Había acabado los exámenes y necesitaba desconectar de todo un
poco. Ninguna de mis amigas podía venirse conmigo a ningún sitio así que cogí
la mochila, me subí al primer tren que salía y me fui a la aventura.
El tren paró en Almería después de dieciséis horas de viaje.
Salí de la estación un poco como perdida y me tiré a la carretera sin mirar.
Una moto frenó y su rueda me dio en la pierna un golpecito. Se bajó el
motorista y creía que me iba a decir de todo pero sólo me preguntó si estaba
bien. Le dije que sí estaba bien. Él no se lo creía y me invitó a tomar algo.
Acepté y nos tomamos unas claras en un bar cercano. Me dijo que se llamaba Fran
y que vivía en Fiñana un pueblecito cercano. Me preguntó que dónde pasaría la
noche y le dije que no tenía nada preparado, que iba un poco a la aventura. Fran
me dijo que si quería, él me invitaba a pasar unos días en su pueblo, en su
casa. Me lo miré un poco desconfiada. Me dio una ojeada de refilón y me dijo
que si quisiera algo malo no me iba a invitar a un lugar dónde lo conocían
todos y cada uno de los habitantes. Me reí con la respuesta y le dije que si,…
que aceptaba su oferta.
Me monté en la moto con él y nos dirigimos a su pueblo raudos,
veloces y sin paradas.
Fiñana era un pueblo pequeño pero acogedor (yo estaba
acostumbrada a la gran ciudad). Parecían que estaban de fiesta.
Paramos en una casa grande en lo que parecía el final del
pueblo. Nos bajamos de la moto y entramos en ella. No había nadie. Me la enseñó
de arriba abajo y me enseñó lo que sería mi habitación. Había una cama grande
de matrimonio con una preciosa colcha blanca. Una gran ventana en la cabecera
llenaba la luz de color. Era una habitación preciosa.
Fran me dijo que por la noche había un baile en el pueblo. Eran
las cuatro de la tarde y le dije que me gustaría darme una ducha y dormir un
poco. Me dijo que prepararía algo para comer mientras me duchaba. Cogí la ropa
y me metí a darme una ducha relajante con agua fresquita. Me desnudé y noté
como si los ojos de Fran me estuvieran mirando fijamente. Me recogí el pelo con
una pinza y me acaricié la nuca. Escuché un suspiro profundo en la puerta.
Me metí en la ducha y dejé que el agua se deslizara por mi
cuerpo. El jabón que tenía era de coco y chocolate. Era una cura por la presión
sufrida, una sensación de relajación total. Me olvidé de que Fran podría seguir
observándome desde la puerta.
Me empezaba a secar el cuerpo cuando la puerta se abrió de
golpe. Se me cayó la toalla al suelo del susto. Un hombre que no era Fran me
miraba desde la puerta. Me repasó de arriba abajo. Me lo quedé mirando con cara
de pocos amigos y me pidió perdón. Se fue y cerró la puerta tras de él.
Me puse un vestido blanco ligero, vaporoso, fino. La ropa
interior también era blanca.
Salí y me fui a la cocina que es donde estaba Fran y el hombre
que me había asaltado visualmente en el baño. Me lo presentó y era Ramón, su
hermano. Me dio dos besos y los tres nos sentamos en la mesa a comer. Luego me
retiré a la habitación para dormir un poco. Me quité el vestido y me tumbé sólo
con las braguitas sobre la cama.
Cuando me desperté ya era de noche. Me puse el vestido blanco y
me dejé el sujetador sin querer.
Llamé a voces a Fran y a Ramón pero no estaban ninguno de los
dos. El pueblo no era muy grande y decidí dar un paseo por él. Seguí el ritmo
de la música y me planté en el baile. Había un grupo de chicos que cantaban por
sevillanas. Me puse a bailar en plan corro con las chicas. Me quedé mirando a
uno de los chicos que cantaban. Tenía una mirada penetrante y no paraba de
mirarme fijamente. Su mirada ardía y eso me excitaba mucho.
La tercera sevillana que cantaban por inercia fui a parar de un
tropezón a su lado. Me lo quedé mirando fijamente cuando me cogió del brazo
para que no cayera al suelo. Oí la voz de Fran a lo lejos y se iba acercando
muy rápido. Cuando llegó a donde estaba yo me presentó a su hermano, que era el
cantante de sevillanas de mirada ardiente. Se llamaba Manuel y era el pequeño
de los hermanos.
Nos sentamos los cuatro juntos a tomar algo. Eran tres hermanos
que se llevaban genial. Estaban de broma y cachondeo todo el rato. Cuando
sonaron las tres de la mañana en el campanario de la iglesia y después de unas
cuantas claras, me sentía un poco mareada. Le dije a Fran que si nos podíamos
ir y sus hermanos empezaron a bromear con él. Nos fuimos los cuatro para la
casa de Fran. Los hermanos quería seguir la juerga pero yo estaba rendida. Les
deseé ‘Buenas noches’ y me fui a dormir. Me quité el vestido y me tumbé con
braguitas en la cama.
Pasó un rato cuando escuché que la puerta de la habitación se
abría. No sabía quien era pero sentí unas manos acariciar mis piernas en la
oscuridad. Yo estaba bocabajo tumbada y mi cuerpo se estremecía por entero
entre las manos de unos de los hermanos. Las manos del desconocido subieron
sigilosamente por mi espalda y otras diferentes alcanzaron mis piernas. ¡Habían
dos de los hermanos en el cuarto junto a mi! La sensación de estar con dos
hombres semidesnuda en una habitación era una fantasía erótica que siempre
había tenido y deseado. Me dejé llevar por sus caricias. Las manos de la
espalda se abrieron paso y los dedos empezaron a deslizarse por mis labios. Las
de las piernas subieron hasta la espalda y unas nuevas manos volvieron a mis
piernas. ¡Los tres hermanos estaba ahí para mi! Noté que las manos que estaban
en mis labios me ayudaban a sentarme en la cama. Noté su boca acercarse a mis
pezones erectos mientras las otras dos bocas estaban en mi espalda una por la
nuca dándome unos mordiscos suaves y sugerentes. La otra estaba cerca de mi
trasero mordisqueando y acariciando los cachetes de mi trasero. Yo no podía
contener mis gemidos. Deseaba ser poseída y envestida por aquellos tres hombres
ardientes, calientes, fogosos. Me tumbaron en la cama y me quitaron las
braguitas blancas con cuidado. Noté como ellos se desprendían de lo único que
llevaban que eran los slips los tres a la vez. Una boca me besaba y otra estaba
lamiéndome, mordisqueando mis pechos. Uno de ellos se adentró en mi sexo. Yo di
un grito de placer. Sus embestidas eran potentes, firmes, duras. Su sexo era
grande y pese a que me dolió un poco la primera embestida, la segunda, la
tercera,… poco a poco el dolor fue disminuyendo y la pasión y el deseo fue
creciendo. Era un hombre muy hábil y tenía un gran aguante. Yo no podía
contener mis orgasmos que se encadenaban uno con otro entre gemidos y susurros.
Unas manos me ayudaron a incorporarme un poco sin que el sexo de mi amante
nocturno saliera ni un milímetro de mi sexo. Estaba escarranchada sobre su sexo
y sentí el sexo de otro de ellos adentrarse con firmeza en mi trasero. Notaba
las embestidas de los dos y los labios del tercero besarme la boca. Encontré el
sexo del tercero y con mi mano lo acaricie para escucharles gemir a los tres
junto a mi. Fue algo salvaje y no podía dejar de gritar de placer mientras me
derramaba una y otra vez de deseo.
Se derramaron dentro de mi primero el que estaba dentro de mi
trasero y después el que estaba dentro de mi sexo. Creí morir de excitación
cuando sentí el calor de sus esencias derramadas dentro de mí.
Se apartaron de mi para dejar paso a su hermano que aún no se
había adentrado en mi. Sentí el miembro palpitantemente firme del tercero
penetrar mi sexo con fuerza, con dureza, con pasión. ¡Creí morir de placer! Se
movía de forma salvaje, de deseo contenido, de pasión insatisfecha. Me envestía
fuerte, mas fuerte que los otros dos por la tensión contenida esperando su
turno. Eso me excitó mucho y cuando sentí que se derramaba conmigo y me
abrazo,… gemí como una loba en celo muerta de deseo.
Me quedé recostada en la cama y uno de ellos se recostó frente a
mi. Empezó a besarme la boca. Noté otro cuerpo desnudo a mi espalda. Giré mi
cabeza y besé su boca ardiente, húmeda, cálida. Abrí mis piernas y note como a
la vez me penetraban por delante y por detrás. Yo era el centro de un sándwich
de deseo ilimitado. Sentía sus embestidas salvajes y no paraba de pedirle que
no pararan, que siguieran más, más, más, y más, y más, y más, y más,… Sentí su
leche derramarse por mis nalgas, por mi sexo, por mis piernas. ¡¡¡Fue algo
salvajemente fuerte!!!
El tercero me ayudó a salir de en medio del sándwich y empezó a
besarme con deseo. Yo quería morir de deseo en aquella boca que me besaba con
tantas ansias. De pié me abrí de piernas y se adentró en mi sexo ardiente.
Sentía su enorme miembro penetrarme de forma magistral. Sentí otro cuerpo
ardiente a mi espalda y otro pene me penetró el trasero fogoso. Yo creí
desfallecer entre gemidos. No se como nos caímos los tres sobre la cama sin
dejar las embestidas. A mi boca se acercó la tercera boca pero yo deseaba
saborear su sexo. Me acerqué a su sexo y empecé a chuparlo de forma brutal.
Sentía los gemidos de los tres mientras me penetraban a la vez la boca, el
sexo, el trasero. Me embestía y yo no paraba de derramarme de placer y
conteniendo mi mandíbula para no morder de deseo el pene que saboreaba mi
lengua, mis labios, mi boca. Empujaban con más fuerza y cada vez más, y más, y
más, y más, y más, y más, y más, y más, y más, y más, y más, y más rápido.
Sentía el calor de su esencia desbordarse en mi boca, en mi sexo, en mi
trasero. Caímos los cuatro sobre la cama y nos quedamos dormidos piernas entre
piernas, manos entre manos, cuerpo entre cuerpo. ¡Fue una noche mágica que se
repitió muchas más veces a lo largo de ese verano!