El arte epistolar, el de
escribir cartas, es algo raro en este nuevo siglo. Coger un folio, un bolígrafo
o pluma, y dejar impregnado en un papel un sentimiento, una súplica, una
decisión, una petición, es algo ya que sólo se ve a nivel funcionarial en este
país.
Sin embargo esta ha sido el
modo en que la infanta Cristina le ha hecho saber a su hermano, que renunciaba
al título de Duquesa de Palma.
En cuatro folios escritos
por su puño y letra, la que fue nombrada duquesa en septiembre de 1997 tras su
enlace con Iñaki Urdangarin, renuncia a su título, según ella, “evitando así
cualquier polémica que por razón de ello pudiera plantearse en la Ciudad de
Palma”.
En la carta escrita a
Felipe VI, Cristina dice que no renunció antes pues las acusaciones por parte
del Sindicato Manos Limpias eran infundadas.
¿Qué ha pasado realmente?
¿Ha renunciado o la han obligado a renunciar?
No es para nada ajeno a
nosotros que la ascensión al título de Rey del príncipe Felipe fue un poco “raro”.
Me refiero que en plena explosión del Caso Nóos donde incluso el nombre del
propio Rey de España, don Juan Carlos I, estuvo “explícitamente” vinculado con
algunos documentos de la trama en cuestión puso en entredicho no sólo a la
corona, sino a toda la Casa Real.
Desde entonces, estigmatizado
el nombre en un caso de corruptela en un país con una gran crisis económica,
había que mover ficha con la única visión clara de que el pueblo, debía confiar
de nuevo en la corona.
Don Juan Carlos, con su
pose campechana, ya no convencía. Su mal actuar cuando el país se sumía en un
caos a muchos niveles le fue cavando su propia “tumba” como regente. Su retiró
campestre cuando se fue a Botswana a matar elefantes, fue el estoque que apuntillo
la muerte del “toro”. Aquel acto le hizo perder todo ese infinito aprecio que
suscitaban muchas personas del pueblo llano en él. Todos aquellos que tras la
dictadura, vieron en el regente un cálido aire renovador lleno de libertad,
diplomacia y cercanía, se sintieron engañados por un rey al que no le
importaba, como pasaba en la edad media, que su pueblo pasara calamidades y
hambruna.
La imputación de su yerno
Iñaki en el Caso Nóos y su propia hija, la infanta Cristina, fue la entrega de
las orejas y el rabo, a un pueblo que ya no confiaba en su rey, pues este le había
demostrado cuando más les hacía falta tener un referente digno y leal, que no
lo era.
Felipe, como Príncipe de
Asturias, sucedió a su padre no sin el consecuente recelo que provocaba
encumbrar al hijo de un “hombre indigno” al frente de un país que se
cuestionaba en ese momento, si el estado laico no debería haberse convertido en
un estado republicano.
Él, el nuevo rey, estaba
obligado a alejarse lo más posible de aquello que su padre había permitido y de
lo que se sentía más que orgulloso (de puertas para adentro, obviamente).
Las fiestas, las escapadas,
las salidas de tono de su hija, de su yerno, de su nieto, sus cacerías y demás
vilipendios, debían ser parte del pasado.
Antes de que se cumpliera
un año de su regencia, Felipe VI debía demostrar al pueblo hasta donde era
capaz de llegar por el bienestar de su país. Obligando a Cristina o tomando la
decisión por su cuenta, el nuevo rey ha demostrado que la sangre no es más
fuerte que su voluntad. El monarca, con esta determinación, coloca un pilar muy
importante en su reinado capaz de soportar, de momento, algunas de las piedras
de una monarquía arcaica que parecía no encajar en el nuevo siglo.
No obstante, es un parche
como otro cualquiera. Al renunciar Cristina a su título de Duquesa de Palma
sólo pierde algunos de sus derechos pero no todos pues no deja de ser, infanta
de España. ¿Ha sido esta una decisión acertada? ¡No! Ha sido una decisión adecuada
que hace que el nuevo Rey demuestre que contra las malas artes, los engaños,
los robos con guante blanco, no hay título que proteja al infractor. Ahora
bien, para ser verdaderamente coherentes con esta máxima, el honor de ser
infanta de España también debería habérsele arrebatado. Sin embargo, no ha sido
así.
Mucho es lo que aún se ha
de escribir sobre esta familia real, la saliente y la entrante. Sólo deseo que
mientras estén ahí, sepan dar gracias por todo lo que poseen, por todo lo que
tienen de más. Sólo espero, de corazón, que sepan mostrarse más humildes, más
humanos, más cercanos de lo que aparentan con aquellos que los “sustentan” en
sus cargos.
Desde los altares no se ven
los llantos, ni las penas, ni el dolor, ni la angustia, ni las desventuras, ni
el hambre de la clase trabajadora. No es suficiente acercarse al pueblo cuando
viste de luto. Hace falta más que posar en un momento trágico. Hace falta mucho
más. Eso es lo que diferenciaría de verdad, a un rey de otro. No una decisión
que su padre ya debería haber tomado por el bien de su pueblo.
MORALEJA:
Alguien dijo una vez: “A veces tratamos de conseguir algo y fracasamos, entonces
vemos al mundo muy grande y que no somos nada; pero si conseguimos lograr lo
que anhelamos, el mundo nos parece pequeño y nos sentimos los reyes del mundo”.
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