Viernes, 11 de marzo de 2016
Era jueves por la mañana. Diez explosiones con mochilas
programadas con alto contenido explosivo.
Se trata del mayor atentado cometido en Europa detrás del
atentado de Lockerbie ocurrido en 1988, con 10 explosiones casi simultáneas en
cuatro trenes en hora punta de la mañana (entre las 07:36 y las 07:40). Más
tarde, y tras un intento de desactivación, la policía detonaría de forma
controlada dos artefactos que no habían estallado. Tras ello desactivaron un
tercero que permitiría, gracias a su contenido, iniciar las primeras pesquisas
que conducirían a la identificación de los autores. Fallecieron 193 personas, y
1858 resultaron heridas.
Hoy hace doce años de esa tragedia. En un periódico en su
edición digital he podido ver un video en la que familiares de los fallecidos,
supervivientes, personas encargadas del control de policía, asistencia
sanitaria y coordinación, entre otros, decían que habían aprendido de ese
fatídico día.
Una decía que había aprendido a vivir con la ausencia
presente de los fallecidos. Otra decía que había aprendido que había víctimas
de primera y de segunda. Otra había aprendido que tras lo sucedido, no tenía
miedo. Otra que después de lo acontecido, aprendió a diferenciar a aquellas
personas que verdaderamente importan y que tenían cabida en su vida. Otro dijo
que aprendió que la logística no estuvo a la altura de las circunstancias. Otro
aprendió que existían serios fallos en inteligencia y coordinación. Otros aprendieron
que las víctimas no existen sólo un día al año, aquel en que desaparecieron.
Otros aprendieron que la realidad es vulnerable. Otros aprendieron que la mejor
medicina, la mejor terapia era la del recuerdo. Otros aprendieron que debemos
valorar y cuidar más a nuestras víctimas del terrorismo. Otros aprendieron que
la solidaridad es la flor, el cariño y la ternura de todos los pueblos. Otros
por fin aprendieron que el motivo, la decisión de atacar España fue la
venganza.
Sin embargo… ¿Qué aprendí YO de ese momento? Aprendí que no
me hacen falta fronteras para sentirme de ningún lugar en concreto. Cuando el
dolor es tan grande, yo, muchos, todos fuimos madrileños y estábamos con el
dolor de los afectados pues era nuestro dolor. Aprendí que no van a doblegarme
con falsedades institucionales o nivel de país o de estado simplemente para
ganar un puesto de poder en unas nuevas elecciones. Aprendí que contra la
libertad de expresión… ¡¡¡NO HABRÁ NUNCA NADA QUE ME HAGA CALLAR!!! Ni las
ataduras, ni las mordazas, ni la falsedad de los que se creen en el derecho de
aleccionarnos siendo los más ruines de un país, lo conseguirán. Aquellos que
abocaron de cabeza al pozo de la crisis a un estado autosuficientes en el
pasado a base dobles cargos, dobles contabilidades (o triples), dobles
sobresueldos, no consiguieron que nos calláramos entonces ni lo conseguirán
ahora.
No siempre fueron correctos con aquellos que nos hicieron
aprender el valor del la vida un 11 de marzo de 2004. En su memoria, por la
fuerza que sus vidas truncadas nos dan desde el más allá, seamos capaces de
seguir pensando por nosotros mismos, aprendiendo por nosotros mismo y lo más
importante, sigamos gritando fuerte y claro: ¡¡¡ESTO NUNCA DEBIÓ OCURRIR!!!
Nunca tuvimos que ir y lo saben. Nunca nos harán aceptar sus debilidades en
contra de nuestro futuro.
MORALEJA: Si hay algo que aprendiste ese
día, si algo te hizo estremecer en los aniversarios posteriores por la falta de
implicación, si algo que se hizo o que no se hizo, te ha hecho aprender algo, dilo,…
¡¡¡ALZA LA VOZ!!! Nunca pedí colaboración y lo sabéis. Si verdaderamente
nuestras víctimas te hicieron aprender algo,… ¡¡¡DILO!!! Esa es la mejor
moraleja en un día como hoy.
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