Hasta ahora, como mucho veíamos un caso de violencia
doméstica y contemplábamos horrorizados como el marido celoso, una pareja
celosa, había matado primero a su mujer o su compañera y luego se había suicidado.
Siempre nos decíamos indignados por el asesinato: “¡Hijo de puta! Ojalá se hubiera
suicidado antes él. ¡No es justo!”.
Nuestro malestar no se iba ni al cabo de un día, ni de dos.
Y siempre que otra persona sufría por desgracia el mismo final, siempre la
misma frase y por desgracia, el recuerdo de todas aquellas que habían perecido
antes que la última.
Sin embargo, lo que pasó el pasado 24 de marzo no se nos
olvidará jamás. Un joven alemán, Andreas Lubitz, de veintisiete años de edad,
copiloto en el vuelo número 4U9525 de Barcelona a Düsseldorf, se quedó sólo en
la cabina del avión a los mandos del mismo cuando el piloto salió a satisfacer
una necesidad vital. Andreas en ese momento decidió acabar con su vida y con la
vida de todos los pasajeros. ¿Por qué? Por las informaciones obtenidas por
diferentes medios de comunicación, Lutibz sufría una grave depresión. De echo
el médico le había concedido la baja por culpa de su estado la cual el intento
hacer desaparecer.
¿Por qué este joven al cual sus vecinos consideraban una
persona simpática, sencilla, deportista que siempre había tenido el sueño de
volar, no se suicidó con un tiro en la sien, o cortándose las venas, o
tirándose por un acantilado? Los médicos dicen que posiblemente, ya que todo no
deja de ser una especulación, Andreas intentara “salvar” aquellas ciento
cuarenta y nueve almas con aquel acto egoísta de suicido colectivo no
informado.
¡Salvación! Como si de un Mesías se tratara en pos de un
futuro mejor para los que viajaban no sólo con él sino que por desgracia
pusieron sus vidas en sus manos simplemente por el echo de volver a casa y
haber comprado un billete de avión en la compañía Germanwings.
Registraron la casa del que ya han denominado más de uno
“asesino”. Registraron la casa de sus padres y sólo encontraron, por lo que se
ha publicado, el papel de la baja, la medicación y poco más. No había carta de
suicidio.
Mas hay una cosa que me ronda en la cabeza después de saber
varias cosas sobre la compañía en la que trabajaba Lubitz. ¿Es posible que ese
acto indigno de aniquilar ciento cuarenta y nueve vidas en un accidente aéreo
no fuera sólo un grito de socorro por parte de un chico que sufría una fuerte
depresión? ¿Pudo ser que con ese acto estuviera intentando vengarse de aquellos
que por desgracia lo habían abocado a esa situación?
Los dirigentes y representantes del grupo Lufthansa en
rueda de prensa, afirmaban que confiaban en sus pilotos pero… ¿Se podía confiar
en los que tenían el “poder”? ¿Se podía confiar en los que estaban al cargo?
¿Se podía confiar en todos aquellos que habían convertido el sueño de un joven
alemán en la peor de sus pesadillas?
No se equivoquen, no. ¡Jamás defenderé un acto de egoísmo
supremo! Jamás diré que Andreas Lubitz no fue culpable del asesinato, pues no se
me ocurre otra palabra que indique con más claridad lo que hizo, de ciento
cuarenta y nueve vidas humanas a parte de la suya.
Pero una cosa está clara: hay muchas formas de poner fin a
una vida. Por desgracia infinitas. Y un acto de tanta crueldad y magnitud sólo
significa una cosa: él posiblemente deseaba que abriéramos los ojos y que
miráramos más allá de nuestras narices. ¡No fue una forma adecuada de llamar la
atención! Ninguna muerte lo es. Mas ahora, que tenemos a los posibles culpables
de su depresión delante de los ojos, que no queden impugnes del daño que
cometieron.
"El aleteo de las alas de una mariposa puede provocar
un Tsunami al otro lado del mundo". Si alguien te anula como persona, si
te hace ver que no sirves para nada, si te recrimina, o si te racanea el
sueldo. Si una persona te hace jugarte la vida en aviones que no cumplen las
condiciones mínimas de seguridad. Si tienes que volar con miedo y ser
amonestado formalmente cuando te niegas a formar parte de la tripulación de un
vuelo que quizás no llegue a ninguna parte. Cuando un sueño de niño se
convierte en la peor pesadilla del mundo para ti, tú eres el Tsunami, la
consecuencia, pero el aleteo, la chispa que desencadenó todo y lo precipitó a
este horrible final, por desgracia, vino mucho antes, en otro lado, en otro
lugar, desde un mundo más arriba del que un copiloto podría nunca alcanzar.
MORALEJA: Cristina Piaget dijo: "Por más que me
coma el coco, sé que la historia depende de los líderes. Ellos deciden y tienen
el poder de destrucción."
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