Desde muy pequeña siempre había tenido la imagen de que un capitán de barco era alguien con mucho honor, con mucha complicidad con su trabajo, con una valentía inigualable, que comprometía su vida a su barco y al final, acababan siendo uno solo ambos hasta el punto de que si había un naufragio, tanto el barco como el capitán acababan durmiendo juntos por toda la eternidad en lo mas hondo de inmenso mar azul.
Pasó el tiempo y mientras crecía, las películas solo intensificaban mi maravillosa fantasía: un barco enorme chocaba contra un gran iceberg y el capitán no abandonaba su puesto de mando en ningún momento hasta que llegó su final.
Llegó el siglo XXI y mi bonita utopía se hizo añicos contra al suelo de la verdad sobretodo cuanto mas avanzaba los años. ¿Quiénes eran los capitanes en el nuevo siglo? Seguían existiendo los de verdad, pero en la tierra, en el mundo laboral, en las empresas,… ¿Quiénes eran los “capitanes de barco” del siglo XXI? En principio vi en los responsables, la gente que instruía a los demás, que dirigían ese barco imaginario llamado empresa, que se preocupaban por lo que se facturaba, que sabían los nombres de los que trabajan con él, bajo “su mando”, que conocía lo que era irse a dormir tarde cuando las cuentas no salían, que viajaba para uno lado y para otro para poder obtener los beneficios necesarios para premiar a los trabajadores con una panera con jamón y buen cava a sus empleados y pagando la paga extra el veinte de diciembre.
La crisis también llegó y con ella,… los primero “capitanes” que mostraban su verdaderas intenciones. Saltaron de los “barcos” antes de que empezaran a hundirse. Algunos lo hicieron por un miedo a que se descubrieran sus malas gestiones. Otros, por haber confiado en los hijos como estandarte que metieron de conserje hasta el primo del sobrino de cuñado del hermano, estuvieron trabajando con inútiles que los querían dejar sin empresa, sin dinero, sin casa, sin coche y con una mano atrás y otra delante. Otros muchos, que en tiempos en que había muchas ganancias, hacían la vista gordísima con las horas que se cobraban por aquí y por allá sin dar un palo al agua, al intentar poner orden, se les escapó de las manos el tinglado y acabaron en tribunales por ser tan permisivos con unos y tan exigentes con otros. Y los últimos, que son los que más pena me dan a mi porque mandan en un sitio pero políticamente son de otro, no luchan porque no saben lo que es tener nada suyo. Van de aquí para allá, jugando como en una partida de ajedrez moviendo ahora este peón, ahora este otro. Pero cuando tocaba dar la cara,…¡Nunca estaban! A pique los ideales, los “barcos” llenos de glamour, el penar que uno se preocupaba por los que con él trabajaban cuando sólo importaban las cifras y el que si me toca que me despidan a mi,… cobrar lo máximo posible. Mentalidad capitalista a más no poder. Sin orgullo, sin pasión, sin alma, sin apenas corazón. “Capitanes” que no se merecen ni el nombre porque les viene grandes hasta los galones. “Capitanes” que no luchan porque ven la batalla perdida desde hace mucho tiempo. “Capitanes” que no tienen ni perro, ni correa, ni rumbo, ni forma, ni destino. “Capitanes” de risa porque a falta de no tener nada,… perdieron hasta esa autoridad que se les otorgaba.
MORALEJA: Por suerte hoy es bonita y hace que conserve un poco mi fantasía. He conocido a “capitanes” que creen tanto en su proyecto que viajan y duermen en casas de “amigos” para ahorrarse unos euros, “capitanes” que creen tanto en su empresa, que aportan su capital para obtener crédito, “capitanes” que a los hijos los dejan entrar en la empresa,… pero no pasan del vestíbulo aunque no tengan para un coche nuevo. Verdaderos “capitanes de barco” del siglo XIX en el siglo XXI.
No hay comentarios:
Publicar un comentario