Las personas estamos tan ensimismadas
en nosotros mismos, en mirarnos nuestro propio ombligo, que pocas veces somos
capaces, ni siquiera, de ver al que pasa por nuestro lado.
Es por este motivo que
cuando un acto heroico pasa y deja tras de sí un recuerdo eterno, es cuando
somos capaces de comprender que la vida es cuestión de minutos, de segundos y
que mejor vivirla al cien por cien que estar excusando actitudes, despropósitos
y olvidos, en una ajetreo cotidiano que sólo aporta, por así decirlo, algo con
lo que tener una excusa para olvidar sin remordimientos.
¿Quién es la heroína de
esta historia? Una pequeña de tan sólo seis años que murió salvando a su
hermano de dieciocho meses.
Todo ocurrió en la casa
familiar, en la localidad de Suuk-Chishma, en la república rusa de Baskortostán.
Los padres trabajaban en el jardín y los niños jugaban en la cocina.
La pequeña Masha tropieza
con un cable de un calentador eléctrico en el que había agua hirviendo. Lejos
de pensar en su propia integridad, se lanzó para evitar que a su hermano le
quemara el agua. Los padres se percataron con los gritos de la pequeña que
contenía las lágrimas para que su hermano no se asustara más.
Los padres llamaron a una
ambulancia que nunca fue. Cansados de esperar, y tras poner hielo en las
heridas de la pequeña, fueron a un hospital, donde tras una hora de espera, le
dijeron que sólo tenían cremas y apósitos para uno de sus dos hijos. Los padres
corrieron hacia otro hospital para salvarla pero ya fue tarde. Las quemaduras
de tercer grado en el sesenta por ciento de su cuerpecito, acabaron con su
vida. Su hermano Dima, sigue ingresado pues recibió quemaduras en el cuarenta
por ciento de su cuerpo pero se recupera favorablemente.
Masha, una preciosa niña
que se olvidó de su propio ser por salvar con tan solo seis a alguien que no
podía protegerse por sí mismo, murió, no por ser altruista sino porque, por
desgracia, nadie acudió, de los que sí PODÍAN Y DEBÍAN PROTEGERLA, en su ayuda.
Ni una ambulancia, ni un servicio médico en condiciones. ¡Nadie! Esa es la peor
moraleja para una historia que sin lugar a dudas debería haber tenido un mejor
final.
MORALEJA: En
el cuento de Peter Pan, cuando hablan de los Niños Perdidos, yo con mis treinta
y siete años, ya no pienso en los niños que cayeron de los carritos y no reclamaron
sus mamas como dice la historia infantil. Cuando yo pienso en el País de Nunca
Jamás, en esos Niños que vuelan alto junto a un niño que jamás crecerá, junto a
un hada de cabellos dorados, pienso en estos niños como Masha, como todos
aquellos que mueren por culpa de estas negligencias absurdas que los adultos no
somos capaces de gestionar. Una vacuna que no se pone y pone en peligro no sólo
a un niño sino a infinidad de ellos por una cuestión francamente absurda. Unos
adultos que no acuden a una llamada de auxilio por un estado grave de un menor.
Las miradas a otro lado que hacen todos los que saben que la situación de los más
pequeño, no sólo en España, sino en gran parte de Europa es nefasta hasta el
grado peor que es el de no tener ni para comer. Los niños, los que tienen
padres poderosamente portentosos y los que no, no dejan de ser pequeños que
necesitan protección. Los héroes tendríamos que ser nosotros por luchar por sus
derechos. ¿Hasta cuándo soportaremos ver las injusticias más infames contra los
más pequeños?
Nadie debería llorar la
muerte de un niño. ¡NADIE! Pues esa muerte no debería existir nunca.
DULCES SUEÑOS MASHA. ¡BUEN
VIAJE AL PAÍS DE NUNCA JAMÁS!
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