martes, 10 de diciembre de 2013

LA AYUDANTE PERFECTA (relato)

 

No recuerdo que vi exactamente en ella cuando la contraté. Quizás su retentiva al almacenar mentalmente datos, su agudeza intelectual, por lo extrovertida que parecía,… Lo que sé es que sexualmente no me causó ningún sudor frío y eso me relajó. Tener a una mujer cerca que no te deje concéntrate no es lo que quería, no para ser mi ayudante personal.

 

Nuestro primer año juntos fue un verdadero desastre: no llevaba a tiempo mi ropa a la tintorería, no la recogía, se olvidaba de reservarme los vuelos de enlace, no tenía presente si me faltaba algo a nivel personal para los viajes,... Cuando estaba a punto de despedirla se presentó con un regalo para mi hijo por su cumpleaños. ¡Yo ni siquiera me había acordado! Me abrazó al abrirlo inmensamente sorprendido por el regalo. Cumplía sus siete años. Ese fue un gran error por mi parte como padre que ella solucionó perfectamente haciendo que mi hijo me envolviera entres sus brazos con tanta ternura por algo que yo había olvidado. La miré, le sonreí y a partir de aquel momento fue cuando encajamos a la perfección como equipo.

 

Coexistíamos sólo como ayudante personal y jefe, nunca había habido nada más, aunque más de uno lo insinuara. Ella pasaba de habladurías y yo era el jefe. Si alguien me venía con niñerías de patio de colegio, lo echaba a la calle. ¡Éramos una empresa seria! Si alguien no sabía estar en su lugar,… puerta.

 

Habíamos tenido momentos de tensión muy fuertes en muchos momentos a lo largo de cinco largos años pero eran cosas normales que se solucionaban porque las relaciones no son fáciles. Hablarlo calmadamente era algo que había aprendido gracias a ella. Poco a poco, nos fuimos acoplando más y más y más. Ella era ya para mí como una hermana pequeña pues nos llevábamos de edad, catorce años largos (yo de febrero y ella de diciembre).

 

Había empezado el mes de diciembre de dos mil trece. Llevaba casi dos meses encerrado en mi despacho. Estaba muy liado intentando de acabar unas nuevas estadísticas de proyección a nivel internacional para presentar a unos posibles inversores. La crisis nos estaba jodiendo de mala manera y había que tirar para adelante. ¡Yo no me iba a rendir! No sin luchar.

 

Ella acababa de cumplir sus años y se presentó a las diez de la noche en la empresa con comida para llevar:

 

        Aún no has cenado y llevas meses encerrado en este despacho casi sin comer – me dijo.

        Tranquila, no me voy a morir.

        ¡Eso no! No sin pagar las extras – respondió riéndose y haciéndome reír a mí.

        ¿Qué traes ahí?

        He ido a buscarte sushi para cenar pero como aquí no hay un restaurante japonés en condiciones, he cogido el coche y me he ido a tu restaurante favorito a buscarlo.

        ¿Pero si está a una hora de camino?

        Lo sé,… ¡No me mereces! – me volvió a hacer reír.

        ¡¡¡ESTÁS LOCA!!!

        Ya te dije que mi garantía prescribe a los cinco años y… hace dos días que caducó.

 

Tuve que reírme por la tontería aunque no fuera muy buena.

        Deja eso un momento y cena. – me ordenó. Le hice caso.

 

Me senté en la mesa que tenía en el despacho y empecé a comer el sushi que me había traído. Había elegido todo lo que más me gustaba (nigiris de salmón, atún, izumidai y eby, hosomaki mixto (mitad salmón y mitad de cangrejo), sashimi de salmón y de atún, diablo, surimi roll, geisha, tridente, eléctrico y kokoro). Me puse un poco de wasabi,… lo necesitaba. Ella se sentó en el pequeño sofá que había en el despacho. Iba vestida diferente y ni me había dado cuenta hasta aquel momento:

 

        ¿Has quedado esta noche? Estás diferente

        Vaya manera de piropear que tienes tú. – me contestó de forma imperativa medio en serio medio en broma.

        Entiéndeme. Nunca te había visto tan arreglada.

        Sigue, sigue, sigue,… mmmmmmm. ¡Me encanta que me digas cochinadas! – susurró gimiendo como Meg Ryan en la famosa escena de cuando Harry encontró a Sally en que fingía un orgasmo.

        Estás de psiquiátrico.

        Posiblemente pero no soy yo la que tiene todas las papeletas para ser candidato a un Alzheimer prematuro. ¡¡¡SE TE OLVIDA TODO!!! Hoy es mi cumpleaños.

        ¡Felicidades! ¿Y qué se supone que te he regalado? – respondí mientras me metía en la boca el nigiris de atún.

        Un par de conjuntitos muy sexys de ropa interior.

        ¡Si que soy generoso!

        Tranquilo, no han sido nada caros. Ya sabes que me quieres poco – estuve a punto de sacar el arroz del sushi por la nariz.

 

Se hizo un silencio largo. Me toqué las sienes pues me dolía mucho la cabeza.

 

        Has vuelto a cancelar el masaje otra vez. Es por eso que tiene los dolores de cabeza.

        Ya sabías que no iba a ir. No se porque te empeñas en reservarme hora. No tengo tiempo. – dije un tanto enfadado.

        Va,… túmbate en al mesa.

        ¿Qué dices?

        Q-U-E  T-E  T-U-M-B-E-S  E-N  L-A  M-E-S-A – hizo una pausa después de cada letra y cada palabra para que lo entendiera bien.

        ¿Para qué?

        ¡Te quieres tumbar de una vez! Eso si, quítate antes la americana, la corbata y la camisa. – me indicó muy seria.

 

Me quité la americana, la corbata, la camisa y me tumbé en la mesa después de retirar los restos de la cena.

 

Se arremangó las mangas de su camiseta. Buscó en su bolso algo. Vertió algo frío en mi espalda y empezó a masajearla. Al principio fue suavemente. Luego, un poco más rápido sobretodo por la zona cervical. Me hacía daño pero lo compensaba con otro movimiento que me aliviaba el dolor. Fue poco a poco, sin prisas, recorriendo cada centímetro de mi espalda contracturada por los nervios del trabajo. ¡Necesitaba aquel masaje! No sé si estuvo media hora larga.

 

Después me pidió que me diera la vuelta. No quería que la mirara mientras me masajeaba de frente. Me tapó los ojos con su pañuelo del cuello. Masajeó mis manos, mis brazos, mi cuello. Algo en mí, al tener la vista mermada, me hizo excitar. Mi pantalón se abultó por la zona de la bragueta. Ella siguió como si no lo hubiera visto. Media hora más de masaje en que mi sexo no pudo bajar sino que fue creciendo. Estaba paralizado de vergüenza. Al acabar el masaje, se fue para mi bragueta, y sacó mi sexo. Extendió con su mano por mi sexo el fluido de mi propia erección. Empezó a acariciarlo suavemente dejando que se deslizara muy lentamente. ¡No quería acelerar nada! Yo seguía sin poder moverme. Estaba muerte de vergüenza y tremendamente empalmado, sin dejar de decirle mentalmente: “No pares, no pares, no ahora,…”. Ella parecía escuchar mis pensamientos porque no dejó de deslizar su mano hacia arriba y hacia abajo de forma acompasada dejando que mis gemidos de placer fueran en aumento. Estuve a punto de llegar una vez, y otra, y otra, y otra, y otra. Ella aflojaba su ritmo. Evitaba que me corriera. Quería darme más y más placer con sus delicadas y perversas manos. Seguía y seguía. Yo necesitaba culminar pues pensaba que no podía aguantarme más de deseo. Ella no me dejó llegar. Seguía reteniéndome una y otra vez. Cada vez más lento. Cada vez con más placer. Cuando menos lo pensaba dejó la mano en el punto de no retorno y bajó mi piel de golpe proporcionándome la mejor corrida de toda mi vida. Mi cuerpo convulsionaba de placer y su mano, pese a correrme, no dejaba de seguir y seguir sirviéndome más y más y más espasmos de placer, de deseo, de goce infinito.

 

Limpio todo. Me quitó el pañuelo de los ojos. Y muy seria me dijo:

 

 

        Esto no ha pasado nunca. Se que lo necesitabas y … sólo he hecho lo que creía mejor. Si dices algo,… me despediré. ¿Entendido?

 

Me incorporé sentándome en la mesa y la besé en la boca apasionadamente.

 

        ¡Entendido! – respondí – Esto que te he dado tampoco a pasado. ¿En paz?

        ¡Me parece perfecto!

 

Han pasado ya diez días desde aquel momento y ahora más que nunca tengo que reconocerlo: ¡Es la ayudante perfecta! No ha dicho nada, no ha actuado raro y sabe estar sin excusas que valga. Se comporta como antes y eso me fascina. Pocas mujeres harían algo así y volverían a saber cual es su lugar. ¡Jamás encontraré una igual! Espero que jamás se marche de mi lado.

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