Quienes
trabajamos en oficina sabemos que a veces, entre llamadas, entre e-mails, entre
papeles, entre correo ordinario que viene y va, las personas interactuamos a
otros niveles no profesionales con la gente de nuestro entorno. Eso es lo que
no pasó a Luís y a mí. No nos conocíamos más que por la voz pero eso no impidió
que nos llegáramos a conocer más que las personas con las que compartía mi día
a día. Ambos sabíamos muchas cosas del otro, incluso cosas que no cuentas ni
siquiera a tu pareja, que necesitas compartir con alguien ajeno para saber si
eso es lo normal, lo correcto, lo frecuente, o simplemente, como desahogo con
alguien no hormonal (las mujeres tendemos a dramatizarlo todo y una visión
llena de testosterona es concisa, sencilla y muy necesaria a veces).
La primavera se
acercaba. Esos días con más horas de sol, el calor de las horas de medio día,
nos invitaba ya a prescindir de algo de ropas y sobretodo, notábamos como
nuestra sangre corría con más vigor por todo nuestro cuerpo.
Un día, no sé
como, empezamos a hablar de sexo. Es algo complicado saber quien de los dos
empezó primero pero había una necesidad de ambos de desahogarnos a muchos
niveles. Uno de los dos llevaba más de tres meses sin contacto carnal. Otro más
de seis meses. Nos reímos, bromeamos y colgamos.
Al día siguiente
un e-mail vespertino del correo me hizo soñar con algo jamás imaginado.
Luís me invitaba
en un e-mail muy especifico a imaginarnos a ambos en un lugar alejado, piel
contra piel, dejándonos llevar sin más ni más. Mientras lo leía podía escuchar
su voz susurrante en mis oídos. Aquella sensación hizo que mi cuerpo empezara a
sentirse predispuesto de manera casi inmediata. ¿Eran la falta de sexo? ¿O el
echo de transgredir las normas por primera vez la que me motivaba a decir sí, a
dar ese paso?
Los días pasaron
y los e-mails, iban y venían cada vez más cargados de imágenes verbales, de necesidad
no saciada, de hambre carnal no satisfecha. Me mente estaba extenuada de deseo.
Hubo un día en
que surgió una fecha así por que sí. En dos semanas nos veríamos por primera
vez pero no para tomar café. Nosotros necesitábamos más y sabíamos que era.
Habíamos hablado
durante mucho tiempo de lo mucho que ambos nos merecíamos un masaje. “¿Por qué contratamos un masaje tántrico
para dos?”. Yo desconocía lo que era y en cierta manera me gustaba que así
fuera. Me dejaría guiar por él. Eso sí, teníamos que elegir a un hombre o a una
mujer para darnos el masaje. Él me envió los folletos del lugar que había
elegido para que yo eligiera. Yo le dije que no, que deseaba que él eligiera. “¿Hombre o mujer?” me preguntó. “Lo que tú desees”. Al día siguiente me
envió la foto de la seleccionada. Era una chica preciosa menuda, delicada, preciosa,
con la piel muy blanca, el pelo rubio como un rayo de sol y los ojos azules. Parecía
un precioso ángel todo hay que decirlo. En aquel momento casi me entró el temor
en el cuerpo. Yo era más bien alta, de piel tersa y tostada, con curvas,
castaña con ojos marrones. Sin lugar a duda era todo el contrario de aquella
chica. Pero eso él no lo sabía. No nos habíamos visto nunca.
Con aquel temor
en mi cuerpo, me fui a casa. Llegué a mi habitación y me desnudé poco a poco
delante del espejo con cierto temor. Recorrí la silueta de mi cuerpo con mi
mirada una y otra vez. Tuve un momento un tanto lésbico conmigo misma
reflejada. Mis manos acariciaron mi cuerpo de la cabeza a los pies. Me imaginé
que Luís observaba silenciosamente entre las sombras y empecé a pellizcarme los
pezones, a lamerme los dedos para deslizarlos por ellos, a dejar que mi mano
jugueteara con mi entrepierna. Tuve un orgasmo bestial sin dejar de mirarme una
y otra vez en el espejo. Al acabar extenuada en el suelo, los miedos se habían
esfumado.
Llegó el día.
Nos veríamos en un bar cerca del lugar de masaje. Allí me esperaba él. No sabía
como era pero lo reconocí entre el resto de los hombres.
Nos saludamos de
forma muy comedida, con un par de besos en las mejillas y poco más. Me senté
frente a él. Antes de poder decirle nada, llegó la camarera y me pedí un
cortado aunque deseaba tomarme una tila. Estaba muy nerviosa.
Se hizo un
silencio incómodo. La chica volvió con el café. Había música de fondo y ese
mismo instante empezó a sonar Una Propuesta
Indecente de Romeo Santos. La letra era todo lo que anhelábamos decir y
escuchar del otro. Se veía que él también conocía la letra y de forma
intercalada, fuimos hablándonos en bajito con la letra de la canción que sin
lugar a dudas estaba hecha para nosotros, para ese día, para ese instante.
“Que bien te ves, te adelanto no me importa quien sea él”.
“Dígame usted, si ha hecho algo travieso alguna vez”.
“Una aventura es más divertida si huele a peligro”.
“Si te invito a una copa y me acerco a tu boca…”
“…si te robo un besito haré que lo hagas conmigo”.
“Que diría si esta noche, te seduzco en mi coche,…
… que se empañen los vidrios y la regla es que goces”.
“Si te falto el respeto y luego culpo al alcohol…
…si levanto tu falda me darías el derecho a sentir tu
desnudez”.
Nos reíamos y la
tensión se disipó en aire. ¡Fue increíble! Luego salimos a una distancia
prudente, el uno del otro, y nos fuimos al centro de masaje.
Nos recibió una
chica que nos informó del funcionamiento. Nos dijo que nos podíamos duchar. Se
me hacía raro vernos por primera vez sin ropa en la ducha y le dije que pese a
que estuviéramos desnudos dentro ambos, que él me fuera recorriendo y
descubriendo a medida que lo hacía las manos de la chica y que yo haría lo
mismo. Le gustó la idea. Nos duchamos y salimos los dos sólo con un albornoz
encima.
Llamamos y vino
la chica a buscarnos. Nos llevó a una habitación decorada con motivos
orientales, con budas, con música hindú,... muy agradable. Nos sirvieron cava y
esperamos.
Al poco tiempo
llegó la chica que Luís había elegido. Llevaba una bata corta que dejaba ver
sus piernas. Se presentó y nos dijo que nos podíamos quitar ya los albornoces.
Estábamos los dos desnudos frente a ella. Se quitó la bata y dejó al
descubierto sus encantos. Lo único que llevaba ella era un minúsculo tanga
blanco. Nos propuso darnos un abrazo, un abrazo tántrico lo llamó, los tres a
la vez. Se me hacía raro sentir los pechos de otra mujer contra los mío, el
torso de Luís contra el mío.
Me cogió de la
mano y me llevó a la camilla. Me tumbé bocabajo mientras ella se mojaba las
manos con aceite templado. Sentí como sus manos se posaban dulcemente en mis
pies. Me sentía tremendamente nerviosa. Giré la cabeza y vi como él estaba
sentado en una hamaca mirando mis pies tal y como habíamos dicho, descubriendo
mi cuerpo poco a poco a través de las manos de ella. Sus manos fueron subiendo
por mis muslos lentamente. Podía sentir la dulzura de sus manos, el ardor de
los ojos de Luís traspasarme de deseo. Notaba como se inflamaba sus ansias de poseernos
a las dos. ¡Me encantó verlo tan ansioso! Se notaba que estaba disfrutando,
pero mucho de la experiencia y sólo era el inicio.
La chica le llamó
para que viniera a formar parte del masaje con ella. Oí como le explicaba como
hacerlo. Empecé a notar un masaje a cuatro manos, una dulces, menudas y
tiernas. Otras más grandes, fuertes, vigorosas deslizarse por mi cuerpo
desnudo. Subieron por las piernas y alcanzaron mi trasero. Era la primera vez
que me tocaban dos personas a la vez y llegaban a una parte de mi cuerpo jamás
había sido tratado con tanta entrega. Mi cuerpo se empezó a estremecer de
delicia. Las manos de él siguieron subiendo por mi espalda, por mi cuello, por
mis hombros hasta mis manos. Las de ella empezaron a acariciar mis muslos por dentro,
deslizándose y llegando a alcanzar la parte exterior de mi sexo. Aquello me
gustó mucho. Cuando fue introduciendo sus dedos aceitosos dentro de mí y los
hizo salir y entrar una y otra vez, dedicándose por entero a mi zona vaginal,
empecé a gemir sutilmente de placer. Podía sentir las manos de Luís masajearme
las manos mientras sus ojos quemaban viendo como ella me deleitaba con sus
preciosos dedos.
Me dio la vuelta
y dejó mi cuerpo por entero a su disposición. Mientras Luís masajeaba
magistralmente mis pechos, ella iba directamente a darme placer en mayúsculas.
Masajeo mi clítoris hasta hacerme llegar a un orgasmo. Metió sus dedos en mi
sexo, en mi ano logrando que alcanzara un orgasmo tras otro tras otro y
mientras podía sentir como el sexo de
Luís alcanzaba unas dimensiones jamás imaginadas rozando mi brazo sin querer. Me
encanta sentirlo tan duro, tan increíblemente deseoso, esperando su turno.
Yo me sentí muy
relajada cuando le tocó a él. Le recorrió cada rincón. Con mi mirada, hice lo
mismo que él con mi cuerpo, recorrer cada centímetro de su piel mientras la
chica le masajeaba con dulzura. Llegó a su sexo y empezó a masturbarle. Le dijo
que cuando estuviera a punto del orgasmo que le avisara. Yo no sabía porque, y
esperé a ver que sucedía.
Luís le avisó de
que estaba a punto de derramarse y frenó en seco. Se fue y nos dijo que nos
podíamos quedar allí todo tiempo que nos hiciera falta. Nos quedamos los dos
sólos, con toda la energía sexual fluyendo por todo el ambiente. Me asusté. No
pensé que habría un momento en que estaríamos a solas los dos. Se acercó mí,
con el sexo tremendamente duro. Quise arrodillarme para hacerle llegar donde la
otra la chica le había dejado a medias pero él no me dejó. Me recostó contra la
camilla y de pie, pude sentir como su enorme verga me embestía de forma
sublime. Era como si tuviera dos pues su fortaleza al penetrarme me hacía gozar
por delante y por detrás casi a la vez, con un simple cambio sublime para
satisfacer todas nuestras ansias. Encadenaba un orgasmo, tras otro mientras
veía como el trataba una y otra vez de contener el suyo. Cuando no pudo
contenerlo más, vi como su cara se trasformaba en un goce sublime. Quedamos los
dos exhaustos semitumbados en la camilla.
Fue una
experiencia vital más necesitada que buscada. No justifico mis actos, nunca lo
haré, pero si sentirse pleno es la consecuencia la acción fue la acertada.
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