martes, 2 de abril de 2013

REUNIÓN DE CINCO (relato)



 

Cuando empecé a trabajar sabía que debía de tener movilidad para poder trabajar en cualquiera de los centros que teníamos en Cataluña. Me costaba entender quien haría que una persona válida diera vueltas por toda la geografía y dije que SI podía desplazarme con la esperanza de que cuando vieran que laboralmente era muy competente, me dejarían en un sitio u otro de forma fija. ¡Me equivoqué! El ser eficiente me hizo tener que desplazarme cada mes y medio de uno a otro laboratorio, teniendo que pasar mucho tiempo fuera de casa.

 

En diciembre empecé a trabajar en la oficina de Rubí. Todo fue difícil al principio como le pasa a cualquier persona que empieza en un puesto laboral nuevo. Cuando sentía que había encontrado un poco mi lugar a nivel laboral, mi responsable me llama y me dice que necesita que me vaya a Sils porque una de las administrativas estaba de baja y claro,… no estaba la situación como para contratar a alguien por algo que sería un par de días. Me fui a Sils y me pasé un mes y medio largo trabajando en Girona pero cuando creía que ya me quedaría en esta delegación, mi jefe me llama para decirme que ahora requería que me fuera a Sidamón porque mi compañera de allí se casaba y tenía quince días de fiesta. Pero no fuero quince días sino sesenta y cinco ya que la chica, en la luna de miel, tuvo un problema y se rompió la pierna derecha. Era la primera vez que pasaba tanto tiempo en un mismo lugar y llegué a pensar, tonta de mí, que me quedaría allí. ¡¡¡No fue así!!! Cuando hacía el día sexagésimo sexto en Lleida mi superior me llamó diciéndome que esta vez me precisaba en Tortosa. Yo empezaba a sentirme incómoda con tanto cambio pero la situación laboral no estaba como para protestar por estos cambios casi puntuales. Me desplacé a Tortosa pues mi compañera de allí tenía que ser intervenida y estuve setenta y dos días allí. El día septuagésimo tercer me pidió que me trasladara a Reus. Sentía que mi cuerpo iba a estallar de rabia contenida pues en menos de siete días me había trasladado a cinco puntos de trabajo.

 

Llevaba dieciocho días en Reus cuando me solicitaron que tenía que ir a una reunión de urgencia en Bellaterra. Las obras que llevábamos para Generalitat tenían que ser auditadas con urgencia. En ese momento en cada centro de trabajo facturábamos dos de ella y en menos de siete meses, yo era la única administrativa que había pasado el tiempo suficiente para responder sobre cualquier documento relacionado con las misma.

 

Me dirigí a Bellaterra con cierto enojo.

 

 

Cuando llegué tuve que dar mis datos, me dieron una identificación y me dirigí hacia una de las salas en la que ya me esperaban. Había una mesa grande y sentada alrededor de la misma mi responsable Marcos, el responsable de materiales Juanjo por los ensayos de acabados de todas las obras, Gorka de Tortosa, Gerardo por Sidamón y Raul por Sils. Me hicieron sentarme en la cabecera de la mesa y mi responsable, que ese día parecía poseído por el mismísimo Lucifer empezó a espetar contra mí sapos, culebras y lindezas miserables que me dejaron fuera de juego. Su voz fue subiendo de tono hasta acabar vociferando como un verdadero enajenado mental. ¡No quería llorar! No por tan poca cosa pero necesitaba salir de allí lo antes posible. Me levanté de la mesa y salí convencida de que ya había aguantado demasiado como para tener que soportar ese griterío sin saber aún el motivo del mismo.

 

 

Empujé la puerta de la sala y dejé los gritos atrás. Había mucho tramo desde la sala hasta la puerta pero sin correr pero con paso firme y decidido, me dirigí hacia la salida sin mirar atrás. Las lágrimas se precipitaron en mis ojos. Sentía que me llamaban por detrás pero yo no quería ni mirar. Seguía decidida a salir de aquel infierno lo antes posible.

 

 

Cuando me faltaban unos metros para la salida, sentí una mano en mi hombro y me giré bruscamente apartando aquella mano de mí con un manotazo. ¡Estaba harta! No me importaba quien fuera ni a quien le preocupaba mi estado de ánimo. Tenían que haber dicho algo antes no ahora que ya era tarde.

 

Raúl era quien me había alcanzado y tras de él venía Gorka y Gerardo. Yo no podía decir nada y seguía dirigiéndome hacia la salida. Ya fueron unas manos la que me agarraron el brazo izquierdo con fuerza. Intenté soltarme con fuerza y no pude. Con mi mano derecha empecé a empujarle para atrás para que me dejara ya fuera cayéndose o harto de que le diera golpes. ¡No me dejaba! Le estaba pegando con el puño cerrado en el pecho pero no me soltaba. Gerardo y Gorka llegaron hasta dónde yo estaba y ayudaron a Raúl a retener mis brazos y a mí. Me cogieron entre los tres y me metieron en una sala cercana a la salida. Yo no paraba de gritarles que me dejaran en paz, que me soltaran, que me dejaran ir. Ellos no decían nada.

 

Consiguieron entre mi resistencia y mis gritos meterme en aquella sala. Cerraron la puerta tras nosotros. Yo me estaba poniendo cada vez más y más enfadada. ¡NO podía más! Necesitaba escapar. Le pegué como pude una patada en los huevos a Raúl consiguiendo que me soltara. Gorka me retuvo con fuerza poniéndose por detrás y abrazado fuertemente a mí para que no pudiera escaparme. Gerardo se acercó y me dio una bofetada en la cara. Eso me serenó y por fin pude romper a llorar a placer. Gorka aflojó la fuerza de sus brazos y Gerardo me cogió entre los suyos haciendo que me desfogara sobre su pecho. ¡Necesitaba llorar!

 

Pasó un rato de silencio y desfogué. Vino Raúl que tomó el relevo de Gerardo. Gerardo quería seguir cerca de mí y con Gorka, me cogieron en abrazo lateral muy reconfortante. 

 

Aquella situación era muy tranquila pero a la vez muy excitante. Sentí el sexo de Gerardo duro, firme, erecto tocar mi cadera por encima de mi ropa y de la suya. Mis pezones se pusieron rígidos de golpe. Gorka se dio cuenta de mi excitación y también sentí como su virilidad aumentaba velozmente. Raúl estaba frente a mí y era él que tenía la visión mas cercana de mi fogosidad. Me besó los labios mientras se despojaba de su camisa. Gorka y Gerardo también se las quitaron y me arrancaron de la mía avivadamente llevados por la exaltación del momento. En ese momento se abrió la puerta de la sala y no nos dimos cuenta ninguno de los cuatro que seguíamos en un mundo paralelo de placer. Entraron Juanjo y Marcos que no se esperaban aquella escena de cuatro cuerpos dedicados a las caricias y semidesnudos. Los últimos en llegar quisieron participar de ese raro encuentro y se despojaron de sus ropas quedándose sólo con la ropa interior.

 

Nos quedaba poca ropa a todos encima cuando sentí cinco bocas recorrer cada centímetro de mi piel y devorando poco a poco toda mi epidermis con apetito. Me quitaron el sujetador entre los cinco. Mis braguitas también dejando mi sexo a su disposición, mi trasero visible y deseoso de sentir la fuerza de sus sexos. Se tumbó Raúl encima de la moqueta de la sala con su miembro erecto y yo lo adentre en mis entrañas, muy adentro. Empecé a moverme encima de él y sentí como Gerardo me ladeaba para adelante para adentrarse entre mis nalgas con mucha fuerza. Yo no me podía mover pero ellos dos se movían con tanto vigor que hacían incrementar mis ganas, mis gemidos, mi placer al séptimo cielo. El sexo de Juanjo, de Marcos, de Gorka se acercaron a mi. Alcancé el de Marcos y Gorka entre mis manos y los empecé a masajear con brío, acompasadamente a las embestidas que recibía de aquellos dos dioses del sexo que me penetraban de forma sublime. El sexo de Juanjo lo adentré en mi boca y empecé a succionarlo, a lamerlo, a chuparlo con placer extremo. Lo mordía clavándole suavemente mis dientes. Los cincos gemían e incrementaba mi deseo con su deseo.

 

Su fuego de pasión se desbordó en mis manos, en mi sexo, en mi trasero, en mi boca. ¡Grité de placer extremo!

 

Cayeron los cinco en el suelo muertos por el bestial orgasmo. Los miraba un poco mareada por la convulsión pero deseosa de continuar saboreando a cinco hombres dispuestos a poseerme a la vez.

 

Me empecé a acariciarme por el cuello y sentir como mis dedos me proporcionaban unas caricias que hacían que mi pasión incrementara, mi sexo se humedeciera, mis ganas estaban aun por satisfacerse por completo.

 

 

Mis manos alcanzaron mis pechos y mis dedos empezaron a dedicarle a mis pezones erectos caricias dulces y pellizcos llenos de dolor apasionantemente excitante.

 

 

Mis gritos susurrantes de placer habían conseguido captar la atención de mis rendidos dioses del sexo. Se acercaron a mí y empezaron a ser ellos cinco los que sustituyeron a mis manos por las suyas sobre mi cuerpo. Diez manos haciendo que todo mi ser se estremeciera de un goce extremo.

 

Se sentaron los cinco a mi alredor y con una mano se acariciaban su sexo y con la otra intentaba incrementar mis gemidos ansiosos. Me abalancé sobre el pene que observé más deseoso, el de Juanjo,  y sentí como me atravesaba mis humedades crecientes entre mis piernas. Empecé a moverme de forma salvaje. Me desbordaba una y otra vez en aquel pene erecto cuando otro, el de Marcos, se adentró fuertemente en mi ano. Grité de deseo y placer. Ya no podía moverme tanto pero tanto uno como otro estaban haciendo que mi pasión fuera en aumento. Los otros tres seguían acariciándose con mas brío sus miembros erectos y acercando su punta firme a mi cuerpo que disfrutaba una y otra, y otra, y otra vez de las embestidas salvajes de Juanjo y Marcos. Sentí como el deseo de los tres que estaba rodeándome explotaba dejando su esencia derramarse por mis pechos, por mis piernas, por mi espalda. En ese mismo instante un grito al unísono de Juanjo y Marcos invadió la sala mientras su leche se adentraba en mi trasero y en mi sexo extasiado. Me dejé caer hacia atrás y acabé tumbada sobre la moqueta agotada junto a cinco cuerpos masculinos también agotados. No recuerdo como acabó la reunión ni que se acordó en ella pero si recuerdo a cinco hombres fuertes, duros, sexualmente activos y muy, muy, muy ardientes. ¡¡¡Fue algo que jamás olvidaré!!!

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