los que una no aprende.
Cuando una persona empieza un trabajo nuevo, sobretodo
trabajo con personas que están imposibilitadas o mayores, se entregan a cien
por cien desde el primer día. Cada progreso, cada pequeño avance, es como una
recompensa no buscada que hacen la vida más llevadera.
El tiempo pasa y todo va a pedir de boca. Ella ha vuelto a
caminar, el trato es afable y el calificativo HIJA sale una y otra vez de su
boca.
Mas los celos, esa cortina oscura que se cierne sobre todos
aquellos que cortaron sus alas para que dejara de volar, se precipitan sobre
una relación fundamentada en el cariño, la superación, el esfuerzo, … en la
supremacía de la libertad y la vida.
El tiempo pasa y el callar, el aguantar, el fingir va
colmando el vaso de una mujer que por afecto a una mujer que le llama hija, a
la que siente como una madre. Soporta lo indecible (describirlo con palabras
sería quedarse corta).
Pero el tiempo, los actos, colman ese vaso hasta que el
tsunami de dolor ya no puede más. Da igual sus lágrimas y las tuyas. ¡Celar
ganó la batalla!
Cuando todo ha pasado y lo único que deseas es que todo se
calme, los ojos te muestran la verdadera cara de esa vida, de ese amor, de ese
cariño fingido que tras la tormenta, tras todo lo que fue arrasado, se tiñe de
indiferencia, estupidez, falsas verdades.
¡Has perdido la inocencia! La has perdido del todo. Todos
te lo avisaron, que te entregas demasiado, que no se lo merecen, que se
aprovecharán de ti. Cuando el agua destruyó todo a su paso dejando visible sus
falsos corazones, el dolor fue todo mío y los malos momentos,… también.
Nadie se acordaba de mí, de lo mucho que había hecho, de
todo lo que había conseguido.
Nadie se acordaba de mi y el dolor era intenso, no por la
falta de cariño, que dolía hasta no dejarme ni respirar, sino por la falta de
recuerdos que en una mente que te tenía como hija, se borró tras un golpe
certero en la mesa de una llave que cerraba una puerta que jamás debió ser
abierta.
MORALEJA: Cesare Cantù, (1804-1895) historiador
italiano, dijo: “El dolor tiene un gran poder educativo; nos hace
mejores, más misericordiosos, nos vuelve hacia nosotros mismos y nos persuade
de que esta vida no es un juego, sino un deber”.
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