miércoles, 24 de septiembre de 2014

DOBLETE (relato)



Dicen que no hay dos gotas de agua iguales. Yo no estaría tan segura de esa afirmación.

En enero empecé a trabajar como recepcionista en una empresa en la capital catalana. Yo era nueva en una ciudad muy grande, llena de gente, mucha gente y en la que te podías sentir completamente muy solo.

En el bar de enfrente de la empresa, había un chico muy simpático que desde el primer día que nos vimos, me alegraba la mañana con un café con leche como a mí me gustaba (con un toque de canela) y una sonrisa en los labios.

A los días que lo había conocido nada más empezar, lo vi trabajando en un quiosco de periódicos. Me acerqué a saludarle y le dije: “¿Haciendo doblete?” Me miró como si no me conociera y como si hubiera dicho una estupidez. Iba a salir corriendo cuando me dijo confuso: “¡Sí! Creo que sí”. Siempre pensé que lo había hecho por cortesía porque no sabía ni quien era.

A la mañana siguiente no le comenté nada. Tomé mi café con su doble sonrisa extra y me fui a trabajar. Por la tarde volví al quiosco para comprar el periódico y doble sonrisa extra todos lo días.

Poco a poco fui sintiendo algo por aquel chico. Yo no le dije nada. Desde aquella confusión la primera vez en el quiosco, me sentía un tanto insegura conmigo misma.

Empezaron las fiestas de la Mercè 2014 y como sabía que yo no era de allí, un día me puso un programa de las fiestas sobre mi mesa. Le agradecí el gesto pero que no tenía con quien ir porque no conocía aún a nadie en la ciudad como para ir por ahí. Él se ofreció a llevarme a un acto que se celebraba por la mañana-mediodía con un toque de rubor en sus mejillas. Aquel acto reflejo de timidez me dio el empuje que necesitaba para aceptar su ofrecimiento.

Por la tarde, cuando fui al buscar el periódico, otra vez me propuso acompañarme a un acto de la Mercè que se celebraba por la tarde-noche. Pensé: “Estaba tan cortado que esta mañana no se ha atrevido a pedirme ir por la mañana a un sitio y por la tarde a otro”. Sonreí y le dije que sí. El rubor volvió a aparecer nuevamente en sus mejillas.

Fue el domingo. Por la mañana fuimos a la playa para ver el voley playa por parejas, masculino y femenino, que enfrentaba equipos de Cataluña, la República Checa, Francia, Cuba y Uruguay. Al venir de un pueblo de montaña me encantó ver jugar en la arena a aquellas personas.

Cuando acabó el torneo y se entregaron los trofeos, me dijo que quería enseñarme como se sacaba, como se recepcionaba y como se remataba en el voley. Yo jamás había sentido el tacto de un golpe de aquella pelota en mi piel. Al primer golpe, mis manos se pusieron coloradas. Me dolía mucho y las lágrimas se precipitaban a salir sin más miramientos de mis ojos. El cogió y me acercó las manos a la orilla del mar. Las metió de seguida bajo el agua fría que las olas traían hasta la orilla. No paraba de pedirme perdón. Cuando una gota resbaló por mi mejilla, sentí como le dolía hasta a él ver mi dolor. Me besó las manos como para curarlas. Yo me acerqué a su boca para besarle pero… apareció de nuevo mi inseguridad y cuando estaba a penas unos centímetros de sus labios, me frené. Él me miró a los ojos, luego a los labios y acabó con su boca yo no pude hace con la mía. Su beso era cálido, tierno, dulce, lleno de mucha pasión dosificada lentamente, sin prisa alguna. No sé cuanto tiempo estuvimos besándonos pero se que fue mucho tiempo. Ya no me importaba el dolor de mis manos. ¡Se me había pasado de golpe! Aquel largo y profundo beso me dejó con muchas ganas de más, con tremenda ansiedad de saborear algo más que su boca.

Volvimos al coche. Sus dedos no dejaban de deslizarse por mis manos, por mi pierna. ¡Le deseaba! Y ahora estaba segura que él también a mí. Mientras conducía, me acerqué a su cuello y lo besé poco a poco. Con cada contacto de mi boca su bello se erizaba de puro placer. Saqué mi lengua sólo un poco, para ir sellando cada caricia no sólo con mis labios sino con mi lengua. Aquel acto casi reflejo, arrancó de su cuerpo los primeros gemidos de placer. Seguí bajando mi boca, mientras el intentaba no salirse de la carretera. Besé su nuez y empecé a abrir su camisa poco a poco, botón tras botón. Su pecho se aparecía ante mí como la más deseosa de las apariciones jamás deseada. Mis labios se estrellaron contra sus pezones. Él no podía contener la mirada más en la carretera. Apartó el coche a un lateral, entre medio de unos arbustos cercanos a una carretera que no conocía. Me dejó que fuera disfrutando poco a poco de todo su cuerpo. Su manos empezaron a acariciar mi nuca mientras yo seguía dedicándole más que mordisquitos sensuales de goce a su torso. Empecé a derretirme de delicia. Ahora era él el que intentaba arrancar de mis labios todo gemido contenido hasta la fecha. Desabroché el cinturón de su pantalón, bajé su bragueta y allí me espera su sexo, duro, firme, delicioso. Bajé mi cabeza y lo empecé a lamer lentamente, repasando el glande con parsimonia. Mi lengua parecía bicéfala pues mi boca se movía con tanta destreza que parecía que tuviera dos lenguas muy juguetonas ansiosas, calientes, francamente traviesas. Su mano derecha alcazo mi pantalón y diestramente, se coló por mi entrepierna que hervía con una lubricación más que explosiva. Sus dedos pronto se adentraron en mi sexo mientras yo seguía comiéndome su sexo con tranquilidad absoluta, saboreando todo sin prisa. Me hizo alcanzar con un leve gesto de muñeca mi primer orgasmo. ¡Estaba ardiendo de pasión! Tras el primero llegó el segundo, el tercero, el cuarto, el quinto,… Pero no se quedó con esos solamente. Sus dedos alcanzaron como si guiados por este hubieran sido, mi clítoris de tal manera que el sexto, séptimo, octavo, noveno, décimo,… llegaron encadenados con espasmos de todo mi cuerpo al unísono.

Aceleré el ritmo de mi boca. Succione su verga con una destreza que se derramó en mi boca casi a la vez que yo llegaba a uno de mis orgasmos. La seguí lamiendo pues no deseaba dejar ni una gota. Él se estremecía con cada nuevo lametón. Me dejó en mi casa y le dije: “¡Hasta luego!”

Me duché y me tumbé un rato a descansar. Llegó la noche y nos fuimos, directamente, a La Porta de l’Infern (La puerta del infierno). Era por donde, después de unos fuegos artificiales, se abrían unas puertas para dejar pasar a todas las collas de Correfocs que se concentraban para la Mercè (de mayores) y las comparsas que acompañaban a las collas. Nunca había estado en una celebración del fuego como aquella. La gente se ponía bajo las llamas sin miedo y bailaban junto con las personas que iban vestidas de diablos. Era bello y genuino al cien por cien. No se como, unos niños que nada tenían que ver con el acto, encendieron unos fuegos artificiales que salieron descontrolados para las personas que asistíamos al acto. La gente, al ver aquello, corrió un tanto espantada. Me empujaron y estuvo a punto de caer si él no me hubiera cogido fuertemente. “¡Vamos!” me dijo mientras me ayudaba a ponerme en posición vertical. Corrimos hacia una calle, estrecha, solitaria y vacía. Llevábamos un rato corriendo con el miedo a que la gente se descontrolara aún más y saliera corriendo sin control. Intentábamos recuperar el aliento y el pulso. Yo estaba contra la pared y él estaba frente a mí protegiéndole. Miré su boca y esta vez no tuve miedo. Me acerqué a sus labios y le besé con tanta pasión como por la mañana en la playa. Nuestros cuerpos ya no tenían secretos y allí, en mitad de la calle, el levantó mi falda y me penetró con más fuerza que la primera vez. Sentía su acelerar ansioso mientras su boca seguía devorando la mía con prisa. ¡Me excitaba verle tan ardiente de nuevo! Como si nada hubiera pasado aquella mañana, como si fuera la primera vez que estaba así conmigo. De nuevo un orgasmo tras otro, asaltaron mis labios. Los intentaba contener pues estábamos en una calle, al aire libre, donde en cualquier momento nos podrían pillar in fraganti. Pero tras el séptimo orgasmo no podía contenerme más y me dejé llevar por completo. Sentía sus embestidas y con cada una, yo deseaba más que no parara, que siguiera, que no dejara de adentrarse y salir de mí con fiereza animal. En ese instante en el que yo le pedía más y más y más, noté como su esencia me llenaba por dentro de un calor renovado que emanaba de él sin control alguno. Nos besamos.

Me cogió de la mano y salimos de aquel callejón pasado un rato. Cuando volvimos a la calle principal, como si de una visión se tratara, otro chico exactamente igual que él, se acercaba a nosotros directo. Al llegar a nuestra altura ambos dijeron a la vez. “Ya veo que conoces a mi hermano gemelo”. No tuve valor para contestar ni a uno ni a otro que más que lo que pensaban ambos.

No hay dos gotas iguales pero puedes estar con dos hombres exactamente idénticos y no reconocer quien es quien. Yo aquel día lo comprobé y no sería el último, pero eso ya os lo contaré otro día.

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