sábado, 7 de diciembre de 2013

FINAL DEL TRATAMIENTO (escrito real)



La vi enfilar por última vez el pasillo que durante casi dos meses había sido símbolo de un tratamiento horrible para evitar la reproducción de un cáncer que ella ni sabía que tenía. Las lágrimas inundaron mis ojos: todo se había acabado. Atrás quedaban los interminables trasportes de ella y su silla en una ambulancia que daba tres mil vueltas para traerla a hospital. Atrás quedaba el estúpido compañero de Marc, el radiólogo que vio como su padre sucumbía por la misma enfermedad e intentó dar a los enfermos un plus más en su servicio de radioterapia mal pagado. Su compañero mal encarado, mal abonado, ofrecía lo mínimo que siempre era demasiado escaso (no trataba a los enfermos como se merecían y… eso se veía desde lejos y con la puerta cerrada). Atrás quedaban las charlas primeras de todas aquellas personas que afectadas del mismo mal, en vez de luchar se condenaban con sus propias palabras a una cura mucho más larga y enmarañada de lo que era. Atrás quedaban las curas mal hechas que le arrancaron la piel del pecho en su propia casa, con su propia progenie. Atrás quedaba las eternas charlas con los diferentes coordinadores de las ambulancias que no entendían porque era yo la que llamaba en vez de el hospital que cansado de ver que siempre le ponían pegas a los traslados de los enfermos, había derivado en las personas que mas querían a los afectados, a ser los que dirigieran las cosas claras y directas para que se les hiciera caso, para que se les ofreciera un servicio digno. Atrás quedaban las manos manchadas de ese líquido rojo que servía para secar la herida y manchaba todo dejando un color rosado raro hasta en la ropa. Atrás quedaba todo lo malo. La mente quedaba llena sólo de esa recta final con la silla de ruedas dirigida por el radiólogo correcto, arropada por las enfermeras que se habían preocupado día tras día de que la cura fuera rápida y que nada se dañara en exceso, resguardada por la doctora que entendió desde el primer día que nosotros no llamáramos tumor a un quiste para que ella no se sintiera mas afectada por una depresión que le acompañaba de la mano con su enfermedad inicial, ataxia. El amparo de las chicas de recepción pendientes siempre no sólo de ella sino del resto de pacientes a los que conocían no sólo por su nombre. El cariño de las demás chicas del servicio, desde la doctora de urgencias hasta la mujer de la limpieza, que siempre nos dedicaban una sonrisa y un gran HOLA que se agradecía profundamente.

 

Ella volvía con los ojos llenos de energía. El principio no había sido nada bueno: un dolor en el pecho, localización de un bulto, mamografía, resonancia, biopsia, querer operar, su negativa a ser operada, negociación para cambiar de parecer, operación, recuperación, larga espera, radioterapia. Ahora ya todo llegaba a su fin.

 

¡Todo se acabó!

 

“¿Qué hago con la bata?”  Preguntó ella. Marc y yo dijimos a la vez: “¡¡¡QUEMARLA!!!”

 

Los de la ambulancia por fin habían entendido que era una persona especial y al salir ya la estaban esperando para llevarla a casa.

 

¡Había acabado la lucha! Mañana seguro que nos tendríamos que afrontar a otros nuevos retos. Pero hoy, ella ya estaba curada, sana, feliz, contenta, incrédula y deseosa de llegar a casa y tumbarse. ¡Se lo había ganado! Le dí dos besos y le dije: “¡¡¡Final del tratamiento!!! ¡¡¡ERES UNA CAMPEONA!!! ¡¡¡ESTOY MUY ORGULLOSA DE TI!!!”.

 

La ambulancia cerró las puertas y ella me dijo: “¡Hasta mañana hija!”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario