¡Quizás
todo sea culpa mía (no es nada malo asumir algo de entrada pues si así lo
sientes)!
Quizás
sus ausencias alguna vez fueron buscadas
o deseadas en un principio por mi (era mas fácil alejarse de mi vida que el
miedo tremendo de que me vieran teniendo que poner una y mil excusas para no
quedar por algo tan obvio como el momento vivido y todo lo que esto arrastra
tras de si).
Quizás
decir la verdad hubiera estado bien pero,… ¿Realmente se cree la verdad? Yo
sinceramente me la hubiera creído pero,… ¿Y ellos? ¿Se hubieran creído mis
tristes motivos de ese alejamiento forzado? ¡No lo sé! Quizás era mejor así,
sin palabras, sin hacer grandes escenas, sin forzar una situación que a la
larga, les hubiera hecho sentir incómodos a mi lado. Llegado ese momento
cualquier comentario, por sutil e indiferente que hubiera sido, habría creado
grandes incomodidades en mí pensando que intentaban alejarme por creerme un
lastre en sus vidas. ¿No? A madres y padres ancianos o enfermos se los aparcan
en residencias por sus propios hijos y eso que son de la misma sangre, que les
dieron la vida. Yo ni soy de su sangre, ni de su familia, ni nada,… No sería
raro pensar que hubiera sido un lastre tarde o temprano en su día a día.
Además,
si ellos quisieran seguir aquí, en mi vida,… ¿Por qué no hicieron nada? ¿Por
qué no lucharon aunque fuera un poco por lo nuestro? En cierta manera porque
sencillamente, ya hacía tiempo que estaba de más en sus vidas y este puro
trámite, les hizo sentirse liberados, libres de mí para y por siempre. ¡Qué
fácil se los puse!
No
les extraños o quizás si. ¡Es muy difícil de explicar! Oigo en mi mente sus
recuerdos pero a la vez,… el silencio es tan espeso a mí alrededor que no
escucho nada.
A
veces, mas de las que me gustaría confesar, me falta ruido. Me falta el sonido
de una Black Berry que suena alterando un momento de complicidad completo y
extrañamente excitante. Otras me falta un mensaje lanzado al aire esperando ser
recibido con un pitido a mi móvil. Otras me falta el rumor raro de canciones no
comerciales que compartía con ese amigo oculto tras las sombras de un e-mail. Otras
me falta sólo una llamada porque si, porque tenía ganas de escuchar tu voz.
Muchas veces me falta el abrazo que llegaba tras la larga charla de alianza
hermanada entre ambos. Las carcajadas las extraño mucho. Sus gritos susurrantes
en presente aún más. El poder hablar de todo sin decir mucho pero siendo
completamente libres de ataduras, de etiquetas, de nombres ficticios o
inventados por otros, de rumores sin sentido, de malas intenciones, de
rencorosas personas.
Sólo
queda este silencio tan grande, tan vacío, tan y tan punzantemente penetrante
que me sangran los oídos por la ausencia de palabras, de risas, de voces, de la
alegría del ayer reflejada en el exorbitante resplandor de sus bonitas y
sinceras miradas. ¡Me falta ruido! ¡Me falta su ruido! ¡Me faltan ellos!
Ojala
todo fuera fácil también para mí. Ojala alguna vez ellos hubieran “luchado”
sólo un poco por no perderme, porque pudiera seguir escuchándoles o
sintiéndoles pese a todo.
Quizás
algún día me comprendan y ojala ese día llegue pronto. Es fácil decir ¡Hola! Aquí estoy. Nadie puede imaginar
lo tremendamente complicado para mí fue decir Adiós sin haberlo dicho nunca de palabra.
¡Me
falta tu ruido! Deja de pagarme con tu silencio.
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