Hasta
que salga el sol siento como la tranquilidad se respira con fuerza a mí
alrededor, sobre mí, como un remanso increíble de paz raramente disfrutada en
los tiempos que corren.
Son
las cinco de la mañana y me gustaría parar el despertador de todas las casas y
que todos siguieran como están ahora, o dormidos, o soñando, o leyendo un
libro, o viendo una película, o simplemente, disfrutando como yo de la
tranquilidad del momento.
Los
minutos van cayendo y con él empiezan los primero golpes, los primeros pitados
vespertinos lejanos.
Son
sólo las siete y poco minutos todos empiezan a crisparse (como si esto fuera un
paquete de palomitas de microondas y poco a poco, con el calor que ya les
invade la mente por todo lo que sufren hoy en día el ser humano, hiciera que su
cuerpo empezara a “efervescer” hasta
convertirse de maíz a palomita pero no de esas ricas nada saladas sino de esas
desagradables que de tanto que dejamos pasar el tiempo, se quemaron y amargan
como la hiel. Lo peor aún no ha acabado sino que acaba de comenzar y queda un
largo trayecto por delante. El primero hace un adelantamiento mortal para
colarse entre su coche y el de delante que apenas ha dejado espacio.
¡¡¡PITIDOS!!! Luego, se saltan un ceda y están a punto de chocar contra su
coche una segunda vez. ¡¡¡Más gritos!!! ¡¡¡Más pitidos!!! Un poco mas tarde, un
ciclista que estaba haciendo una conducción algo extraña, se desvía por un paso
de cebra y se empotra contra el coche. El ciclista grita enojado. Golpea el
coche como si la culpa fuera del conductor y no de él. El conductor sale y es
empujado contra el coche. Devuelve el empujón y como las increpaciones no
cesan, coge de atrás un gato enorme para darle por si no se fuera si causar mas
daños. Aún no ha llegado al trabajo y ya ha tenido una lucha contra el mundo. “¿Qué está pasando?” se pregunta
mientras llega a la oficina diez minutos antes de la hora. Pese a que no ha
llegado tarde, resulta que ya le cae la primera jarra de agua fría del jefe porque
hay un posible cliente que lleva esperándole cinco minutos. “¿Pero si habíamos quedado a las diez?” le respondes lo más calmado
a tu jefe. “Pues no le va bien y tienes
que atenderlo ahora” dice con soberbia suprema tu responsable. Tienes que
modificar toda tu agenda e ir de culo por culpa de alguien que ni sabes si va a
formar parte de los que te paguen el sueldo o de los que hagan que la empresa
se cubra de más deudas. Llega la hora de la comida pero con el ajetreo, sólo te
queda una hora de dos. Coges el coche y pasas por una gran avenida de cuatro
carriles por delante de un instituto. Tus semáforos están en verde pero los
adolescentes pasan igualmente y tienes que frenar para no atropellarles. Les
pitas y les enseñas que el semáforo está en verde pero ellos son los que te
increpan por pitar. Vuelves al trabajo con un bocadillo en el estomago y un
refresco. La tarde es frenética y de nuevo, sales tarde. Coges el coche y más
de lo mismo: caravana, gente impaciente, gente molesta, adelantamientos raros y
peligrosos,… es un circulo vicioso que parece no tener fin. Llegas a casa y tu
mujer esta de morros pues llegas tarde. “¡Cómo
si fuera culpa mía!” le dices
intentando apaciguar los ánimos. Te gustaría que alguien te escuchara o te
dedicara cinco minutos. ¡No hay nada! Los niños están dando vueltas, han comido
poco y siguen como una moto. Te piden que les leas un cuento y te vas con ellos
a la cama esperando que eso les haga dormir. Pero no. El pequeño tiene moquitos
y ha devuelto la cena. Tienes que calmarle pues se ha asustado (a fin de
cuentas sólo tiene tres años). Le duchas, le cambias la cama de limpio y le
pones otro pijama. Lo acuestas y parece que si que ha caído por fin rendido.
Son las once menos cuarto cuando por fin entras en la ducha. Tu mujer ya está
en la cama leyendo un libro y no te ha vuelto a dirigir la palabra. (Hoy no te
va a escuchar. Eso es lo peor. No tener ni siquiera a un amigo en casa sino
otro enemigo con el que compartes la cama y tu vida). Vas a la nevera y coges
algo por no acostarte con el estómago vacío. Pones la tele y han vuelto a
descubrir un nuevo caso de corrupción donde están implicados los de antes con
mas motivos para enviarlo todo a la mierda. Pero nadie les pone firmes y el
enojo va in crescendo día a día por
todo lo que te rodea. Vas a tu cama y todo está ya en penumbra. Te tumbas y
mientras intentas conciliar el sueño, tu corazón se acelera por todo lo vivido.
La cólera en los ojos de los demás, la ira, las malas palabras, los insultos te
exasperan incluso en reposo. Por fin Morfeo ha dejado caer su manta sobre ti y
te sumes en el más placido de los sueños. Tú encima de la moto, sintiendo el
aire, la libertad mientras haces curvas por una carretera de montaña. Acabas en
una cala nudista y dejas que tu cuerpo sea bañado por las cálidas aguas del
mar, un mar tranquilo y la naturaleza en un remanso de paz casi perfecto. ¡Esto
es vida! Pero no deja de ser un sueño).
Me
gustaría parar tu reloj y el suyo y el del otro. Pero la vida es esto. Dejemos
que el día fluya y que al menos, en sueños, la calma nos invada y nos sosiegue
de esta locura que nos ha tocado vivir.
MORALEJA: De la película PRINCESAS de Fernando León de Aranoa
parafraseando
una frase que dice Candela Peña en su papel de CAYE: “Lo
peor de la vida no es la muerte sino que hubiera una vida como esta después de
la muerte”.
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