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En la garganta está situado uno de los
centros energéticos del hombre teniendo así una importancia especial que nos
permite situarnos en nuestro lugar a través del lenguaje.
A través de la voz nosotros nos expresamos
sobre lo que somos, permitiéndonos así colocarnos en el mundo exterior.
Cuando perdemos la voz o tenemos
dificultades para hablar, es que no nos estamos sincerando y por eso “algo” se
nos está atragantando (en mitad de ese punto energético impidiendo así salir
nuestra voz haciendo que esta, al final, se nos queda encallada dentro).
Es como si en cierta manera, el hecho de no
poder expresarnos por no tener voz, nos ayude a controlar aquello que no
debemos, por algún motivo, decir aunque lo deseemos con todo nuestro ser al
completo. Al final, el consciente ahoga al inconsciente que lucha por salir a
decir su verdad, y la garganta sufre las consecuencias de la represión (es por
eso que la afonía deja una certidumbre posible de una rabia reprimida).
En resumen, que las consecuencias de
expresar lo que tengo que expresar con mis palabras son más desgarradores que
lo que me sucede en ese momento, y por eso lo comprimo dentro de mi. Y como no
lo puedo constreñir de forma conscientemente, porque trata imperiosamente de
salir de mi, lo hago de forma celada, y “me pongo afónico” sin querer.
Es por eso que cuando nuestra voz deja de
existir, en cierta manera, acallamos nuestro ser por ese mal mayor de ver
sufrir a alguien al que queremos y al que no deseamos hacer daño alguno.
Cuando nos falta la voz no podemos
expresarnos, perdemos la facultad de hablar siendo así silenciosos espectadores
de un dolor que no queremos agravar, sino que anhelamos mitigar con todo
nuestro cuerpo incluso para acabar sacrificando nuestra capacidad de
comunicarnos.
MORALEJA: Mahatma Gandhi
dijo: “La voz interior me dice que siga combatiendo contra el mundo
entero, aunque me encuentre solo. Me dice que no tema a este mundo sino que
avance llevando en mí nada más que el temor a Dios”.
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