El pasado 30 de mayo
Enrique Iglesias fue atacado en mitad del escenario por un dron cuando estaba
dando su concierto en Tijuana en México.
El cantante de
cuarenta años, por pura entrega a sus fans, agarró uno de los artilugios
voladores sin tripulación para que captara su pasión sobre las tablas en la
Plaza de Toros de Playas más de cerca y sufrió cortes de consideración en la
mano derecha.
Entre bambalinas
recibió una cura de emergencia pues la hemorragia era de consideración y
continuó durante treinta minutos ante sus doce mil asistentes que con un grito
ahogado, se unieron al dolor de su ídolo.
Tras el concierto,
el cantante fue trasladado con ambulancia al aeropuerto y posteriormente en
avión hasta los Ángeles para recuperarse de sus heridas.
Según las últimas
noticias, Enrique ha sido operado por especialistas en terapias de
reconstrucción de su mano y ha salido bien de esta pese a que tardará en
recuperarse ya que necesita tiempo para recuperar la movilidad de su diestra.
En su página
oficial, su equipo agradece la preocupación y el seguimiento de su evolución
por parte de los fans.
Su próximo concierto
esta previsto para julio pero posiblemente, a causa de este accidente, tenga
que ser suspendido o pospuesto.
La entrega, la
devoción, la pasión, mal encauzada, puede tener consecuencias nefastas. Acabar
un concierto sudado, cansado y exhausto pero feliz por haberlo dado todo en
escenario, es algo normal para los artistas, para los grandes artistas. Acabar
un espectáculo entre sangre, sudor y lágrimas teniendo que ser trasladado en
una ambulancia, no es entrega, es más bien locura (con todos mis respetos al
cantante y deseando que se mejore lo antes posible). El hecho de seguir hasta
el final pese a estar gravemente herido poniendo otra vez en jaque su salud
reafirma ese estado de locura.
¿Es el estado que se
alcanza sobre las tablas parecido a la locura? ¿Es ese subidón lo que convierte
la racionalidad en falta de cordura? ¿Hasta dónde es capaz de llegar un artista
por intentar trasmitir el máximo a sus seguidores?
Sinceramente, sea lo
que sea, por suerte lo sucedido está solucionado de momento y tras una buena
rehabilitación, sólo será un recuerdo amargo sin más ni más para el
protagonista.
Lo que está claro,
al menos para mí tras este escrito, tras esta noticia, es que todos estamos un
poco locos y que gracias a esa locura, aunque sea transitoria y no dañina
contra nadie, excepto contra uno mismo, la vida sería un verdadero asco.
¡No dejemos de hacer
locuras! Las heridas, el dolor, el tiempo nos harán sentir que estamos vivos,
que… hemos vivido.
MORALEJA: Helen
Rowland, (1875-1950) periodista y humorista estadounidense, dijo: “Las locuras que más
se lamentan en la vida de un hombre son las que no se cometieron cuando se tuvo
la oportunidad”.
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