Después
de años de acabar liada con uno de los jefes, por eso de que la erótica del
poder no iba conmigo, acabé con Fran, mi responsable en la empresa en la que
trabajaba en la actualidad. No es que ya trabajara y me colgara de él. Nos conocimos
mucho antes de trabajar juntos, en una exposición de arte. Lo que iba a ser un
recorrido entre pinturas con unas amigas, se convirtió en un plantón para mí.
Por suerte el pintor era amigo mío y me presentó a un grupo de personas muy
aburridas del mundo del arte. Cuando escapaba al baño para deshacerme de
aquellos muermos, golpeé sin querer a un hombre y le manché la camisa con la
copa de vino tinto que el llevaba en la mano. Me excusé y él, tras sonreírme
cortésmente, me dijo: “Ya que no voy a pedirte que me pagues la tintorería pues
suena un poco a película de esas románticas, al menos invítame a una copa”. Le
dije que sí pero fuera de allí. Fuimos hacía su coche y nos fuimos de allí.
Yo
no conocía ningún pub por la zona y el me llevó a uno de lo más relajante. Era
como un pequeño paraíso de música Chill Out, con un ambiente acogedor que
invitaba a intimar.
Nos
sentamos apartados de la barra. Esperamos al camarero y tras tener las copas,
empezamos a hablar como si aquella no fuera la primera vez que nos veíamos. Era
como si algo hubiera encajado y aunque no habláramos de cosas trascendentales,
ese toma y daca de ingenio, ese exponer la versión de cada cual, era
francamente excitante.
Tras
la copa fuimos de cena. Después de cenar fuimos a tomar otra copa. Al final se
nos hizo de día. Tenía muchas ganas de besarle pero me dijo… “Hoy no. Sería
como esas historias de amor convencionales que todos luego envidian. Hoy no.
Pero queda pendiente”.
Se
fue tras dejarme en la puerta de mi casa y me quedé con un palmo de narices. Lo
bueno es que aquel acto me hizo odiarle y desearle como jamás había deseado a
nadie.
Al
día siguiente apareció en la puerta de casa con un café en la mano para mí.
“Que conste que este no es un acto romántico. Sólo que no te pedí el móvil y
claro… necesitaba una excusa”. Cogí el vaso y me lo bebí de golpe como si fuera
un chupito en vez de un café largo con leche. Le miré y a los ojos y le dije:
“Estaba frío. Quizás mañana tengas más suerte. Hoy no vas a tener suerte”. Me
di la vuelta y lo dejé como yo me había quedado el día anterior, con un palmo
de narices.
Al
día siguiente apreció de nuevo en la puerta, esta vez el café hirviendo. Me
quemé un poco la lengua, aunque no podía parar de reírme. Aunque en la otra
taza de café, él había traído hielo justo porque sabía que me iba a quemar.
“Anda loca, chupa esto” me dijo acercándome un cubito con los dedos.
Desde
aquel día nos fuimos viendo a diario. Pero nada de besos. Nada de sexo. Cada
vez que surgía de manera sutil algo sexual, siempre me decía lo mismo: “Quiero
que me desees mucho más que ahora. Quiero que me pidas, que me supliques entre
gemidos desesperantes, que te posea, que no puedes aguantar, que te arde el
cuerpo por entero, que necesites que me adentre en ti, que te haga mía”. Sólo
escucharle decir aquellas palabras, me estremecía de la cabeza a los pies.
Pasó
el tiempo, y justo cuando empezaba a desear tanto decirle aquellas palabras,
entré a trabajar en la empresa en la que él era jefe. No fue por conocerle, ni
por estar con él. Sino por cosas del destino pues él también se sorprendió,
gratamente, de verme allí el primer día que entré a trabajar.
A
medio día hice por hablar con él pero se acercó antes. “¿Comemos juntos?” No
sabía que decir. Hasta que por fin dije: “¿Crees que es lo correcto?” Me miró,
sonrío y dijo: “Soy divorciado, tú no tienes pareja. ¿Qué no es lo correcto?”.
A lo que apostillé: “Soy tu administrativa, trabajo contigo. Eres mi jefe”.
Siguió mirándome sonriendo: “¿Qué no es lo correcto?” En cierta tenía razón. Me
levanté, cogí mi bolso y mientras salía camino de la puerta le dije en voz
baja: “Aunque si nos encontramos con alguien le diré que fuiste tú el que me
sedujiste”. Él me miró de reojo y me dijo: “Si tú dices eso, diré que guardas
el cojín rodillero en tu cajón de los bolis”. Me tuve que poner a reír pues
era… francamente más inteligente que yo.
Pasó
el tiempo y llegó la cena de la empresa de verano, antes de las vacaciones. Montaban
un catering en unas carpas de la zona y todos irían allí. Hicimos acto de
presencia pero al poco rato me pidió que me escabullera. Le esperé en la puerta
y nos fuimos a otras carpas. Nos pedimos una copa, empezamos a bailar (bueno, él
se ponía delante de mí y simplemente, me observaba de forma muy lasciva. Me
encantaba ir a bailar aunque el no lo hacía. Sabía que le gustaba que danzara
provocándole. Le encantaba que le mirara y que los demás me mirarán de forma
deseosa.
Aquel
día, por suerte o por desgracia, teníamos a nuestro alrededor a varias personas
de mi ayer. Paré de bailar en seco cuando me encontré de frente con la mirada
clavada de Manel, mi primer jefe. Me sonrojé mucho más cuando al intentar
esquivarla me cruce con la mirada de José Juan mi segundo jefe con los ojos
desencajado. Y así me pasó con Diego, Alfredo y Christopher. ¿Pero que era
aquello? ¿Quién era capaz de creerse aquella estúpida situación? Por un lado yo
ya no era la que era. Había cambiado, había madurado y por supuesto, era toda
una mujer. Ellos me habían conocido con mis años más novatos, con dieciocho,
con veinte, con veinte cuatro. Eso ya había quedado atrás. Tenía treinta y
siete y me sentía muy femenina, muy sensual, muy… mujer. Justo aquella noche,
para poner más nervioso a Fran, llevaba un pantalón corto estilo short de
vestir muy sensual blanco y una blusa color rosa palo de un solo tirante que lo
hacía enloquecer de placer ya que no llevaba sujetador debajo (era su
debilidad… tener los pechos libres para él o eso me decía). Además tampoco
llevaba tanguita ni nada pues el pantalón se trasparentaba un poco, y en la
primera fiesta, me había pedido que fuera al baño y que me lo quitara.
Le
pedí que nos fuéramos de allí. Me preguntó por qué. Le dije la verdad. Me miró
de forma lasciva: “No nos vamos a ir. Deseo que te deseen. Deseo que se vuelvan
locos al verte moverte. Baila para mí como jamás lo has hecho antes. Intenta
ponerme más cardíaco que nunca”. Lejos de contradecirle, le hice caso. Empezó a
sonar una canción de lo más sensual tecno-dance y me dejé llevar como si sólo
existiéramos él y yo. Me derretí en cada nota, dejando que mi cuerpo se
contoneara de la forma más sensual y provocadora que jamás llegué a imaginar
que fuera capaz. Cuando acabó la canción, me cogió de la mano y me dijo… “No
mire atrás. ¡Sígueme!”.
Me
llevó hasta un lugar muy oscuro que había entre las dos carpas, cerca de la
cerca. Me arrinconó contra la cerca que nos separaba del exterior y por primera
vez, me besó de forma arrebatadoramente ardiente. Estuve a punto de alcanzar el
orgasmo con aquel beso. Su lengua era perfectamente lasciva, sabía como
adentrarse en mi boca, como desear que la mía la acompañara a la suya.
No
era consciente, pero todos mis antiguos jefes, nos habían seguido y estaban
ahí, relativamente cerca, mirando como nos lubricábamos los labios deseando ir más
allá.
Desee
escapar pero él me miró y me negó con la cabeza el acto que aparecía sólo en mi
mente. ¡Como le deseaba! En aquel momento le dije lo que quería escuchar: “Poséeme.
Te necesito dentro de mí. No puedo soportarlo más”. En aquel momento, levantó
mi blusa ajustada fucsia, dejando mis pechos al aire ante las miradas atónitas
de aquellos del pasado que empezaba a formar un círculo, un corrillo lujurioso
de lo más morboso. No pude contener mi mirada que iba de uno a otro a la
entrepierna de cada uno de ellos, viendo como sus sexo se abultaban de manera más
que deliciosa. Aquello me excitaba de una forma inconfesable.
Fran
me puso frente a ellos con los pechos al descubierto tras quitarme la blusa.
Ellos, al verme así frente a ellos, empezaron a tocarse por encima de la
bragueta. Aquello me estimuló aún más. Fran metió su mano por una de las
perneras de mi short y empezó a acariciar mi sexo. Estaba a un lado mirándome y
mirándoles incitándoles a mirar sin perder ni un segundo del espectáculo
carnal. Cuando sentí sus dedos adentrándose en mí, un orgasmo recorrió por
primera vez todo mi cuerpo. Nuestro corrillo de cinco, ya no podía controlarse más,
y sacaron sus vergas inflamadas de deseo. Verles masturbarse frente a mí
mientras Fran me lo hacía, me exaltaba más y más de deseo. Me sentía la
estrella de un espectáculo porno y me encantaba. Cuando más entregados estaban
a mis gemidos, Fran ladeo me arrancó mi short y empezó a follarme allí, delante
de ellos, de forma feroz, hambriento de mí. Me envestía una y otra vez
brutalmente. Yo no paraba de gritarle que no parara, que siguiera, que le
deseaba más y más fuerte. ¡Dios! Cuando me derramé por segunda vez, casi pierdo
el aliento. Pero Fran seguí ahí, dándome más y más fuerte, con mi sexo cada vez
más y más mojado. En un momento uno a uno, fuero corriéndose vertiendo su semen
en mi cuerpo exaltado de vicio extremo. Fran también se vertió en mis adentro y
con su leche ardiendo, me derramé por tercera vez.
Tras
aquello, Fran me cubrió con su camisa y de forma disimulada, salimos de allí
sin que nadie, salvo nuestros cinco espectadores de honor, se dieran cuenta de
lo que había pasado.
No
pude recuperar ni mi blusa ni mi short pero no me importó. Había tenido la
experiencia más morbosa, apasionada, lúbrica y excitante de toda mi vida. Y lo
mejor es que aquello sólo acababa de empezar. ¡Fran era deliciosamente perverso!
Y deseaba complacerle en todo lo que pasara por la parte más oscura de su
depravada mente.
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