Una no llega a ese punto
sola. Por desgracia en esa caída son muchas las manos que la empujaron
irremediablemente hacia ese punto.
La familia suele tener
mucha parte de culpa. No podemos elegir a nuestros padres y pese a que tenemos
que agradecerles infinidad de cosas, también hay un cajón repleto de recuerdos
muy amargos donde una correa firmemente asida por ambas manos amorosamente estaba
siempre presente para corregir actos de rebeldía propia de la edad.
Tampoco faltaron un sin fin
de compañeros de clase que veinticinco años después, por desgracia, siguen con
esas tonterías tan incomprensibles dada su edad más que adulta.
Es increíble saber cuánto
poder de “hundimiento” hay a nuestro alrededor. No soportamos, y debo incluirme
también en este espacio aunque realmente no lo sienta así, ver que alguien
prospera, que tira adelante. Somos tremendamente egoístas, tanto que sólo somos
felices si hemos podido, durante el largo día, herir a alguien, hacerle
infeliz, convertirle en un desdichado.
Mas nunca, en ese machacar
al prójimo nos damos cuenta cuantas personas incurrieron contra él a lo largo
del día, a lo largo del mes, a lo largo del trimestre, a lo largo de un año.
Luego, cuando alguien por fin decide acabar con ese malestar perpetuo y
levantarse la tapa de los sesos sin más ni más, sólo somos capaces de esbozar
una simple estúpida frase: “Era una persona normal, sencilla, no hablaba
mucho”.
El recuerdo dura lo que
dura la noticia en los medios (cinco minutos escaso de una estadística macabra
que no debería ni existir).
Sin embargo y pese a todo,
al minuto siguiente tras la noticia, sin perder ni un solo segundo, buscamos un
nuevo objeto al que demoler una y mil veces con nuestras malogradas
experiencias para hacer que su vida sea lo más corta posible en este mundo.
¡El ser humano es el
salvador de la especie! Dinamita la virtud de los silenciosos, de los
diferentes, de los conformistas para enviarlos pronto al otro barrio. Sin lugar
a duda, nos hemos convertido en Ángeles de la Muerte y lo peor de
todo es que estamos orgullosos de serlo. “¡Maldita humanidad!”
MORALEJA:
Antonio Machado decía: “La muerte es algo que no
debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es,
nosotros no somos”.
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