Miércoles, 9 de
marzo de 2016
Habían pasado
varios meses, casi más de un año ya, de mi primera iniciación lésbica. Ahora
entendía a las personas que decían que no les cautivaba si era hombre o mujer,
sino que ellos se sentían atraídos por las personas. ¡Cuanta razón tenían! Yo,
una mujer de 35 años, normal hasta la fecha, de etiqueta heterosexual, había
descubierto en una parada de un mercadillo, lo que era sentirse atraída por una
mujer, una persona que me proporcionó una experiencia jamás imaginada hasta la
fecha.
Como ya he
dicho, el tiempo había pasado. Llevaba un año muy malo en lo que a relaciones
sexuales se refería. A parte de un par de noches locas tras malos meses de
trabajo que acababa saliendo con los de la oficina y, tras unas copas de más,
acababa en la cama con un desconocido de una noche. No me dejaban satisfecha
del todo. Mitigaban mi sed, eso no puedo negarlo, pero poco más. Como el que
acaba comiendo cualquier cosa pues el mareo ya empieza a ser molesto, pero no
porque deseara comerse aquello primero que encontraba sólo por no desfallecer.
Era primeros de
marzo cuando había quedado con mi amiga Marta para comer. Era viernes y, como
hacíamos jornada intensiva, quedamos a las tres y media de la tarde. Yo que
esperaba una comida de chicas, charlas, risas (bueno, y otras cosas que no
comentaré por ser sólo cosas de mujeres). Pero ella se presentó con un
acompañante masculino. Cuando la vi acompañada a cierta distancia,
verdaderamente quise buscarme una excusa para largarme de allí corriendo.
Estaba claro que no estaba en disposición de hacer de aguanta velas, pues Marta
sólo se traía a los hombres que le gustaban a nuestras comidas para romper el
hielo con ellos con la excusa de ser tres y yo siempre, como una buena amiga, al
final me iba en el momento adecuado para dejarlos solos. ¡Me daba mucha rabia
que hiciera esos juegos y encima sin avisarme!
Ya estaba
buscando la excusa en mi mente, cuando sonó el teléfono de ella. No se quien
fue pero ella ponía mala cara y tras colgar de malas maneras, aceleró el paso
para llegar a mi altura.
-
¡Hola Paula! Perdona por la espera –
llegaban con 15 minutos de retraso.
-
Tranquila, es viernes y tenemos todo
el tiempo del mundo – le dije con cariño aunque estaba molesta por lo de aquel
hombre.
-
Quizás tú sí pero yo no – me decía
con la voz cada vez más susurrante y apartándome de su acompañante - Acaba de
llamarme mi jefe y tengo que volver a la oficina. ¿No te importa hacerle
compañía a Pablo en mi ausencia?
-
Marta, sin animo de ofender a Pablo,
no nos conocemos de nada y quizás él desee irse a su casa. ¿No ves que para mí
es un desconocido al igual que yo para él? ¡No me metas en camisa de once
varas! – le respondí yo un tanto molesta pero soto voce.
-
¡Vamos niña! No me hagas suplicarte.
¡Me gusta mucho! No tardaré más de una hora y media. ¿Qué te cuesta? – me
contestó ella con voz de niña tontita a media voz.
-
Hora y media. Si no has venido en
ese franja de tiempo, me largo y punto. ¿Estamos? – dije un tanto molesta.
-
¡Ok guapi! Te debo un favor muy
grande – declaró con una sonrisa en la cara.
-
Si sólo fuera uno… - alegué mientras ella se alejaba pidiendo
disculpas también a Pablo y diciéndole que no tardaba más de una hora y media y
que la esperara.
Pablo no era de
nuestra edad. Se notaba que era algo mayor y no por las pocas canas que se
dibujaban en su pelo castaño oscuro, sino más bien por ese porte que no se
como, adquieren los hombres de oficina a partir de los cuarenta y cinco. Vestía
de traje (cosa que detesto pues me recuerda a los comerciales de mi empresa que
iban de rompebragas por la vida) de color azul y parecía que era de la
colección de Emidio Tucci. Lo único que le salva de ser uno
de aquellos que tanto odiaba, era que no había apostado por un traje de
aquellos de corte Slim que parecían
que iban los hombres embutidos en ellos. También la elección de corbata y
camisa, a mi entender, fue una gran elección. Yo no entendía mucho de ropa
masculina pero sin lugar a dudas le resultaba favorecedoras ambas a la cara. No
era muy alto, como mucho metro ochenta. Pero francamente, no sé por edad, por
su forma de mirar, o por lo que era, entendía que Marta se hubiera prendado de
él. ¡Que ojos tenía! Y su mirada fija, sin miedo, sin apartar un instante, no
me era incómodo paro sí algo familiar.
Tras los saludos
de rigor, me confesó:
-
No te gusta que nos hayan dejado a
solas.
-
No mucho, la verdad. Pero… ¿Qué no
se hace por una amiga? – respondí yo casi en tono de media mofa.
-
Puedes irte y la espero yo solo. A mí
no me importa – dijo para aliviarme el mal trago.
-
No hombre no. ¿Cómo voy a dejarte
sólo? A no ser que sea una petición directa, no me importa esperarla aquí
contigo – contesté de forma casi dulce para que no pensara que deseaba irme de
allí.
Fuimos a uno de
los restaurantes de un centro comercial cercano. No sé porque pero Pablo me
parecía familiar. No paraba de mirarle intentando de recordar donde lo había
visto la vez anterior. Mientras comíamos repasé mentalmente todos los lugares
que posiblemente pudiera haberle visto con anterioridad, pero nada. ¿De qué lo
conocía? ¿Dónde lo había visto?
Casi no hablamos
desde durante toda la comida. No había pasado una hora que Marta me llamó al
móvil:
-
Paula, lo siento. No podré llegar
antes de dos horas.
-
¡Ya te vale Marta!
-
Pásame a Pablo… ¡Porfa! – le di mi
móvil a Pablo para que hablara con ella.
-
Tranquila, mejor quedar ya el lunes
Marta en el trabajo. No, no puedo quedarme más tiempo aquí. Lo siento. ¿El fin
de semana que hago? Ya estoy comprometido, lo siento. ¡Sí! Mejor otro día.
¡Tranquila! Cuídate – dijo colgando el aparato.
No lo veía
decepcionado sino incluso aliviado por que Marta no viniera.
-
Siento el plantón de Marta – le
confesé.
-
Yo no. Casi vine comprometido a lo
de hoy. Me siento hasta aliviado de que tuviera que volver al trabajo – dijo
mientras sorbía su café solo tras el postre.
Se hizo un
silencio. Luego, el rubor visitó mis mejillas. Había clavado su mirada en mí y
aquello me estaba alterando de manera familiar a la vez que desconocida. ¿Dónde
me había encontrado con Pablo la última vez que nos vimos?
-
Aun no sabes donde… ¿Verdad? – me
disparó con sus palabras como si me hubiera leído la mente.
-
No, aún no. Y verdaderamente se me
hace raro pues yo recuerdo a todos los que me presentan.
-
Es que ese día, no nos presentaron –
dijo clavando aun más profunda su mirada en la mía con una sonrisa socarrona de
medio lado.
-
¿A no? Entonces…
-
Si te hago una pregunta prometes no
ponerte nerviosa – me susurró de frente.
-
¡No me asustes! – le contesté
mientras el sonreía.
Hubo un silencio
de nuevo. Su pregunta lo rompió de forma deliciosa pero aún no lo sabía:
-
¿Has estrenado ya aquel corpiño
negro?
¡Me quedé
blanca! Luego sentí que el aire no me entraba en los pulmones. ¡Era él! El
hombre que había sido el tercero en discordia en mi Iniciación Lésbica (http://sonrrise.blogspot.com.es/2015/01/iniciacion-lesbica-relato.html).
Había entrado en
shock. Para hacerme salir de él, no se le ocurrió otra cosa que acercar su boca
a la mía y besarme de manera apasionada. Al sentir sus labios salí de mi
ausencia cual víctima de un ahogamiento al recobrar de nuevo la capacidad de
respirar. Su lengua me dio la vida que mi cuerpo necesitaba con aquel beso.
Cuando se separó
para mirarme le confesé:
-
No, aún no lo estrené. No ha surgido
el momento.
-
Mmmmmmmmm – dijo deliciosamente él
mientras mordía su labio inferior – quiero que te lo pongas para mí.
Cogió mi mano
para ayudarme a levantarme. Fuimos hacía mi coche pues él había venido con
Marta. Le pedí que conduciera él hasta mi casa. Si lugar a dudas, aún no estaba
del todo recuperada del shock acontecido.
Nos subimos, le
guíe hasta mi casa y, tras aparcar el coche en el garaje me dijo:
-
Sube y ves a buscarlo. No te lo
pongas aún. Deseo que lo hagas ante mí.
-
¿Pero dónde vamos? – expresé un
tanto contrariada.
-
A mi casa.
No dije nada.
Subí, lo puse en una bolsa dentro de mi bolso, bajé lo más rápido que me fue
posible y ahí estaba él esperándome con un taxi en la puerta. ¿Era consciente
de la excitación que estaba causando en mí todo aquello? Por un momento me
imaginé accediendo sin reservas a todos sus deseos. ¡Le deseaba! Me encantaba
que tuviera las ideas tan claras, me provocaba.
Al cabo de tres
cuartos de hora, tras una larga carretera de curvas y una subida empinada,
llegamos a una casa apartada de la civilización.
Cuando entramos
en su casa y nos quedamos a solas no pensé de nuevo en Marta:
-
Pablo, mi amiga…
-
¡Calla! Ya lo sé pero… ella no me
gusta – zanjó mis quebraderos de cabeza deleitándome con otro apasionado y
delicioso beso. ¡Dios! Que lengua, que boca, que pasión.
Me condujo a un
cuarto donde había un televisor Full HD de cincuenta y dos pulgadas, un gran
sofá confortable para uno, un equipo de música de ultima generación,
estanterías de libros llena al igual que de Dvd’s y de Cd’s. En un lateral,
había como un espejo y un símil de una barra de bar. Sin lugar a dudas aquel
era su “refugió” íntimo y especial incluso para alguien que vivía solo.
Cerró la puerta.
Me condujo frente al sofá. Me quitó el bolso de mano y lo dejó sobre la barra.
Cogió un mando y me dijo:
-
¿Qué tipo de música te gusta? – me
preguntó mientras se quitaba la chaqueta del traje y se despojaba de la corbata
dejando libre algún botón a su paso.
-
Guns N’Roses me gusta – dije sin
pensármelo mucho.
-
¡Buena elección! Espero que estés a
la altura de la canción que voy a poner– respondió tajante.
-
¡Lo estaré! – le contesté
desafiante.
Dio un rodeo
sobre mí sin tocarme. Cogió un Cd. Lo puso. Se sentó en el sofá y me dijo
mirándome fijamente de frente tras darle al play:
-
Desnúdate. Desnúdate para mí.
Sonaba November
Rain mientras deslizaba mis manos sin mucho énfasis hacía mis tacones para
quitármelos sin ninguna ceremonias.
-
Mírame. No dejes de mirarme – me
susurro mientras alcé mi vista que se clavó en la suya.
Le hice caso sin
rechistar. Me había poseído de tal manera que no me cuestionaba nada. Empecé a
desabrochar mi blusa sin prisa sin dejar de mirarle. La música me estaba
también poseyendo lentamente. Deslicé mis dedos a lo largo de todo el ristre de
botones desbrochados hasta mi obligo por encima de mi piel sorteando
diestramente el sujetador. Podía notar como su respiración empezaba a
alterarse. Aquello acababa de empezar. Él no dejaba de mirarme fijamente. Me
volteé para alcanzar la cremallera de mi falda que estaba en un lateral pero
mostrándole mí parte trasera sin dejar de mirarle. Aquello le enloqueció de
deseo sobretodo cuando tras desabrocharla, la falda negra de tubo cayó al suelo
dejando ver mi culotte negro. Podía notar lo acelerado de su latir a través de
sus suspiros. Abrí mi camisa color ciruela y dejé ver ante su mirada aquel
sujetador negro a juego de escote balconet que le ponía, por así decirlo, mis
pechos casi en bandeja. Una talla ciento diez bien servida que él sorbió con la
mirada sin decir ni una palabra de un solo trago. Todo lo aquello me estaba
excitando al ver el deseo en sus ojos. ¡Me encantaba incendiar sus ganas desde
dentro! Me sentía versada en sus ansias y cual vendaval desatado, sólo deseaba
acrecentar ese fuego interno que empezaba a devorarle por momentos. Me di la
vuelta de nuevo, sin dejar de mirarle, para desabrocharme el sujetador. Cuando
lo tuve quitado, cubrí mis pechos con uno de mis brazos. Él se levantó y alcanzó
mi corpiño negro.
-
Hoy te lo voy a poner yo – me dijo
con la voz medio entrecortada por el deseo.
Levanté mis
brazos y desde atrás, me fue abrochando uno a uno los corchetes, mientras yo me
deleitaba con su aliento en mi nuca dejando escapar mis primeros gemidos.
Cuando sus dedos alcanzaron mi ombligo, tras haber rozado de forma sutil mis
pechos, creí que iba a caer al suelo de pura excitación. Me dio la vuelta y
cogiéndome por la cintura, me devoró de nuevo la boca más apasionadamente que
antes. ¡Deseaba sentirle dentro de mí! Y de nuevo sentí como si me leyera la
mente. Ladeo mi culotte un poco, desabrochó su bragueta, y me introdujo su
descomunal mástil más que erecto en mi más que húmedo sexo. Se coló dentro de mí
hasta el fondo, arrancándome con aquel primer contacto, un orgasmo bestial.
¡Aquello no se lo esperaba!
-
Si que has pasado hambre.
-
No puedes imaginar cuanta. ¡No
pares!
-
Tranquila, tenemos mucho tiempo
hasta el lunes. No voy a dejar que salgas de aquí en todo el fin de semana.
-
¡Diooooooooos! – volví a alcanzar
otro orgasmo con aquella confesión.
-
Mmmmmmmmmmmmmmmm… me encanta como te
estremeces con tan poco. No sé que vas a hacer cuando venga el plato fuerte –
me declaró de forma excitante.
-
Espero que estar a la altura –
respondí mientras me acercaba a su boca mientras de pie, ante él, seguía
notando el poder de su miembro hacer las delicias dentro de mí con unos
movimientos lentamente pecaminosos que me hicieron derramarme una y otra y otra
vez casi de inmediato. ¡¡¡DIOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOSSSSS!!! Cuanto le
deseaba.
No corrió, se
dedicó a controlar la situación de tal manera, que puedo garantizar que fue
subiendo el ritmo tan y tan lentamente que casi estuvimos una hora y media ahí,
yo derramándome sin control y él duro, fuerte como una roca, sin perder ni un
centímetro de su tremenda erección. Cada vez me iba envistiendo más fuerte pero
sin perder el dominio de sus propio anhelo. ¡Era un Dios del sexo!
Sacó su polla de
mis adentros que estaba chorreando y me pidió que me recostara hacia delante de
pie aún sobre la parte trasera del sofá. Él se fue para mi parte trasera,
mojando sus dedos en mis líquidos, empezó a preparar mi ano de forma magistral.
Sin prisa, sin pausa. Ahora un dedo, luego dos, luego tres. Nunca me habían
profanado esta zona hasta la fecha y pese a que sentía un pequeño dolor, ya
deseaba sentir su duro miembro colarse en mis adentros traseros.
Sentí su polla
húmeda ponerse a la entrada y con un suave golpe, colarse hacia adentro como si
tal cosa. ¡Fue FASCINANTE! Su envestir lento, su dominio del goce por el goce,
del momento exacto de meterse hasta el fondo, de volver sobre su paso como
pretendiendo salir del todo y al llegar al borde, volver a clavarla hasta el
fondo arrojando hacia fuera de mí todas mi ganas reprimidas, todo aquel tiempo
mal aprovechado, nos hizo alcanzar a los dos un orgasmo al unísono que seguro
que fue escuchado a más de diez kilómetros a la redonda.
Aquello sólo
había el principio, eso Pablo me lo había dejado claro. Pero sin lugar a dudas
jamás hubiera imaginado que un hombre tuviera ese aguante que tuvo él durante
todo el largo fin de semana. Lo hicimos en todas las habitaciones, una y otra
vez. Probamos todas las posturas creadas y algunas más. Nos devoramos por todo
el tiempo que quisimos y mucho más. ¡No deseábamos dormir! Las ganas, como dos
animales en celo, nos pudieron más que el cansancio.
¡Por fin había
estrenado mi corpiño negro!
Bonita segunda parte, pero... ¿Soy sincero? Nunca fueron buenas, yo esperaba la participación de aquella desconocida, no se por qué... En cualquier caso excelente historia, y una moraleja para tu amiga, nunca vayas con alguien que te gusta si no vas a saber atenderle como merece. Jejeje
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