El ser humano intentan ponerle una etiqueta a todo: casada,
soltera, viuda, divorciada, gorda, flaca, rompedora, tremenda, jovencita,
joven, madurita, madura, vieja, alta, baja, chica, grande,…
Cuando alguien sufre un par de desgracias seguidas (por
ejemplo volver a hacerse un esguince, que se le ropa el pantalón por cierta
zona donde dejó poco a la imaginación, quemarse en el muslo con la plancha de
vapor (sí, una posición algo complicada pero suele pasar,… os lo puedo asegurar),
estar a punto de tener un par de accidentes considerables o estar a punto de
dejarse la dentadura incrustada literalmente en la acera (un giro de cabeza
oportuno siempre viene bien aunque sea en momento descenso y contra reloj) que
se te muera el portátil (sí, amigos sí, de la noche a la mañana pufff!), que el
ordenador de sobremesa presente cada día más problemas al encenderse (y eso que
viejo no es) y que encima se quede sin frenos mientras conduce) pues una tiende
a pensar: No sé,… puede que no sea una pupas. Puede que me hayan echado mal de
ojo o esté gafada.
Y mejor pensar en mal de ojo, o en algún tipo de gafe que
pensar que una es muy torpe. ¿No? Que también podría ser pero puesto a buscar
un problema y su solución, mejor mirarlo desde fuera y con perspectiva que
empezar a analizarse uno mismo con las consecuencias a otros niveles que eso
puede acarrear (obviamente, si llega ese caso, poder echar la culpa a los
padres siempre es hasta liberador).
En fin, si lo que lo que le ocurre a esta mujer que no
conocemos (¿Ya sabéis? La típica amiga de una amiga que no es más que nosotras
misma a los ojos de nuestras amigas. ¡Que vaya tela! Tener amigas a las que les
tengas que ocultar tu problemas no se yo que clase de amigas serán pero que
vamos,… yo creo que todas lo hacemos por si las moscas. Que sí, que mucho ir de
amigas y de amigas y al final, una te la acaba pegando a base de bien, y no con
tu pareja precisamente) es mal de ojo, para quitarlo, recomiendan que primero,
hay que cerciorarse que uno lo tiene. Para muchos no es una cosa de risa. Es
como una maldición es en este momento en el que me puse francamente seria. Si
alguien es capaz de lanzarte una maldición, es que tienes que haber echo algo
francamente muy malo. Cosa de matar, cosa de robar, cosa de tortura o de algún
mal peor imaginable. Pero no. ¡Yo no hice nada malo! Sin embargo alguien, por
el motivo que sea en su mente pérfida, mala o simplemente escasa, tuvo a bien
de hacerme sufrir toda clase de males porque según su punto de vista, yo actué
mal, muy mal.
Después de leer cómo zafarme de ello y después de hacerme
infinidad de preguntas frente a espejo mirándome a las ojos (porque si alguien
comete algo tan sumamente aterrador debe mirarse a los ojos y ver que hay
detrás de ellos) pude comprobar que las personas, todas sin excepción, estamos
un poco locas. ¡No por lo de mal de ojo! Sino por creer que tenemos en nuestras
manos el poder de castigar a otro como si fuéramos Dioses.
En este deambular por la vida que nos ha tocado vivir, no
siempre nos encontraremos con personas amables, dulces, cariñosas y sinceras. A
veces, dentro de esas que considerábamos más aptas, encontramos garbanzos
negros que no sólo nos hacen cuestionarnos quienes somos sino como estamos
actuando.
La vida no es blanca ni negra. Si uno hace las cosas de
corazón, nada tiene que temer. Ahora bien, cuando todo forma parte de un traje,
de una vestimenta engañosa para tratar de manipular a alguien y tenerlo a su
merced por la bondad de su corazón, obviamente tarde o temprano las mascaras
acabarán cayendo.
No tengáis miedo de lo oculto. Tened miedo de los lobos con
piel de cordero. Y sobretodo de las personas que parecen corderos pero son
lobos de lo más salvaje y despiadado que uno pueda llegar a imaginar.
MORALEJA: El gran Joaquín Sabina dijo: “Qué difícil intentar
salir ilesos de esta magia en la que nos hayamos presos”.
¡Si es que no hay nada como la superstición para quitarte el poder que tienes sobre tu vida y hacerte vulnerable a cualquier sugestión! Por supuesto, somos muy sugestionables y crédulos. Por eso hay que cultivar la racionalidad y el pensamiento crítico hasta que se conviertan en hábitos que nos protejan de tanto tontería que anda suelta. Cuesta trabajo, pero vale la pena.
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